Llego
temprano a tu casa. Me has mandado llamar para revisar y firmar algo. Hoy
trabajarás aquí, porque no te encuentras con fuerza para ir al despacho. Me
abre la puerta tu mujer, que se está preparando para ir a su tienda; nos
saludamos y me hace pasar a tu estudio.
Al entrar,
no levantas la vista de lo que estás haciendo. Me saludas sin mirarme:
—Buenos
días. ¿Qué era eso tan urgente…? —pregunto.
—Chssssssssst
—me interrumpes—. No hables aún.
Sigues
mirando los papeles. Espero en la puerta. Ni siquiera me atrevo a sentarme.
De repente,
levantas la vista y señalas al aire con tu índice:
—¿Lo
oyes? Está en la ducha. ¡VEN! —ordenas.
Me acerco
a ti y separas tu silla de la mesa. No puedo dejar de mirar tu paquete. ¡Dios
mío! ¡Está inmenso!
—¡Arrodíllate!
—me mandas, de nuevo. Obedezco, claro.
Me arrodillo
entre tus piernas y sonríes. Me dejas hacer.
Acaricio
tu pantalón, a lo largo de tu miembro, tan duro y erecto. Acerco mi cara, la
froto por encima del pantalón. Huelo… Adoro el olor de tu gel de ducha. Beso,
lamo… Te escucho jadear. Sé que es la señal.
Abro tu
pantalón y agarro firmemente tu miembro con una de mis manos. Las tuyas, se
pierden entre mi pelo. Meto tu polla dentro de mi boca, muy adentro, hasta la
garganta. Sé que te encanta cuando empiezo tan fuerte. Te vuelve loco.
Lamo,
beso, chupo, masturbo… estoy desatada y eso te gusta mucho. Sólo me dices, de
vez en cuando:
—Así…
mi perrita…
Sigo
haciéndolo. Te miro de vez en cuando, pues quiero ver en tu cara, que te gusta,
que disfrutas. Te veo cerrar los ojos, echar tu cabeza hacia atrás, introduces
tus dedos entre mis cabellos, acaricias mi cabeza, sigues gimiendo y jadeando…
Me crezco.
No pararé
hasta que te corras en mi boca. Lo deseo más que nada. Y luego me besarás,
compartiremos tus fluidos. Adoramos hacerlo.
Sigo mamándotela,
como si lo necesitara para vivir. Amaso y acaricio tus huevos. Noto tu
excitación y sé que faltan unos segundos sólo…
—¡PARA!
Me
quedo paralizada. Jamás habías hecho algo así. Nunca me mandas parar cuando
está tan cerca… Te miro.
De nuevo,
tu dedo señala hacia arriba, ordenándome escuchar. Ya no se oye el agua de la
ducha. Escucho a tu mujer salir del cuarto de baño.
Me levantas,
te acercas a mi oído y me susurras una nueva orden:
—Desnúdate,
junto a la mesa, piernas abiertas, recuesta el tronco en la mesa. Tócate,
mantente mojada para mí. Ahora vengo.
Sales
del estudio y cierras la puerta.
Obedezco
como si me fuera la vida en ello. Me desnudo y me coloco como me has dicho. Comienzo
a tocarme. Te oigo despedirte de tu mujer al abrir la puerta:
—¡Hasta
luego, Noelia! —llega hasta mí la voz de ella.
—Adiós,
Laura —respondo, sin moverme. Tú ya me miras desde la puerta. Entras,
escuchamos cerrarse la puerta de la entrada.
—¡Muy
bien! Eres una perrita muy obediente. Tu Señor está muy contento contigo.
Me acaricias
las nalgas. ¡AZOTE! Vuelves a acariciarme.
Acercas
tus dedos a mi coño: está empapado.
—Ya
sigo yo —dices, apartando mi mano—. Agárrate a la mesa.
Desde
este momento, tú te ocupas de todo.
Acaricias
mi espalda. No sé cuándo te has quitado el pantalón. Colocas tu polla entre mis
nalgas. Gimo.
—Está
mojadito. Como a mí me gusta. Empapadito. Lo has hecho muy bien, cachorrita.
—Sólo
quiero satisfacerte, mi Amo. Lo sabes.
—¡Dilo!
—¿Que
diga qué?
¡AZOTE!
—Ya
lo sabes. Que digas de quién es este coño.
—Tuyo,
cielo. Es tuyo, lo sabes.
—¡Dilo!
No respondas a mi petición: dilo por ti misma.
Acompañas
tu orden de otro azote. Me encantan tus azotes… y las caricias posteriores. A veces,
como ésta, también besas mis nalgas, las lames… Me matas…
—Tuyo,
mi cielo. Es tu coño. Está mojado por ti. Te desea y sólo tú sabes
satisfacerle. Todo mi cuerpo es tuyo: tu coño, tu culo, tus tetas, tu piel…
—Siiiiiiiiiiiiiiiiiii
Ahora
frotas tu polla contra mi coño. La paseas por toda mi intimidad, por mis dos
entradas, refregándola y empapándola con mis fluídos. No puedo desearte más.
—Por
favor… —suplico.
—Por
favor, nada. Yo decido, ¿recuerdas, putita? ¡No respondas! Sólo abre más las
piernas.
Y lo
hago. Una y mil veces obedezco. Porque tú siempre sabes lo que me hace vibrar. Tú
eres el dueño de mi cuerpo y de las sensaciones que produces. El de mis
fantasías y deseos. Te lo entrego todo, sin reservas.
Te separas
unos segundos de mí y levanto un poco mi cabeza.
—Ni
se te ocurra. Vuelve a recostarte —me recuerdas.
Y de
nuevo, obedezco.
Escucho:
no oigo nada.
No hay
contacto, no sé qué haces.
No te
veo y no osaría intentarlo.
Dura tanto
esta ausencia.
Y de
repente, me invades por completo. Has entrado en mí como un bestia, como una
fiera. Grito.
Aprietas
mis caderas con tus manos. Te mantienes dentro, muy dentro.
Llevas
tus manos a mis hombros, sales despacio y vuelves a entrar bruscamente. Me estás
volviendo loca.
—Levanta
la cara. Pídeme lo que deseas.
—Sigue,
por favor. Fóllame fuerte.
Y esta
vez, eres tú quien obedece. Porque ambos sabemos quién manda aquí, en realidad.
Tú reaccionas
al lenguaje dominante y te encanta que me comporte como tu sumisa. Pero yo sé
que me amas, y adoro las palabras dulces y cariñosas, los besos y las caricias.
Ambos
nos compenetramos, porque confiamos el uno en el otro. Porque somos
complementarios y nos hacemos bien.
Me
das la vuelta levantando mis piernas, para que las coloque en tus hombros. Entras
fuerte en mí y me adviertes:
—Yo
digo cuándo te corres, no lo olvides.
—Sí,
cielo. Sigue, vamos, dame fuerte… —vuelvo a pedirte.
Sigues
follándome como me gusta, como te gusta.
—¡Ahora!
¡Córrete! —me “permites”.
Todo mi
squirt sale con fuerza de mi interior, empapándote y regándolo todo.
Vuelves
a invadirme con rapidez y te preparas para correrte.
Sales
de mi interior para esparcir tu leche caliente por mi cuerpo. Empapas mis
pechos y lo extiendes con tu mano. Amasas mis tetas, las masajeas…
Me miras.
Me sonríes.
—Vamos
a la ducha, cielo. Voy a limpiarte enterita, antes de que vuelvas a la oficina.
Y,
una vez más, obedezco solícita. SIEMPRE.
Sublime... Sublime y supercaliente... Como todo lo tuyo, bella Mary Ann
ResponderEliminarMe alegro de que te haya gustado. Gracias por entrar, leer y comentar. Un besazo.
Eliminar