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lunes, 20 de abril de 2015

LA HABITACIÓN GRANATE (Misterioso tesoro III)

Hola:
Décima edición del juego TE ROBO UNA FRASE. En esta ocasión es: "Logré ver el brillo de mis ojos al maquillarme frente al espejo, ahora entendía cuando decían que una mujer después de hacer el amor lucía radiante." de UN NUEVO AMANECER, de Karina DelpratoComo siempre, espero que os guste.


LA HABITACIÓN GRANATE - (MISTERIOSO TESORO III)
(Mary Ann Geeby)
La mañana me sorprendió entre los brazos de Pedro. Había sido una noche maravillosa, pero quería hacer ese viaje, de modo que no podríamos quedarnos en la cama por más tiempo.
Me levanté y acudí al cuarto de baño. Me duché despacio, recordando sus caricias de la noche. Tuve que quitar el vaho del espejo para poder peinarme. Logré ver el brillo de mis ojos al maquillarme frente al espejo, ahora entendía cuando decían que una mujer después de hacer el amor lucía radiante. Un poco de polvo en la cara, rímel negro en las pestañas, labios rojos sangre, a juego con las uñas y el vestido. Los tacones negros, como las medias de liga y costura trasera. Le encantaba esta combinación, le volvía loco, de modo que acertaría fijo.
—Buenos días, dormilón. ¿Te levantas ya? Quiero que salgamos pronto —le dije para despertarle.
—¿Qué salgamos pronto? ¿Dónde vamos? Buenos días —respondió frotándose los ojos—. ¡Hummmm, estás preciosa!
—¡No me digas que no te acuerdas! Ayer por la mañana te dije que iríamos a Bilbao. Quiero que veamos la exposición de arte que está en el Guggenheim. Y por la tarde me gustaría que pasáramos por un par de mueblerías, con el fin de ir viendo cosas para la habitación granate. —respondí extrañada—. ¿Pero de verdad no lo recuerdas? Llevamos toda la semana hablando de ello.
Pedro llevaba varios días nervioso y despistado, pero yo lo había achacado a la inauguración de la casa. Lo cierto es que el día anterior había estado mucho más raro que de costumbre. Durante la fiesta, lo noté ausente y distraído. Se le olvidaron varias cosas, pero el colmo fue cuando me dejó en la calle despidiendo a todos sus invitados. Era como si tuviera algo en la cabeza, que le impidiera concentrarse.
—Pues lo siento, pero me había olvidado. De todos modos, es un poco pronto para amueblar la habitación granate, ¿no? Podemos esperar un poco, a que nos vayamos adaptando a la casa. ¿Por fin te vienes a vivir conmigo, amor? —se puso meloso.
—Pedro, cielo, ¿te encuentras bien? Tuvimos esta conversación hace ya dos días. Me convenciste de que me viniera aquí contigo y me traje las maletas. Yo te comenté lo de la exposición en Bilbao y quedamos en que iríamos hoy. Por la tarde, insististe en visitar alguna mueblería para ir viendo cosas…
—Ya, Sara, ya. Pero es que… esto… la inauguración y tu presencia me han puesto… nervioso, y no estoy en lo que celebro. —respondió balbuceando.
—No, Pedro. Te conozco. Una cosa es estar nervioso, pero me ocultas algo. ¿Qué ocurre? ¿Ya no confías en mí?
Pedro fijó sus ojos en mí. No decía nada. Era como si estuviera sopesando compartir algo conmigo o no…
—Ven conmigo, Sara.
Me cogió de la mano y me arrastró textualmente por el pasillo. Entre los tacones y la prisa que él llevaba, por poco no tropiezo al entrar en la habitación granate con una tabla que había levantada. Entonces, Pedro se agachó y recogió una caja del suelo: una especie de cofre. Pedro la movió entre sus dedos con una facilidad que me dejó perpleja. Movió una de las tablillas que la formaban, sacó otra, desplazó una tercera hacia la derecha y “voie la”: el cofre se abrió y en su interior apareció un libro encuadernado en piel, con aspecto de ser antiguo. Pedro abrió el libro y vi que estaba manuscrito.
—¡Lee! —me dijo.
—“No espero ni pido que alguien crea en el extraño aunque simple relato que me dispongo a escribir. Loco estaría si lo esperara, cuando mis sentidos rechazan su propia evidencia. Pero no estoy loco y sé muy bien que esto no es un sueño.” —Leí en voz alta.
—Voy por ahí. ¿Podemos leerlo y ver qué contiene antes de irnos a Bilbao? Por favor, por favor, por favor, Sara… —pidió, casi suplicó.
—Claro. Me parece bien. Pero antes, me quitaré de nuevo esta ropa y desayunaremos. Después nos meteremos de lleno con el libro misterioso. ¿De acuerdo? —propuse cerrando el libro.
—No puedo negarte nada, estoy completamente colado por ti. Anda, vamos a desayunar. —me dijo agarrándome por la cintura.
Me besó, me acarició y vi que iba a comenzar de nuevo, cuando le dije:
—Tú a preparar desayunos, yo a quitarme la ropa. ¡Ahora!

Y me escabullí corriendo. Casi tropiezo de nuevo. Me quité los tacones, las medias y el vestido y me puse ropa cómoda de estar en casa. Al salir, lo encontré de nuevo inmerso en la lectura del libro. Sus ojos estaban muy abiertos y su boca también. Decidí dejarlo allí, tan concentrado, y bajé a preparar yo misma el desayuno. Cuando ya tenía los zumos y los cafés preparados, llamé desde la escalera:
—¡Pedro, baja ya, cariño! —No hubo respuesta, por lo que tuve que insistir —¡Pedro, el zumo se calienta y el café se enfría! —me reía recordando sus carcajadas la primera vez que oyó esa frase tan mía. Pero seguí sin obtener respuesta. —¡Cielo! —grité ya la tercera vez, mientras subía la escalera. Grité, corrí, volví, busqué, durante minutos eternos, sin conseguir respuesta.
No me lo podía creer. Ni rastro de Pedro. Ni en la habitación granate, ni en la azul, ni en ninguna de las otras. Lo llamé a gritos, al principio riendo, luego llorando. ¡Nada! Era como si se lo hubiera tragado la tierra. Me senté en la cama y comencé a llorar. No sabía qué hacer. Pasó más de media hora hasta que decidí que allí parada no hacía nada.
Me aseguré de que no estaba en armarios o debajo de las camas, que no hubiera salido por ninguna ventana, antes de llamar a la policía. Volví a la habitación granate, donde lo había dejado.
Entonces vi el libro. Inmediatamente lo cogí para ver si había algo que me orientara en todo este lío sin sentido. Tenía mucho miedo, pues por leer ese libro, Pedro había desaparecido. Pero debía hallar la forma de dar con él. Tenía que haber un modo de encontrarlo.



lunes, 16 de marzo de 2015

MISTERIOSO TESORO

Hola:
Siguiente edición de TE ROBO UNA FRASE. La de este mes es "No espero ni pido que alguien crea en el extraño aunque simple relato que me dispongo a escribir. Loco estaría si lo esperara, cuando mis sentidos rechazan su propia evidencia. Pero no estoy loco y sé muy bien que esto no es un sueño." - De Edgar Allan Poe, El Gato Negro.
Como siempre, espero que os guste.
MISTERIOSO TESORO
(Mary Ann Geeby)

Y se fueron los invitados. Por fin se pudo quedar solo. Tenía unas ganas terribles de abrir el cofre que había encontrado a la hora de prepararse, bajo aquellas tablas que se movían en la habitación granate. El cuarto del crimen, había decidido llamarlo. Estaba lleno de trastos inservibles, polvo y libros viejos. Esto era lo que más le había gustado. Tenía tantas ganas de inspeccionar esa habitación que no había podido resistirse.
Era el día de la inauguración de su mansión. La había adquirido a través de esa página web tan conocida. “La casa maldita”, le habían dicho. Llevaba en venta más de tres años y no conseguían desprenderse de ella, a pesar de estar tirada de precio. Muchos ricachones y pudientes, necesitados de blanquear dinero se habían interesado por ella, pero después de la breve visita inicial, todos se echaban para atrás. Siempre había otras en las que invertir.
Pero Pedro pensó que era un lugar precioso en el que vivir. Apartado del resto de la “civilización”. Allí podría tener la paz que no encontraba en la ciudad. Tampoco estaba demasiado alejado, pero sí tranquilo. La compró inmediatamente. Sólo le había dado tiempo a limpiar y adecentar la planta de abajo y la habitación azul, la que usaría para dormir.
Ese mismo día decidió entrar en la amarilla, la salmón y la granate, por ese orden.  Aparte de mucho polvo y trastos, no había gran cosa. Pasó toda la mañana limpiando y buena parte de la tarde. Sobre las siete dejó todo tal cual. Debía ducharse y prepararse para la fiesta de inauguración.
Le repateaban estas cosas, pero Sara había insistido en que debía hacerla. Invitó a unas diez personas de la oficina y cinco amigos del club. Pero en el momento de abandonar la habitación granate, una tabla del suelo crujió. Se retorció el tobillo y cayó al piso. Después de comprobar que no se había lesionado (no le habría faltado más), miró la tabla que se movía. La levantó, y ahí estaba: un pequeño cofre de madera, de esos que no se abren de modo normal.
No tuvo problema para abrirlo. El año pasado viajó a Budapest y trajo una de esas para cada hermano. Ésta era diferente, más grande y con otra apertura, pero después de manosearla un rato, encontró el mecanismo. Al abrirla descubrió un auténtico tesoro. Un libro encuadernado en piel, manuscrito, muy antiguo. A pesar de ser la hora de la fiesta, no pudo evitar abrirlo y comenzar a leer.
No espero ni pido que alguien crea en el extraño aunque simple relato que me dispongo a escribir. Loco estaría si lo esperara, cuando mis sentidos rechazan su propia evidencia. Pero no estoy loco y sé muy bien que esto no es un sueño.”
En ese momento sonó la campanilla de la puerta. ¡Maldición, ya estaban aquí! Metió el libro en el cofre y lo posó sobre la cómoda. Bajó las escaleras corriendo y abrió la puerta principal. Era Sara.
—Pero ¿aún estás sin vestir? ¡Eres un desastre! ¿Ya llegaron las viandas del “catering”? —entró como una exhalación, directa a la cocina.
—Sí, Sara. Ya está todo. Voy a ducharme y a vestirme. En un cuarto de hora estoy listo. —respondió Pedro, subiendo las escaleras.
Y así fue. Al pasar ante el cuarto del crimen, estuvo tentado de entrar de nuevo. Pero cualquiera se enfrentaba al estrés andante, llamado Sara. De modo que decidió ir a su cuarto a ducharse y prepararse. Tardó exactamente diecisiete minutos y veinte segundos y bajó la escalera cuando sonó de nuevo la campanilla.
El resto de la noche fue un horror para él. Odiaba estos actos sociales, pero siempre se dejaba convencer por los preciosos ojos verdes de la mujer más hermosa del mundo. Cenó, charló, bebió y hasta bailó. Eso sí: todo el tiempo estuvo pensando en el libro, el cofre y la habitación granate. No veía el momento de que se fueran todos y poder abrir de nuevo la puerta, la caja y el libro.
En el momento en que se cerró la puerta, voló escaleras arriba. Abrió el cuarto del crimen, aferró la caja y volvió a encontrar el mecanismo de apertura y por fin, libro en mano, llegó a la enigmática frase. En ese preciso momento, sonó de nuevo la campana de la puerta principal. Dejó todo tal cual y bajó la escalera. Abrió la puerta y ahí estaba Sara.
—No me puedo creer que me hayas dejado sola despidiendo a la gente. Y cerraste la puerta. ¿Te habías olvidado de mí? —le echó Sara en cara.
—No, cielo. Tenía que ir al servicio. Vamos a la cama, anda. Mañana recogeremos todo. —respondió Pedro azorado.

Y subieron a la cama. Evidentemente el libro debería esperar. Ahora prefería adentrarse en descubrir los tesoros del ser más maravilloso del universo.

lunes, 16 de febrero de 2015

TU CONFIDENTE

Hola:
Esta es la VIII edición del juego TE ROBO UNA FRASE. Y me ha encantado escribirla. Me he sonreído, reído y hasta carcajeado de alegría. Y lo he dejado donde me pedía el cuerpo. Aunque yo sé lo que ocurrió después, aún no lo he escrito. He disfrutando hasta haciendo las fotos.
Deseo, como siempre que os guste. Besos.

TU CONFIDENTE
Sonó el teléfono y lo atendí antes del segundo timbrazo. Era él, ya lo sabía.
—Dime Nel –respondí.
—Necesito quedar. Necesito hablarte, cariño.
—¿Nos vemos en el Starbucks? Creo que necesitaré “droga dura” para oír lo que me vas a contar.
Manuel, yo siempre lo llamaba Nel, era mi amigo. Mi mejor amigo, en realidad. O quizá sea más exacto decir que yo era su mejor amiga. Él era para mí, no nos engañemos, el auténtico amor de mi vida. Pero habíamos llegado a ese punto de nuestra amistad en el que yo era su confidente. Y no hay nada más horrible para una mujer que el hombre a quien ama la tome por fiel amiga. Porque ¿sabes lo que pasa cuando ese hombre tiene otro amor? ¿Cuándo está feliz con otra persona? ¿O cuando tiene males de amor? Pues que se lo cuenta a su persona especial. Y una no puede aconsejar algo así como “deja de una vez a esa gilipollas y ven a mí, que quiero perderme en tus brazos y hacerte el amor hasta que olvides que alguna vez existió”. No puede hacerlo, no. Si somos serios, no debería ni siquiera pensarlo. Pero es que Nel me habla, me mira o besa mi sien y cierro los ojos, me olvido del mundo, del tiempo y el espacio, me olvido de que tengo nombre, familia o trabajo, me olvido de que no es mío y de que quizá nunca lo será.
—¿Qué ha ocurrido esta vez, cielo? –le pregunté.
—Pues verás, te cuento –comenzó. Y siguió contándome la enésima gilipollez de esa perrita pequinesa con la que vivía desde hacía un par de años.
Desde que se fueron a vivir juntos, ella se había operado los pechos, algo se hizo en los labios, no sé qué más en el cuello y creo que algo en la tripa y en los muslos. No sé, porque apenas le escuchaba cuando me contaba todo eso. En una ocasión le insinué que si seguía operándose, en poco tiempo ya no sería ni la sombra de lo que había sido cuando comenzaron. Nunca entendí qué coño hacía con ella. No existía tía más materialista y superficial que Melissa. Pero él estaba enamorado. ¿Enamorado o encoñado? Bueno, siempre había considerado a Nel un tío inteligente, pero es que no me lo podía explicar. A veces sospechaba que ella debía ser una fiera en la cama. Si no, ¿qué otra razón podría haber para que el tipo más maravilloso del mundo estuviera a su lado de ese modo tan incondicional?
La “enésima” razón de su disgusto se debía a que ella había esperado un regalo por San Valentín. Él había decidido no hacerle un regalo material ese día, pero eso, para Melissa era inconcebible. Nel le dijo que la quería tanto que pasaría todo el día con ella, haciendo cosas juntos, disfrutando el uno de la otra y viceversa, sin nadie ni nada que les distrajera en un día tan especial. Porque aunque él opinaba que “el día de los enamorados es todos los días”, ella estaba más por la labor de entrar en ese bucle que crearon los centros comerciales. Y sobre todo si “el objeto de su amor” brillaba en su dedo o lucía en otra parte de su cuerpo perfecto.
Melissa había escuchado todos sus argumentos y le había explicado su punto de vista. Ella le quería tanto que quería ser perfecta sólo para él. “Pero…” No, era mejor que no la interrumpiera. Ella había cambiado tanto por él…
—Pero es que yo no quería que cambiaras nada, Melissa. Me gustaba cómo eras cuando me enamoré de ti. –insistía Nel.
Ella nunca lo vería así. ¡Desagradecido! Ella daba tanto y él tan poco…
—¿Por qué no lo veo, Ana? ¿Por qué sigo pensando que ella ya no me quiere, que nunca me quiso en realidad? ¿Por qué ya no siento mi cuerpo desfallecer cuando la tengo delante, no se me seca la boca cuando la veo desnuda? ¿Por qué ya no la deseo? ¿Será verdad que ya no la amo? –me preguntó llorando.
Decidimos ir a su casa del pueblo. Allí podríamos charlar más tranquilos. Tenía un txoko en el sótano, “El rincón de Nel”, lo habíamos bautizado cuando lo preparamos. Recuerdo que yo le ayudé a decorarlo y hasta le regalé el azulejo en el que estaba escrito el nombre. Ese sofá… era perfecto. ¡Cuántas películas románticas y de acción! ¡Cuántas partidas de trivial y otros juegos de mesa! ¡Cuántas confidencias y momentos románticos…! Hasta que me habló de ella. Yo siempre creí que era importante para él, pero ella llegó a su vida y quedé relegada al maravilloso papel de “mejor amiga y confidente”. ¡Una auténtica mierda! Yo quería dejarlo, no seguir con este momento de confidencias y apoyo incondicional. Estaba hasta el moño de ocupar un rol que no había elegido. De hecho, era demasiado doloroso. Pero no tuve narices de cortarlo. No lo hice cuando comenzó a doler y no lo iba a hacer ahora.
Al llegar a la casa, aparcó en el garaje y entramos en silencio. Cuando llegamos a la planta baja me dije que era el momento de intentar escaparme. En el sótano sería demasiado tarde. Pero no lo hice. Yo ya sabía que era una cobarde y una débil. Prefería morir de sufrimiento que dejar sin apoyo a la persona más importante de mi vida.
Llegamos abajo y él encendió la chimenea. Saqué algo para picar y un par de cervezas. Siempre bebíamos cerveza cuando estábamos en aquel lugar. Al poner la mesa, estiré la manta que reposaba en el sofá y recordé… la única vez en que se dejó llevar y yo creí… Aquella vez, él me abrazó, y me vio. Me vio por dentro y sé que supo lo que yo sentía. Pero él me engañó. O quizá fui yo sola quien se engañó. Lo que yo vi, parecía amor, pasión y deseo. De hecho, cerré mis ojos y abrí ligeramente mis labios. Y entonces ocurrió. Me besó. El momento más feliz de mi vida, el beso más apasionado que jamás había recibido, el contacto más real… Pero no pasó de ahí. Él pidió perdón por haberlo hecho. ¡Perdón! Yo quería que me pidiera que le entregara mi cuerpo y mi vida y él me había pedido perdón.
—Esto ya está. ¿Ana? –vino hacia mí. Me había quedado abrazada a la manta, al recuerdo… No me había dado cuenta de que los sentimientos me habían atrapado de nuevo. No había sido buena idea venir aquí. No lo había sido -. Hey, deja eso, vamos, sentémonos y bebamos cerveza –dijo sujetándome de la cintura. No debía haber hecho eso, no. No debió hacerlo.


lunes, 19 de enero de 2015

LA HUÍDA

Hola a todos.
Nueva edición de TE ROBO UNA FRASE, juego propuesto por Ramón Escolano.
La frase de este mes es "Nadie respondió. El viento suspiraba entre los árboles, haciéndoles emitir susurros misteriosos. A la sombra oscilante de los olmos que se alzaban del otro lado del muro podía ver la lápida de Hubert Marsten" —De Stephen King, sacada de la novela: El misterio de Salem’s Lot.
De nuevo algo muy diferente de lo que suelo escribir. Deseo que os guste.
LA HUÍDA

La puerta se cerró como siempre a las nueve de la noche. Y de nuevo se quedó en la más absoluta y terrible soledad. Llevaba ya tiempo pensándolo, aunque no se sentía capaz de hacerlo. Cuando ella se iba, a las nueve en punto cada anochecer, ya nunca le ataba. Había comprobado que ahora tenía miedo a salir de la casa. Ni con luz, ni en la horrible oscuridad, se atrevería a hacerlo. ¿A qué lugar iría si se marchara? ¿Dónde dirigirse?
Hacía ya diez años que estaba encerrado en esa casa. Al principio, siempre atado. Ella venía cada tarde, hacía la labor de casa, le daba la comida y le hablaba. Cuando todo comenzó, intentó soltarse, luchar, escapar… Pero ella siempre le drogaba. Estaba tan harto de aquellos pinchazos que poco a poco fue volviéndose más y más servil. Hacía ya muchísimo tiempo que ella no le pinchaba, aunque por las noches y las mañanas había permanecido atado aún demasiados años. Pero desde un par de meses atrás, ya no le ataba, no era necesario. El miedo al exterior era mayor a sus ansias de escapar. Él ya no quería irse, pues no imaginaba ningún lugar donde querer ir, ninguno donde estar mejor que allí.
Con el tiempo se había convencido de que ella tenía razón: Si permanecía atado era por su bien. Si continuaba encerrado en aquel lugar era para protegerle de los terribles peligros que existían en el exterior. Él no los recordaba porque había transcurrido demasiado tiempo, pero ella se lo recordaba a diario: se veía obligada a sobrevivir en un mundo hostil y lleno de riesgos. No era necesario que él sufriera también. Era tan buena… Le quería tanto…
Sin embargo, al llegar el invierno, algunos recuerdos volvieron y de repente se sintió “solo”. Aquel día le pidió que se quedara con él por la noche. Pero ella le explicó que era imposible. Él insistía: si fuera había tanto mal, ¿por qué no se quedaba con él, allí? No quiso razonar, ni hablarlo. Se enfadó mucho al ver la insistencia de su hombre, de modo que gritó y le recordó por enésima vez cuánto la debía. Él sufría con estas situaciones, por lo que decidió dejarlo pasar… O no tanto…
Esa misma noche cuando ella salió decidió seguirla, pero por supuesto la puerta estaba cerrada con llave. Entonces volvió esa idea que le había estado atormentando: ¡escapar! Sí, pero ¿para ir a dónde? No sabía dónde se encontraba, ni cómo llegar a ningún lado. Seguro que nadie se acordaría de él, después de tantos años. Su amada Elena… su princesa Emma… Pero no podía seguir allí por más tiempo. No podría soportarlo.
Agarró la silla del comedor, aquélla tan pesada, y la estrelló contra la ventana del baño. Era la única que no tenía rejas. Demasiado pequeña, pero no había otra opción.
Con mucha dificultad salió por el hueco. Le costó mucho, no cabía, pero empujó hasta que lo consiguió. Se rasguñó el brazo y se cortó la pierna y sin embargo no le dolía. Resquemaba, sí, pero el aire frío de la calle quemaba mucho más. Aguantó la respiración, hasta que no pudo más y cogió una gran bocanada de oxígeno. ¿Y si era verdad lo que ella le dijo? ¿Y si el aire se había viciado tanto en este tiempo que no podría sobrevivir fuera? Era extraño, pues nada de aquello que le había contado tantas veces ocurrió. Al contrario, el aire era fresco y puro y no dañaba sus pulmones ni su piel.
Comenzó a recorrer aquel caminillo por el cual la había visto alejarse cada día, hasta llegar a los árboles del fondo. Allí, giró a la izquierda y pudo ver un gran muro que se elevaba varios metros más adelante. ¿Se esconderían allá aquellos seres mutantes, resultado de un extraño objeto que impactó cerca, un par de años atrás, tal como ella le había narrado? Sus pies pesaban demasiado, le costaba andar y respirar. Se moría de miedo, pero llevaba ya varias semanas pensando que si ella sobrevivía cada día a la convivencia con aquellos seres, quizá él también podría. De todos modos había decidido que no le importaba morir: prefería hacerlo al fin, a seguir muerto en vida, en aquella prisión.
Avanzó hasta la pared y encontró la entrada. Intentó abrir la puerta, pero no podía. Sin embargo veía luces y oía algo parecido a voces, susurrando. Decidió preguntar, entonces:
-          ¿Hay alguien ahí? Por favor, necesito ayuda.
Nadie respondió. El viento suspiraba entre los árboles, haciéndoles emitir susurros misteriosos. A la sombra oscilante de los olmos que se alzaban del otro lado del muro podía ver la lápida de Hubert Marsten.
Y entonces lo entendió. Recordaba ese lugar: era el cementerio del pueblo. Todo el tiempo había estado a escasos quinientos metros de su casa. Si seguía el lateral del muro y se adentraba en el pueblo, la tercera de la derecha era la suya. ¡Dios! ¿Seguiría su familia allí? ¿O por el contrario, los mutantes les habrían atacado? ¿Continuaría viva Elena, su esposa, su amor…? ¿Y su pequeña? Era muy pequeña cuando él se fue, apenas un añito. ¿Qué le habrían contado de él? Si ella supiera que no se fue por propia voluntad, que esa mujer lo engañó y lo encerró… Y luego…
A medida que se acercaba a la casa, el miedo era mayor, pero también la necesidad de verlas. A su amor y a su pequeña princesa, a su Emma linda. Cada paso por aquella acera era un auténtico horror… Cada metro menos era como escalar la montaña más alta. Jadeaba sin parar, como si estuviera agotado. Por fin llegó la puerta, pero su brazo pesaba toneladas y no podía tocar el timbre. Se ayudó de su otra mano para llegar al interruptor y entonces la puerta se abrió.
Una preciosidad de once años con los ojos más lindos del mundo, le miró fijamente.
-          ¡Mamá, ven! ¡Es papá! – Gritó desde la puerta. A continuación, mirándole a él, le dijo – ¡Ya era hora de que vinieras! ¡Cuánto has tardado! – y se abalanzó sobre él, dándole el abrazo más cálido y tierno que jamás recordara.
Levantó los ojos y la vio: su linda esposa, su amor, su vida… Llorando, se acercaron fundiéndose en un beso. Aquel beso que lo acunaba y lo protegía. El miedo había desaparecido. Y el frío. Ahora todo estaba bien. Ahora estaba en casa.

lunes, 15 de diciembre de 2014

AQUÍ, CONMIGO



Hola a todos:
Ya estoy aquí con una nueva entrega del juego TE ROBO UNA FRASE.
Este mes, la frase con la que jugaremos es la siguiente:
Convirtió en garra la mano derecha y con ella trató de rasguñarme la cara con sus afiladas uñas. Tenía los dientes apretados y regañaba como un perro furioso. La agarré de la muñeca. —De Dashiell Hammett  sacada de su novela: El hombre delgado.


AQUÍ, CONMIGO

Elena llegó a casa y encendió la tele. Era la hora justa para ver el capítulo décimo de la cuarta temporada de su serie favorita. Se quitó los zapatos y la ropa. Se enfundó su pijama de invierno, pues ya hacía frío. Se preparó un descafeinado. No era cuestión de tumbarse en la cama y estar con los ojos abiertos como naranjas hasta las tantas de la madrugada. Ya le había ocurrido demasiadas veces. Entonces le darían las tres o las cuatro, sin poder dormir. Y a las seis y media, cuando sonara el despertador, no habría fuerza humana o máquina que lograra levantarla.
Además, desde que vivía sola, no tenía quien la despertara si se quedaba dormida. Vivía sola, estaba sola, desde que él se fue, se encontraba en la más absoluta soledad. Nadie la esperaba cada tarde para tomarse una copa, o una café. Nadie veía ya con ella su serie favorita. Nadie le preguntaba qué tal el día en la oficina o si el capullo de su jefe le había hecho de nuevo la vida imposible.
Se obligó a no pensar en esas cosas. Comprobó una vez más que nadie había llamado por teléfono en todo el día y se sentó ante la televisión. El capítulo ya había comenzado, pero ella no sabía de qué iba hoy. Intentó poner mayor atención y al fin pudo comprobar que una joven aterrada declaraba ante la policía, con las manos totalmente ensangrentadas.
-          “Convirtió en garra la mano derecha y con ella trató de rasguñarme la cara con sus afiladas uñas. Tenía los dientes apretados y regañaba como un perro furioso. La agarré de la muñeca” – gritaba la joven, al borde de la locura.
Se había perdido casi todo el capítulo, por lo que no era capaz de saber de qué coño iba todo aquello. Cada tarde le ocurría lo mismo: No podía dejar de pensar en Jaime. ¿Por qué se tuvo que ir? ¿Por qué no se quedó a intentarlo una vez más?
-          “Un marinero, cuando las cosas van mal, no abandona el barco, Jaime. Un marinero se queda y lucha por buscar soluciones.”
Pero Jaime no escuchó. Salió dando un portazo, totalmente envuelto en lágrimas. Elena no podía respirar.
De repente el timbre la hizo reaccionar, sacándola de una situación agobiante y desesperada.
-          ¿Sí? – Respondió entre lágrimas, junto a la puerta.
-          Elena, cariño, soy yo. – escuchó al otro lado.

Abrió rápidamente y Jaime entró cual tsunami. La abrazó llorando a la vez que ella hacía lo propio. Era ahí donde quería estar el resto de su vida. Éste era el lugar en el que quería habitar hasta su último aliento.
-          Lo siento, vida mía. Fui un capullo. No puedo irme de tu lado porque te quiero. Quiero estar aquí contigo, mi amor.
-          Aquí, conmigo. Sí, yo también quiero que te quedes en casa el resto de nuestras vidas.
-          Aquí, contigo, mi amor.
Entraron en casa, sin soltar su abrazo. No querían soltarse jamás. No ahora que habían conseguido pegarse completamente.


lunes, 17 de noviembre de 2014

MORIR O VIVIR

Nueva edición (¿y es la 5ª?) de "Te robo una frase" el juego promovido por Ramón Escolano.


En el relato de hoy, me he permitido dos licencias: la 1º es cambiar el género de la palabra “vivo”. En mi relato, la que está en peligro es Eva. Por tanto hube de escribir “viva”. La 2º es agregar una frase de mi hijo. Cuando leí en voz alta la propuesta de Frank Spoiler, de Elbert Hubbard, le salió del tirón. Así que decidí incluirla en el relato.
No se tome la vida demasiado en serio; nunca saldrá usted vivo de ella. —De Elbert Hubbard. Ensayista estadounidense. —Propuesta por Frank Spoiler.
Pues muy mal. La vida hay que tomársela en serio. Si no, ¿qué puedes agradecer al final de la misma? ¿De qué te sirve haber vivido? – Propuesta por mi hijo de 14 años.
MORIR O VIVIR
Despertó sentada en una incómoda silla, con las manos esposadas a la espalda. Le dolía la cabeza. El caso es que no recordaba cómo había llegado allí, ni cuándo había sido atada. Su ropa estaba intacta. Sus pies también estaban atados.
De repente a la celda entró un hombre asqueroso. Tenía la cara desfigurada y sonreía. Le faltaban varios dientes. Iba sucio y su ropa estaba manchada de sangre. Llevaba en la mano un par de instrumentos que Eva no supo definir. En realidad, casi mejor así.
-          Bueno, ¿finalmente vas a confesar dónde lo tienes? – le preguntó aquel ser horrible. Su voz también era terrible.
-          No sé de qué me estás hablando, la verdad. – respondió temerosa.
-          Eso ya lo dijiste anoche. Quise golpearte, pero no se me permitió. Ahora probaremos unos métodos, digamos muy… convincentes.
Su cerebro funcionaba a toda prisa. ¿Qué podía hacer? ¿Quién narices era aquel desagradable hombre y qué diablos era lo que quería? Una luz azul se encendió en la pared del fondo y aquel hombre abrió la puerta. Entró un hombre joven, guapo, vestido con un precioso traje negro. Llevaba un maletín en su mano, que posó sobre una mesa.
-          Buenas tardes, Eva. Siento mucho que se encuentre en esta situación, digamos tan… desagradable. Todo sería más fácil si colaborara y hablara de una vez. – le expuso con una voz adorable. Si la situación hubiera sido diferente, seguro que le habría gustado conocerlo.
-          Disculpe señor. Pero no sé quiénes son ustedes, qué quieren de mí, ni por qué estoy atada. – respondió Eva despacio.
-          Pues ya ha perdido usted todas las posibilidades de salvarse. Esta vez es definitivo. Si no habla antes de media hora, la matarán. Danher está deseando hacerlo y no será rápido ni suave. – amenazó aquel hombre, intentando transmitir auténtico pavor.
-          ¡Pero no me podéis matar si no me explicáis antes por qué! – le respondió pausadamente, con muy poco miedo en la voz.
-          No se tome la vida demasiado en serio; nunca saldrá usted viva de ella. – le respondió el hombre muy enfadado.
-          Pues muy mal. La vida hay que tomársela en serio. Si no, ¿qué puedes agradecer al final de la misma? ¿De qué te sirve haber vivido?
-          ¡Déjemela, jefe! Yo acabaré con ella. – dijo Danher, sonriendo.
El hombre la miró, miró a Danher, se acercó a ella… y de pronto, le desató las esposas. A continuación cogió unas tijeras y cortó la cuerda que ataba sus tobillos. La sujetó de la mano y la ayudó a ponerse de pie. La abrazó y acercó su boca al oído de Eva.
-          Ven conmigo. Prefiero rescatarte a acabar contigo. – le dijo el hombre.
Y salieron juntos de aquella celda. Comenzaron a andar por aquel enorme pasillo cuando, de repente, Eva despertó en su cama. Le dolía la cabeza. El caso es que no recordaba cómo había llegado allí, ni cuándo se había acostado.