Décima edición del juego TE ROBO UNA FRASE. En esta ocasión es: "Logré ver el brillo de mis ojos al maquillarme frente al espejo, ahora entendía cuando decían que una mujer después de hacer el amor lucía radiante." de UN NUEVO AMANECER, de Karina Delprato. Como siempre, espero que os guste.
LA HABITACIÓN GRANATE - (MISTERIOSO TESORO III)
(Mary Ann Geeby)
La mañana me sorprendió entre los brazos
de Pedro. Había sido una noche maravillosa, pero quería hacer ese viaje, de
modo que no podríamos quedarnos en la cama por más tiempo.
Me levanté y acudí al cuarto de baño. Me
duché despacio, recordando sus caricias de la noche. Tuve que quitar el vaho
del espejo para poder peinarme. Logré ver el brillo de mis ojos al maquillarme frente
al espejo, ahora entendía cuando decían que una mujer después de hacer el amor
lucía radiante. Un poco de polvo en la cara, rímel negro en las pestañas, labios rojos
sangre, a juego con las uñas y el vestido. Los tacones negros, como las medias
de liga y costura trasera.
Le encantaba esta combinación, le volvía loco, de modo que acertaría fijo.
—Buenos días, dormilón. ¿Te levantas ya?
Quiero que salgamos pronto —le dije para despertarle.
—¿Qué salgamos pronto? ¿Dónde vamos?
Buenos días —respondió frotándose los ojos—. ¡Hummmm, estás preciosa!
—¡No me digas que no te acuerdas! Ayer
por la mañana te dije que iríamos a Bilbao. Quiero que veamos la exposición de
arte que está en el Guggenheim. Y por la tarde me gustaría que pasáramos por un
par de mueblerías, con el fin de ir viendo cosas para la habitación granate. —respondí
extrañada—. ¿Pero de verdad no lo recuerdas? Llevamos toda la semana hablando
de ello.
Pedro llevaba varios días nervioso y
despistado, pero yo lo había achacado a la inauguración de la casa. Lo cierto
es que el día anterior había estado mucho más raro que de costumbre. Durante la
fiesta, lo noté ausente y distraído. Se le olvidaron varias cosas, pero el
colmo fue cuando me dejó en la calle despidiendo a todos sus invitados. Era
como si tuviera algo en la cabeza, que le impidiera concentrarse.
—Pues lo siento, pero
me había olvidado. De todos modos, es un poco pronto para amueblar la habitación
granate, ¿no? Podemos esperar un poco, a que nos vayamos adaptando a la casa.
¿Por fin te vienes a vivir conmigo, amor? —se puso meloso.
—Pedro, cielo, ¿te
encuentras bien? Tuvimos esta conversación hace ya dos días. Me convenciste de
que me viniera aquí contigo y me traje las maletas. Yo te comenté lo de la
exposición en Bilbao y quedamos en que iríamos hoy. Por la tarde, insististe en
visitar alguna mueblería para ir viendo cosas…
—Ya, Sara, ya. Pero
es que… esto… la inauguración y tu presencia me han puesto… nervioso, y no
estoy en lo que celebro. —respondió balbuceando.
—No, Pedro. Te
conozco. Una cosa es estar nervioso, pero me ocultas algo. ¿Qué ocurre? ¿Ya no
confías en mí?
Pedro fijó sus ojos
en mí. No decía nada. Era como si estuviera sopesando compartir algo conmigo o
no…
—Ven conmigo, Sara.
Me cogió de la mano y
me arrastró textualmente por el pasillo. Entre los tacones y la prisa que él
llevaba, por poco no tropiezo al entrar en la habitación granate con una tabla
que había levantada. Entonces, Pedro se agachó y recogió una caja del suelo:
una especie de cofre. Pedro la movió entre sus dedos con una facilidad que me
dejó perpleja. Movió una de las tablillas que la formaban, sacó otra, desplazó
una tercera hacia la derecha y “voie la”: el cofre se abrió y en su interior apareció
un libro encuadernado en piel, con aspecto de ser antiguo. Pedro abrió el libro
y vi que estaba manuscrito.
—¡Lee! —me dijo.
—“No espero ni pido que
alguien crea en el extraño aunque simple relato que me dispongo a escribir.
Loco estaría si lo esperara, cuando mis sentidos rechazan su propia evidencia.
Pero no estoy loco y sé muy bien que esto no es un sueño.” —Leí en voz alta.
—Voy por ahí. ¿Podemos
leerlo y ver qué contiene antes de irnos a Bilbao? Por favor, por favor, por
favor, Sara… —pidió, casi suplicó.
—Claro. Me parece bien. Pero
antes, me quitaré de nuevo esta ropa y desayunaremos. Después nos meteremos de
lleno con el libro misterioso. ¿De acuerdo? —propuse cerrando el libro.
—No puedo negarte nada,
estoy completamente colado por ti. Anda, vamos a desayunar. —me dijo
agarrándome por la cintura.
Me besó, me acarició y vi
que iba a comenzar de nuevo, cuando le dije:
—Tú a preparar desayunos, yo
a quitarme la ropa. ¡Ahora!
Y me escabullí corriendo.
Casi tropiezo de nuevo. Me quité los tacones, las medias y el vestido y me puse
ropa cómoda de estar en casa. Al salir, lo encontré de nuevo inmerso en la
lectura del libro. Sus ojos estaban muy abiertos y su boca también. Decidí dejarlo
allí, tan concentrado, y bajé a preparar yo misma el desayuno. Cuando ya tenía
los zumos y los cafés preparados, llamé desde la escalera:
—¡Pedro, baja ya, cariño!
—No hubo respuesta, por lo que tuve que insistir —¡Pedro, el zumo se calienta y
el café se enfría! —me reía recordando sus carcajadas la primera vez que oyó
esa frase tan mía. Pero seguí sin obtener respuesta. —¡Cielo! —grité ya la
tercera vez, mientras subía la escalera. Grité, corrí, volví, busqué, durante
minutos eternos, sin conseguir respuesta.
No me lo podía creer. Ni
rastro de Pedro. Ni en la habitación granate, ni en la azul, ni en ninguna de
las otras. Lo llamé a gritos, al principio riendo, luego llorando. ¡Nada! Era
como si se lo hubiera tragado la tierra. Me senté en la cama y comencé a
llorar. No sabía qué hacer. Pasó más de media hora hasta que decidí que allí
parada no hacía nada.
Me aseguré de que no estaba
en armarios o debajo de las camas, que no hubiera salido por ninguna ventana,
antes de llamar a la policía. Volví a la habitación granate, donde lo había
dejado.
Entonces vi el libro.
Inmediatamente lo cogí para ver si había algo que me orientara en todo este lío
sin sentido. Tenía mucho miedo, pues por leer ese libro, Pedro había
desaparecido. Pero debía hallar la forma de dar con él. Tenía que haber un modo
de encontrarlo.