EL FINAL DEL VERANO.
“…pero hace tanto ruido este olvido
que no te pude escuchar”
que no te pude escuchar”
Cómo te echo de menos – A. Sanz
Septiembre 2013.
Fin de las
vacaciones. Ana siempre deseaba que llegara este momento. Las vacaciones se le
hacían demasiado largas. Sobre todo porque Jorge siempre tenía que trabajar la
segunda quincena de agosto, cosa que ella detestaba. Pero nunca podía
manifestarlo en voz alta. ¡Sus compañeros la matarían! Sobre todo las chicas. Alba
siempre era feliz en vacaciones, disfrutaba de su tiempo libre y no quería
saber nada de los compañeros ni de la oficina. Siempre andaba buscando la
última conquista que la comprara una joyita, la llevara de viaje o le regalara
algo. Elena tenía marido e hija. Desde hace unos años, las vacaciones eran
sagradas para ella, así que no tenía ninguna gana de volver al trabajo. Ana y
Elena tenían una amistad especial y se veían mucho fuera del trabajo. Rafa
también estaba casado, pero este verano se le había hecho ligeramente cuesta
arriba. Estar con su hija las 24 horas le había sobrecargado un poco. Sólo
Gabriel la entendía. Le ocurría más o menos lo mismo que a Ana. Aunque Gabriel
no tenía pareja, pero tenía la música. Cada verano componía nuevos temas,
escribía, grababa,… Pero se le hacía muy largo. Ana tenía a Jorge y su otra
gran pasión: la lectura. No obstante, deseaba volver a trabajar, un año tras
otro. Sus amistades eran casi todas de la oficina. No era sólo el trabajo, que
le encantaba, sino también la vida social que éste le proporcionaba. Pero este
año era diferente. No tenía ganas de volver. Sentía que se estaba haciendo
demasiado mayor, día a día, año a año…
Para colmo, este año
tendría compañera nueva. María se encontraba de baja maternal, así que
mandarían a otra cría. Sí, otra cría. Últimamente siempre mandaban jovencitas
que acababan de terminar la carrera, expertas en idiomas, con muchas ideas
nuevas. Aunque nunca se sintió rechazada, siempre creía que la miraban como a
“la abuelita”. Luego siempre se sintió genial con todas. Al poco de conocerlas,
Ana les ofrecía su apoyo, su experiencia, y ellas valoraban su ayuda, su
sentido del humor y esa chispa de doble sentido que le caracterizaba. Algunos
la llamaban cariñosamente “la vieja verde”. Y es que Ana siempre hablaba de
esas cosas, piropeaba sin pudor a los chicos en la oficina y ellos se dejaban
querer, hablaba de sus lecturas (desde que leyó “las benditas sombras”, no
había dejado la literatura erótica) y a todos les hacía mucha gracia.
Pero había algo que
no la dejaba sentirse libre. Todos pensaban que Ana actuaba así debido a su
sentido del humor. Pero lo cierto es que era así de verdad. En muchas ocasiones
se preguntó si no estaría obsesionada con el sexo. “¿Ninfómana, yo? ¡No creo! Pero igual…” ¡La realidad es que le
encantaba! El sexo para ella era primordial.
—¡Es lo mejor del
mundo! ¡Si hubiera algo mejor se sabría! —Ni siquiera se planteaba conflicto
con sus ideas religiosas—. Dios quiere que disfrutemos de ello. Si no, no lo
habría creado. De hecho, procuro hacerlo para alabar a Dios.
Tampoco se podría
decir que fuera infeliz. ¿O sí? Jorge le había tratado siempre con mucho
cariño. Desde el principio, se había asegurado de dejarla satisfecha. Cuando
empezaron a tener relaciones, él siempre se corría muy pronto, así que dedujo que
tenía que asegurar los orgasmos de ella antes de hacerle el amor. Nunca
probaron nada nuevo y lo que jamás hacían era hablar: ella gemía, pero bajito y
él era de lo más silencioso.
Ya eran 20 años de
matrimonio, en los que habían tenido épocas “más flojas” y hasta algunas “de
sequía”. Lo raro es que ella siempre quería, pero él casi nunca. Todavía
actualmente no habían descubierto qué pasó. Ana siempre pensó que Jorge no la
deseaba. Incluso llegó a imaginar que él era homosexual. Pero él siempre decía
aquello de:
—Es una época y se
pasará.
El mayor palo fue
cuando descubrieron que no podrían tener hijos. Varios años poniendo
impedimentos y al final,… tuvieron que vivir “esos años”. Cuando Ana tuvo la
depresión el sexo era inexistente. Alguna vez lo hacían, pero ella no
disfrutaba y él… ¿quién sabe lo que sentía Jorge? Nunca fue bueno expresando
sus sentimientos. Jorge se marchó una temporada: Ana le echó de su vida. Pero
la terapia funcionó, Jorge volvió a casa y poco a poco todo volvió a ser “normal”.
En esa época, Ana
comenzó a leer literatura histórica. Su hermano Agustín le solía pasar libros y
ella se los devoraba. Y un día Agustín le animó a leer la saga “Hijos de la
tierra”. Siempre recordará cuando leyó “El clan del oso cavernario” o como le
llamó su sobrino Javi “El club del oso cabuérnigo”. Sus padres se morían de la
risa cuando les explicó la anécdota. Pero lo mejor fue todo lo que descubrió en
estos libros. Muchas de las escenas sobre sexo describían justo lo que ella
pensaba. Otras, le sirvieron para formarse sus propias ideas, teorías, incluso
para aprender cosas nuevas. Le impresionó cómo enfocaban el tema del sexo oral,
así como las primeras veces, la pérdida de la virginidad,… pero para ella
siempre eran primordiales las miradas, el trato, los sentimientos,… le
encantaba leer a Jorge algunos trozos de los textos, o pedirle que los leyera
él, aunque para él siempre era un tostón hacerlo.
Y poco a poco las
cosas cambiaron de nuevo. Gracias a la terapia Ana pudo verbalizar sin temor
todo lo que le pasaba, sentía, pensaba. En la consulta no había nadie que
juzgara a Ana. Bueno, sí: ella misma. Pero con ayuda de su analista, poco a
poco fue sacando de dentro todo lo que tenía. Intentó enfrentarse a Jorge con
sus necesidades y deseos. Pero Jorge no lo tenía claro. Decía que así estaban
bien, que a él le gustaba hacer el amor con ella una vez por semana, que ya no
tenían edad para innovar. Le planteó incluso si no estaría un poco obsesionada
con el sexo. Después de la enorme crisis que habían tenido, quizá él ya no la
deseaba… Era cariñoso, pero…
Y entonces fue
cuando los leyó. Tres libros de los cuales hablaba todo el mundo. Al principio
le encantaba lo extremo de las situaciones y comenzó a hablar con ese lenguaje
en sus momentos con Jorge: a ella le ponía un montón decir polla, follar, coño
y otras palabras. Aunque en ese sentido, seguía sin tener a Jorge de su lado. A
él no le gustaba que ella hablara así. Decía que era soez y chabacano, que así
hablaban las putas y los chulos. Nunca le escucharía hablar así porque él la
amaba demasiado como para ello. De hecho seguía sin hablar nada, ni gemir, ni
nada… Ella fue dejando de hablar y gemía bajito otra vez. También le surgieron
dudas sobre si sería cierto que algunas prácticas no producían dolor, sino
excitación. Pero no se atrevió a proponérselas a Jorge: seguro que volvería a tratarla
poco menos que de obsesa sexual.
Ana tenía la
necesidad de hablar de literatura erótica, pero con Agustín no tenía confianza,
así que decidió hablar con Virginia. Su hermana se había convertido en su mayor
confidente. Nunca juzgaba a Ana y le encantaba escucharla. Ella hablaba
maravillas de su vida sexual. Su marido, Íñigo, era todo lo que una mujer
podría desear. Ana tampoco juzgaba a Virginia, así que ésta le confiaba sin
reparos cualquier detalle de su intimidad. Le proporcionó varios libros, aunque
estaba un poco harta de “las malditas sombras de los huevos”. También le enseñó
sus juguetes y un neceser en el que guardaba de todo, aunque no precisamente
maquillaje. Y entonces Ana comenzó a hablar con Sandra, “su biblioteca
particular”. Esta chica leía toda la literatura erótica que se publicaba en
castellano. A menudo le enviaba los enlaces o títulos que bajaba de Internet. Y
Ana comenzó a buscar. Y encontró muchos blogs de literatura romántica. ¿Por qué
los llamaban así cuando estaba claro que era erótica? Así que este verano había
sido muy fructífero en lo que a lectura se refiere. Había terminado otras
trilogías y sagas, así como muchos libros y relatos y además Sandra le ponía al
día en cuanto a autoras y libros.
Pero todo esto le
provocaba mucha inquietud. Constantemente se preguntaba si ella podría llegar a
experimentar tal o cual cosa que había leído. Si podría atreverse algún día a
tener una aventura. ¡Era absurdo! A ella nunca se le había presentado la menor oportunidad.
Pero ¿y si algún día se presentaba? No. Era imposible. Ella estaba
absolutamente enamorada de Jorge. ¿Sería eso cierto? ¿Y si alguna vez conocía a
alguien…? ¿A quién iba a conocer ella? Si siempre se movía en los mismos
ambientes. Sí, conocía a mucha gente, pero no como para… Pero ella quería a
Jorge. Nunca se plantearía nada con otro hombre. Aunque el sexo podría ser
mejor si… Pero ella se sentía satisfecha con su marido. Bueno, a veces se quedaba
con las ganas. Pero él sí tenía suficiente. ¿Sería bueno hacerse tantas
preguntas? ¿Y ponerse tantos “peros”?
Y ahora todo volvía
a estar enrarecido. Jorge estaba frío y distante. Ella también. Apenas
hablaban, compartían pocos momentos y casi nunca hacían el amor. Sólo estaban a
gusto cuando estaban con otras personas. Ana había intentado hablar con Jorge,
pero la conversación acabó enseguida con aquello de:
—No te preocupes.
Seguro que es una racha y pasará pronto.
Delicioso relato de lo que much@s sentimos y hemos pasado pero nio nos atrevemos a confesar. Exquisita la forma y realista y veraz el fondo. Enhorabuena Mary sigue deleitandonos con tus relatos
ResponderEliminarAntonio, Éste es el 1º capítulo de mi libro. Lo leerás o lo habrás leído ya. Celebro que te esté gustando. Un besito.
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