miércoles, 6 de noviembre de 2019

Y AL FIN LLEGASTE. Mary Ann Geeby


Tanto tiempo esperándote.
No en la estación, de acuerdo. Aquí sólo he estado algo más de un par de horas. SÓLO ESO…
Nerviosa perdida, en cuanto me llamaste, comencé a prepararme. Me puse la ropa nueva y tu perfume favorito. Eso me habías dicho, ¿recuerdas?
“Adoro el agua de rosas. Es mi perfume favorito”.
Pues casi corriendo, llego a la estación. Hoy no me he caído; eso ya es un triunfo, teniendo en cuenta lo nerviosa que estaba. Pero me he obligado a estar muy atenta, no me he puesto tacones y he tenido el mayor de los cuidados.
Entonces recibo tu whatsapp:

Ya hemos pasado Palencia

Me siento en la cafetería y me pido un sándwich. Imposible meter algo más contundente. Los nervios copan mi estómago. Y para beber, un Aquarius de limón.

Vas a comer ya? —te pregunto.
No creo que me entre nada —respondes.
Inténtalo. Ve al vagón restaurante —te propongo.
Tengo un tupper —resuelves.
Y para beber? —No me canso de saber cosas de ti.
Bitter Kas —me sorprendes.

Te desconectas.
Saco mi novela del bolso e intento leer. “…Desde hace un par de semanas, ya no espero nada de nada. Nunca podría haber imaginado que te fueras sin despedirte, sin una palabra o un mensaje. Sólo aquel plantón en El Barco y nada más. Silencio. Bloqueo en las redes y…”
¡Ay que joderse, con la novela de las narices! ¡Vaya tocapelotas (creo que sobra esta ,)  esta autora! ¿Por qué la estoy leyendo? ¡A tomar por saco! Cambio de tercio y mejor voy a hacer un sudoku; el reto de hoy está sin completar.
Dos fallos estúpidos y un cuarto de hora más tarde, dejo el puñetero sudoku. Me pondré con el WoW, pero ¿quién leches puede aguantar ahora la publicidad? ¡Ah, ya sé! Durante los anuncios, vuelvo a abrir la novela.
“…Desde hace un par de semanas, ya no espero nada de nada. Nunca podría haber imaginado que te fueras sin despedirte, sin una…” ¡Joder, yo también parezco masoquista, coño!
Inmediatamente pienso en ti y en lo que me dirías: “¡Esa boca, Ana!”. Sonrío. Tus comentarios siempre me hacen sonreír.
Miro el sándwich y veo que sólo he dado dos bocados. Me obligo a morder otro poco. Me cuesta masticar. Bebo algo de Aquarius. Recuerdo a mi hijo, cuando era pequeño, masticando la manzana. Cara insípida, aburrida, cansada, como la que tengo ahora. Vuelvo a sonreír. Trago.
Miro el reloj. Asombrosamente, es casi la hora.
Recojo mi bolso, guardo el libro y meto el móvil en el bolsillo. Por megafonía anuncian que tu tren está entrando en la estación.

Estoy aquí —recibo tu whatsap.
Lo sé. Te espero al final del andén —te respondo.

De nuevo te desconectas. Muy tú.
La máquina llega justo a mi altura y para. Veo a través de las ventanillas a los pasajeros haciendo fila en el pasillo, con sus maletas en las manos. Quedan pocos aún sentados en sus lugares. ¡Qué ganas de llegar! ¡O qué tontos! Nunca he comprendido la manía que tienen los pasajeros de aviones y trenes por recoger cuanto antes las maletas y hacer fila en los pasillos, para salir ¿los primeros?
Muevo la cabeza, negando… en fin…
Se abren las puertas. Comienzan a bajar viajeros y a venir hacia mí. Como en una riada… ¡Madre mía! Hace un tiempo tenía fobia a las multitudes. Recuerdo que no podía ir a conciertos, mítines o cualquier otro tipo de concentración. Llegué a tener problemas para hacer la compra en fin de semana… Suerte que eso ya pasó también.
Miro el móvil. No hay mensajes. Levanto la mirada y sigue viniendo gente. Me cambio de baldosa, con el fin de que se me vea bien. Vuelvo a mirar el móvil. Abro el whatsapp, pero sigues desconectado. Reviso donde te dije la ropa que llevo puesta: sí, ahí está. Perfectamente detallada la ropa y el color.
Vuelvo a mirar a la gente. Cada vez “el caudal” es menor. Me encanta ver reencontrarse a las personas. Padres y madres que reciben a hijos e hijas; habrán pasado fuera este último trimestre… estudiando… vienen de vacaciones, o de descanso… a pasar el puente… vuelven… Hay maridos que recogen a esposas, o novias que reciben a sus chicos. Personas que esperan a otras, aunque no sabría decir su grado de relación. Puede que sea menor que el nuestro…
Porque la verdad es que es difícil decir qué somos. ¿Qué leches somos tú y yo? Amigos: es lo que dije en casa. “Voy a recoger a un amigo, a la estación”. Pero tú y yo no somos amigos. Somos otra cosa.

Qué somos? —te escribo.
Dímelo tú —respondes.
No tengo ni idea. Creo que podría definirlo, pero no sería capaz de nombrarlo —explico.

Pero ya no lo has leído. Te volviste a desconectar.
Levanto la vista. Ya sólo vienen algunas personas solas… Bueno, allí viene una pareja. Y del vagón número tres ha bajado una mujer con una niña de la mano.
Un hombre maduro que me mira y sonríe. El corazón me da un vuelco. Le sonrío justo un instante antes de que cambie la mirada y se dirija a la salida… No eres tú.
No viene nadie más.
Ah, sí… una chica.
Nadie más.
Un chico. ¡Oh, vaya! Es muy joven. Ni me mira. De hecho, va leyendo su móvil y sonríe.
Comienzan a apagar las luces del tren. Algunos vagones cierran las puertas. Vienen dos ferroviarios. Imagino que son el jefe de estación y el maquinista.
¿De verdad? ¿Puede ser cierto esto?
Me dirijo a ellos.

—Perdonen. Esperaba a una persona, pero no ha bajado del tren —les digo.
—Todos los viajeros han descendido ya, señora. Ese muchacho era el último.

Señalan al chico del móvil.
Pero no puede ser. Faltas tú.
Me doy la vuelta y me dirijo a la salida. Saco el móvil y veo varios mensajes tuyos. No sé por qué no lo he oído sonar…

Inténtalo —decías, sobre el tema de definir esto nuestro.
Estoy aquí, detrás de ti —pone en otro mensaje, varios minutos después.
Te espero en la entrada de la estación.

Este último es de hace un par de minutos.
Ya he salido de la zona de andenes. Paso la cafetería y llego a la puerta. De nuevo hay mucha gente. Comienzo un barrido de casi ciento ochenta grados, inspeccionando a todo el mundo. Cuando ya llevo la mitad te veo. Me miras y sonríes. Y vienes hacia mí.
Yo te miro a los ojos. Al fin voy a tenerte delante y…

—Hola, Ginebra —me dices. Y sujetando suavemente mi barbilla, me besas. Ese dulce y tierno beso del cual habías hablado tanto.

Entonces compruebo que todo valió la pena.




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