De repente un día conoces a una persona que toca tu piel. La
piel de tu alma, la de tus agobios y problemas; la piel de tus risas y de tus
deseos; la de las preocupaciones y hasta la de tu agenda.
Sientes que sólo quieres hablarle, aunque no pronuncies
palabras. Deseas mirar sus ojos y disfrutar de sus risas. Compartir el sol o
los días de tormenta. Ansías mirar sus canas y sus ganas, oír sus silencios y
respirar su aliento, el aroma del deseo y la obsesión, ese olor… El momento en
el que tu cuerpo toque el suyo, un roce o una caricia, sin querer o con toda la
voluntad guardada durante larguísimos días y horas; siglos de deseo
contenidos en un par de semanas, que se hacen al fin realidad en una sonrisa o
un beso.
El resto de las personas pasan a un segundo plano, porque
sólo quieres estar con ella; aquí mismo, a cientos de kilómetros; a veces, en
otro huso horario, pero a tu lado (como en la canción).
No puedes ver nada más, nadie más.
No. No lo ves. Nunca lo viste.
Y es que "ella" no es yo. Yo soy "otra ella". Otra ella, que también quería eso contigo. Pero tú ya no estás disponible. Ahora sólo estás para ella.
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