Y de nuevo tengo el premio de la misma imagen. No, la misma
no. Hoy brilla.
Cierto que es fantástico verlo brillar. Y, sin embargo, me privaste
de su superficie mate. ¡Me hacía imaginar tantas cosas! Habría querido sentir
mi lengua, experta en dar brillo a cualquier zona, llenando de saliva la
corona, recorriéndola por completo. No entendiste que, a mí, me gustaba más
así. Que en absoluto era malo, ni negativo, ni feo. Estar seco provocaba otros muchos
más deseos…
Y hoy, a pesar de la prisa, no lo quisiste evitar: hiciste que
tu ojo derramara una lágrima. Así pues, al fin brilló, vaya que sí. Brilló y
llenó de nuevo la ventana. Era el centro de todo, el punto de fuga de mi
mirada.
Pero ¡ay! le privaste de mí.
De haber podido agarrarlo. Le privaste de ser sujetado por
mis pequeñas manos, expertas en abarcar. Habría querido sentir cómo crecía, saber
cuánto me buscaba. Le privaste de mí.
Le impediste acceder a mi boca, versada en humedades. No pudo
sentir el calor, el tacto de mi lengua, la dureza de mis labios. Le privaste de
mí.
No pudo sentir mi cuerpo, que sabe cómo hacer vibrar,
disfrutar, brillar. No permitiste que fuera yo, quien le hiciera brillar. Le privaste
de mí.
No. Tú fuiste autónomo y no quisiste.
“Almendras”, dijiste.
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