Él la quería. Ella era feliz.
Cada día le contaba sus cosas, sus preocupaciones y
alegrías. Él la aconsejaba, la escuchaba y le hablaba con dulzura y serenidad. Él
siempre sabía lo que era bueno para ella.
Cuando ella estaba triste o enfadada no le apetecía
contarle, porque ya sabía lo que le iba a decir: “lo que deberías hacer es…”
Ella lo odiaba: era lo peor. Pero había aprendido a callar y escuchar. Normalmente
acababa pronto.
Un día él le pidió el móvil. Necesitaba ver sus últimas
conversaciones de whatsapp. Ella no se lo permitió y él se enfadó mucho.
Ya se habían enfadado más veces, pero esta vez fue
diferente. Él le estuvo avisando algunos días aún: “Así no serás feliz”, “Te arrepentirás”,
… pero ella no quiso escucharle. Ya no.
Pasaron varios días y él dejó de hablarle. Y ella le echó de
menos. Le extrañaba tanto… él la quería… ¡la quería tener! Quizá no la quería
tanto…
Al poco tiempo, descubrió que el aire era menos pesado. Costaba
menos respirar. Pudo pasar un día completo sin pensar en él. Y no dolía.
ELLA SE QUERÍA. Ella fue feliz.
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