En noviembre de 2015 participé en el ANAQUEL LIVE 2, escribiendo el capítulo 10 de la novela EL PELIGRO DE AMAR. Os dejo el enlace al blog de Anaquel, por si queréis descargarlo.Como digo, éste fue el capítulo décimo:
MÁS QUE AMIGOS (Mary Ann Geeby)
La mano de Fernando se dirigió lentamente a la mejilla de
Mar. Recogió aquella lágrima y la acarició, sonriendo. Después ya no habló en
todo el trayecto hasta su casa. Mar lloró casi todo el camino, pero él la dejó
intimidad para que pudiera soltar tanta tensión acumulada en las últimas horas.
Un par de veces él acercó su mano a la rodilla de ella, acariciándola
lentamente, para volver a colocarla en el volante. Ella no apartaba su mirada
de la ventanilla, avergonzándose al expresar sus sentimientos de aquel modo,
pero sin poder ni querer evitarlo.
Al llegar a la verja, Fernando se bajó para abrir la
cancela. Volvió a entrar en el coche con el fin de meterlo dentro, junto al jardín. Ella le
preguntó:
—¿Dónde estamos, Fernando?
—En mi casa. De mi mujer, para ser exactos. —le respondió
serio —. Estate tranquila. Aquí no nos encontrarán.
—Debería ponerme en contacto con Andrés. Explicarle que he
escapado, que me has liberado. Debería… —Pero de nuevo un torrente de lágrimas
pudo con la entereza de Mar.
Fernando la abrazó, ofreciéndole su pecho para llorar. Ella
le pasó de nuevo los brazos por el cuello y lloró. Lloró mucho. Hasta que se
tranquilizó. Entonces él salió del coche, le abrió la puerta a ella y
cogiéndole de la mano, la acompañó al interior de la casa.
Dejó a Mar en el sofá y la tapó con una manta.
Inmediatamente se puso con la tarea de encender la chimenea, preparar una sopa
caliente para cenar y por fin, se sentó junto a ella.
—Mil gracias, Fernando. Eres más que un amigo para mí, lo
sabes. —Y le dio otro beso en la mejilla. Esta vez fue más lento, más cálido.
Fernando cerró los ojos, queriendo guardar la sensación de aquellos labios en
su cara. Por un segundo los imaginó en sus propios labios y un leve gemido
escapó de su boca.
—Voy a por la cena. Ya estará hecha. —comentó azorado. Si él
se atreviera… Si tan sólo pudiera dejarse llevar…
Mar ya estaba mucho más tranquila. Aprovechó para ir al
servicio y asearse un poco. Al volver al salón de la preciosa casa, Fernando ya
había preparado unas bandejas con unos cuencos de sopa y unas tortillas. Había
sacado pan del congelador y lo había descongelado en la chimenea.
—¡Qué bien huele! ¿Has cocinado? Y ¿cuántas cosas había en la
casa? —preguntó ella felizmente asombrada.
—Vengo a menudo aquí. Siempre tengo pan y comida en el
congelador, así como huevos, aceite y esas cosas que se tienen en una casa de
pueblo.
Mar cortó un pellizco de pan crujiente y lo metió a la boca.
Cerró los ojos y gimió.
—Gracias, cariño. También por esto. —le dijo ella.
—Ya no me agradezcas más, Mar. Tú eres muy importante para
mí, lo sabes. Mucho… —Fernando ya no sabía cómo decir… O quizá “no decir”…
Mar empezó a tomar la sopa. Tenía hambre y frío, aunque su
cuerpo comenzaba a entrar en reacción. La chimenea estaba a tope ahora. Fernando
añadió leña y siguieron cenando. Un poco de vino ayudó a entonar sus cuerpos y
a relajar más los ánimos.
Aún agobiada por las terribles horas que había vivido, Mar
miraba a su salvador con emoción, aunque sospechaba que muy dentro de ella,
habría deseado que fuera Andrés quien la hubiera salvado. O quizá no. Lo cierto
es que Andrés siempre fue muy poco sensible con ella. No se había preocupado en
absoluto por sus sentimientos. Había continuado su historia con Brigitte, aún
sabiendo que Andrea de Martino le había advertido que iría a por ella, a por
Mar. Ella, que no tenía nada que ver en esa horrible historia, tuvo padecer que
su amor se colara por aquella egoísta francesita. Lo único que había hecho,
desde que todo esto comenzó, era sufrir. Y Fernando había sido tan gentil, tan
maravilloso con ella… Suspiró.
En cuanto terminaron la cena, Fernando comenzó a recoger. No
podría quedarse a su lado, no sería capaz de soportarlo. Sus dedos le
cosquilleaban, deseaba tocarla, acariciar aquella suave y maravillosa piel tan
blanca, oler su cuello,… A pesar de haber estado tantas horas secuestrada en
aquel sótano, olía de maravilla. Y tenía grabado en su mente lo que sintió en su
mejilla, en los dos momentos en los que le había besado, después de su valeroso
rescate. Esos labios que hicieron que su piel ardiera… Esos labios tan suaves…
Esos labios… Si él pudiera lamerlos, si pudiera morderlos suavemente, si
pudiera besarlos… De nuevo se obligó a pensar en otra cosa, volver a la
realidad, algo como fregar los cuencos y los platos, sí: eso haría.
Mar seguía pensando. ¿Quién era ella para él? Sólo una
amiga. Pero él la había rescatado, la había abrazado, la había ayudado a
caminar. Cuando creyó que se desmayaría, que se derrumbaría por la debilidad y
el cansancio… él la sujetó fuertemente. Y había sido tan cariñoso, respetando
su dolor pero acariciando su rodilla, mostrándose presente aunque dejando
espacio… Fernando siempre había sido tan maravilloso… ¿Por qué no podía ser así
Andrés? Tan caballero, tan gentil, tan pendiente de ella…
Entonces se dio cuenta: en todo momento comparaba a Andrés
con Fernando. Deseaba que fuera como éste. Quería que estuviera allí con ella,
como Fernando estaba. ¿Pudiera ser que quizá no estuviera tan colada por
Andrés? ¿Sería posible que en realidad le gustara Fernando? Era seguro que él
estaba enamorado de ella, pues se le notaba. ¿No se había sonrojado cuando ella
le besó? Y ella… ¿No había deseado que él la tocara, que la abrazara, que la
besara?
Fernando volvió de la cocina y sonrió mientras se acercaba.
Ella le devolvió la sonrisa. Se sentó a su lado.
—Fernando, eres más que un amigo para mí. Tú eres…
—Mar, yo…
Pero no pudo seguir. Lo vio claro. Ella se acercó y había
seguridad en su mirada. Esa preciosa boca, esos labios tan brillantes,… ¡Dios,
cómo se puede desear tanto besar a alguien! Entonces la besó. Y fue
maravilloso. Muy lento al principio. Los labios se encontraron, se reconocieron
y resultaron ser tan suaves y cálidos que por unos segundos desearon que el
momento fuera eterno. No sabían separarse, ni querían. Era demasiado obvio:
deseaban continuar juntos por siempre. Sin embargo esa breve eternidad terminó,
aunque fue aún mejor. Sus labios se abrieron ligeramente y Fernando quiso
asomar su lengua a la boca de Mar. Lamió sus labios, buscó en su interior y
encontró la de ella, que lentamente le reconoció. Ambas se acariciaron,
mientras las bocas encajaban de nuevo. De pronto, un maravilloso gemido
abandonó la garganta de Mar. Para él fue la gota que colmaba el vaso, o más
bien que lo desbordaba, pues Fernando llevaba rato sintiendo una enorme presión
en su vientre y en ese momento se percató de la humedad de alguna primera gota
ansiosa por escapar de su ardiente cuerpo.
—Mar, yo te quiero. ¡Te deseo! —Dijo en su oído.
—Sí, Fernando. Yo también te deseo. —y fueron palabras
mágicas para él. Comenzó a desabrochar los botones de su blusa, a la vez que
volvía a besarla con toda la fuerza contenida de tantos meses de amor en la
sombra.
Mar sintió que su cuerpo le pedía entregarse a Fernando.
Deseaba derretirse entre esas manos que la habían hecho comenzar a temblar.
Quería ser devorada por esa boca ardiente que encajaba perfectamente en la
suya. Sus labios, su lengua, sus dientes… Fernando le quitó la blusa y comenzó
a acariciar su pecho. Su boca acudió presurosa al otro seno, que la llamaba a
gritos. Sintió la entrega total de Mar. Él nunca pensó que pudiera llegar a tenerla.
¡Dios, cuánto la deseaba!
Pero entonces, sus cuerpos parecieron quedar poseídos por
una fuerza interna que les llevaba a correr. Pero no a huir, sino a
apresurarse. Tampoco sentían prisa, sino necesidad. No creían que nada ni nadie
fuera a interrumpirles, pero no deseaban esperar un segundo más para entregarse
el uno al otro. Se desnudaron mutuamente y Fernando extendió la manta justo al
lado de la chimenea. Luego tomó a Mar de la mano y la ayudó a tumbarse. Bocas,
manos, cuerpos… lenguas, labios, dientes… dedos, palmas, brazos… piernas,
sexos, mentes… Se amaron y se adoraron de todas las maneras que sabían. Se entregaron
de todos los modos que imaginaron. Una vez con prisas, pues la pasión les
podía. Otra lentamente, pues el amor les conducía. Siempre con deseo y pasión.
Y al final, los protectores brazos de Fernando que la envolvían sin
condiciones.
—Prométeme que me protegerás. Que cuidarás de mí. Que nada
ni nadie nos separará. —le pidió Mar.
—Siempre, mi amor. Siempre. —respondió Fernando.
Y ambos se durmieron. Fernando con la alegría de tener a su
amor entre sus brazos. Mar, con la tranquilidad de sentirse protegida. De
hecho, no pensó más en Andrés. Felices, abrazados, juntos a la chimenea. Así
los encontró la mañana.
Me acuerdo de este capítulo... incendiario ¿cómo no viniendo de quien viene? Ja,ja,ja,ja,ja,ja. Una gran novela, lástima que no la cuelguen en Amazon, aunque sea gratis, sería una buena publicidad para todos los que participamos en ella ¿no, bombón? Besacos!!
ResponderEliminarGracias por el comentario, Frank. Sabes? Gracias a que me ayudó mucho Ricardo. Le mandé el capítulo y le pregunté opinión, antes de entregarlo. En realidad no conocía a tantos compañeros y no sabía si les gustaría mi género... Pero él me apoyó y me animó. Yo también a él con su capítulo.
EliminarY sobre esa idea de colgarlo en amazon, pues estoy totalmente de acuerdo contigo. Buena publicidad y un buen regalo para nuestros lectores. La novela quedó genial, la verdad.
Un beso enorme.