Mañana de Reyes: MÁGICA, FANTÁSTICA, llena de ALEGRÍA e
ILUSIÓN. O no tanto…
Una recuerda los años de niñez, pero eso es lo que dice todo
el mundo. Cuando nos levantábamos pronto, madrugando hasta lo indecible:
—¿Habrán venido ya los Reyes, Mary?
—No sé. Levántate tú. Haz como que vas al baño y echas un
vistazo.
Todos los años era igual entre mi hermana y yo… ¿Quién de
las dos se atrevería a levantarse? No queríamos arriesgarnos ¿Y si nos los
encontrábamos? Había quien decía que, si te los encuentras, no te dejan nada…
Eso era malo, muy malo…
Pero jamás nos los encontrábamos. Y sí las montañas de
regalitos. Siempre fue mágico y fantástico, alegre y especial. Y entonces
crecimos…
¡QUE NOOOO! ¡Que siguió siendo especial! Recuerdo mis
primeros años de casada. No había niños en casa, y sin embargo seguíamos
dejando dulces y bebida para sus majestades, agua y patatas para los camellos… Discutíamos
por ver quién se acostaba en último lugar, por poner los regalos junto a los
zapatos, después del otro. Seguía siendo MÁGICO.
Luego llegaron los niños. Todo volvió a ser como en los
cuentos de hadas. Risas, música, juegos y diversión. Abrir regalos y paquetes,
inmortalizar la cara de los pequeños, inolvidables expresiones de alegría y
felicidad: La verdadera ilusión.
Este año todo fue diferente: la Navidad en sí, lo fue.
Comienzan a faltar los seres queridos y, aunque te empeñas en disfrutar, en
hacer las cosas como cuando estaban aquí, como habrían deseado, es
prácticamente imposible. Una hace el esfuerzo y pasa la Navidad y hasta el Año
Nuevo. Cuesta poner caras alegres, cuando las personas tienen roces entre sí, pero
con un poco de esfuerzo, hasta se puede intentar. Sólo es cuestión de saber
fingir, de hacer un esfuerzo, de sacar ese recuerdo de amor por las personas
queridas.
Y por fin, llegan los Reyes. Por primera vez una tiene la
fuerza para confesar a alguien querido que ha perdido la ilusión. Una intenta encontrar
disfrute en las cosas que realmente dan la felicidad: en su familia, en su
gente especial, en su proyecto de vida. Pero cuando las cosas no salen bien,
cuando falta el amor o la ilusión, cuando ha desaparecido la fantasía y sólo se
ven las cosas tristes y duras de la realidad, todo es mucho más difícil. Y
entonces cuesta hasta fingir. Imposible poner una cara alegre cuando alguien te
dice:
—Me importan un bledo tus regalos. Paso de todo.
Es duro vivir una Navidad sin alegría: la primera Navidad
sin Ilusión. A una le cuesta mucho aceptarlo, asumirlo…
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