Hola:
En la última entrada os expliqué que "había algo por
ahí" referente a la cena. Pues bien: esta es la 1ª vez que he escrito con
otra persona. En este caso, él me contó la historia, tal y como sucedió. Parte
de ella es cierta y otra parte es inventada. Yo seguí exactamente la historia
que me relató y la escribí.
Para ser la primera vez que escribo con alguien, la experiencia me
ha encantado. Lo más difícil fue intentar poner en mis manos las palabras de
Julián, o conseguir escribir fielmente lo que él me estaba contando. Y no debe
haber quedado tan mal, porque la publicó en un foro de facebook y tuvo mucha
aceptación. De nuevo es un relato erótico. Espero que os guste.
LA
CENA
Autores:
Mary Ann y Julián Pulido
Salió agotada del trabajo. No quería irse a
su casa: prefería ir a ver a Julián. Él siempre solucionaba sus calentones y le
daba lo que ella quería: sexo del bueno, sin compromiso. Había quedado con él
en que se pasaría por su casa, cenarían y follarían un rato. Quizá hoy la
dejara quedarse a dormir con él. Esperaba que no hubiera preparado una gran
cena: algo de picar estaría genial. Entró y se lo encontró tumbado en el sillón
del salón, viendo una película. A ella le gustaban las comedias románticas,
pero Julián prefería las de acción.
- ¿Qué ves? – preguntó María, agachándose
sobre su boca para darle un beso en los labios. Él la agarró del cuello y la
retuvo, alargando el beso, abriendo despacio sus labios para introducir su
lengua. Mordisqueó suavemente su labio inferior y lamió el superior.
- Mmmmm… Tenía ganas de verte. – Contestó
Julián sonriendo, mientras se separaba de ella. – “Objetivo: la casa blanca”. Es
del “moñas” ese que te gusta a ti. ¿Gerard Butler, se llama?
- ¿Moñas? ¿MOÑAS? Es mi actor favorito, me
encanta, está buenísimo!!!! – rebatió María. Volviendo a acercarse, continuó –
Mmmmmm, ¿podríamos repetir ese beso? Yo también te eché de menos.
- ¡Claro! – accedió Julián. Retiró la mano de
su cuello y la metió por debajo de la falda del vestido. Tocó el muslo de María
y fue subiendo poco a poco, retrasándose con el dedo en el encaje de las
medias. ¡Dios, cómo le gustaban esas medias sin ligas! Se sujetaban solas en lo
alto del muslo y dejaban paso libre hasta llegar a sus bragas. – ¿Tienes mucho
hambre? – le preguntó con esa voz grave, que a María le calentaba hasta las
pestañas.
- Un poco, no demasiado. ¿Qué has preparado
para cenar? – preguntó María, separándose con desgana.
- Unos canapés de salmón. El martes me
dijiste que tenías ganas de probarlos. Vamos a cenar en cinco minutos, si
quieres. Abro el vino y lo pongo en el decantador, para que respire. – explicó
Julián levantándose.
- Bueno, voy al baño y a ponerme un poco más cómoda.
– Dijo María yendo a la habitación.
- Sí, María. Dúchate y ponte eso que te he
dejado sobre la cama. ¡Y no te quites las medias ni el sujetador, pero sí las
bragas! ¡Ah! ¡También tienes que ponerte ese juguete que he colocado encima! –
la voz de Julián no dejaba lugar a dudas: era una orden y María debía
cumplirla.
Entró en la habitación y encontró sobre la
cama un vestido azul, muy pequeño: muy cortito y muy ajustado. Sobre él, había
un pequeño huevo plateado. Ella sabía de sobra dónde debía colocarlo, así que
fue al baño, se duchó y se lo colocó. Tenía claro que ese objeto vibraba,
manejado con un mando que con toda certeza tendría Julián. Esa simple
convicción la hizo calentarse. Volvió a la habitación y se enfundó el vestido.
Había que reconocer que estaba preciosa. Comprobó que estaba lista y regresó al
salón.
- Estoy preparada. – le dijo al llegar.
- ¿Sí? A ver, que te vea – le cogió de la
mano, levantándosela. – Date una vuelta… Sí, de acuerdo, entonces siéntate,
cielo. – añadió Julián, sonriendo.
En el momento de sentarse, Julián metió la
mano en su bolsillo y el huevo comenzó a vibrar en el interior de María. Ella
gimió, se sujetó a la mesa y se sentó, al tiempo que cerraba los ojos.
- ¿Todo bien, María Lourdes? – le preguntó
Julián en una carcajada, utilizando su nombre completo que a ella tanto le
fastidiaba.
- Todo genial, Julián de Todos los Santos –
respondió María para molestarle a él, sin conseguirlo.
Comenzaron a cenar y Julián decidió subir el
nivel de vibración, con lo que María dio un bote en la silla. Le sirvió una
copa de vino y propuso un brindis:
- ¡Por la cena de hoy, para que te guste el
postre que te he reservado! – deseó Julián.
- ¡Por ello! – secundó María.
Terminaron los pinchos y Julián volvió a
subir el nivel de vibración, colocándolo al máximo. María comenzó a gemir sin
pudor, colocando sus manos en los muslos, pues no era capaz de aguantar el
calentón en silencio.
- ¡Dios, qué caliente te pones, vamos,
córrete para mí! – le propuso Julián.
- ¡Sí. Me corro…. No puedo esperar más… Me
corroooooooo! – gimió María dejándose caer sobre la mesa.
Julián acarició su espalda y apagó el
vibrador para permitirle relajarse un poquito.
- Déjame que te lo quite. Enseguida
empezaremos el segundo round. – ordenó de nuevo.
María abrió las piernas, dando acceso a la
mano de Julián que le quitó el huevo, colocándolo sobre el mantel. Pero los
ojos de éste se abrieron cuando vio salir de su coño esos hilillos de líquido,
que a él le ponían tan cachondo. Así que sentó a María sobre sus piernas y le
metió dos dedos en el coño.
- Sácate una teta. Así, frótala. Tírate del
pezón. Ahora, dámela, te la quiero comer. – Y como siempre, hizo todo lo que él
le pedía.
María obedecía siempre a Julián en los
momentos de sexo. Ella siempre estaba dispuesta a un buen orgasmo y a él le
encantaba. Por otra parte, él siempre le ordenaba cosas que a ella la llevaban
al máximo. Nunca usaban palabras románticas; eso no iba con ellos. A María le gustaba
que Julián la llamara “cachonda” y a él le gustaba usar un lenguaje directo con
ella.
- ¡Más, por favor, sigue follándome! – pidió
María.
- Meteré un tercer dedo si me prometes que
gritarás mientras te corres esta vez. – le prometió Julián, poniéndole una
condición.
- Sí, gritaré, lo juro. – prometió María.
Julián metió otro dedo y aumentó el ritmo de las embestidas. También siguió
castigando sus pezones con fuerza.
- ¿Te gusta que te folle con mis dedos,
cachonda? ¿Te gusta que te coma las tetas, que mordisquee tus pezones? ¿Te
gusta? – le preguntó Julián, viendo que ella comenzaba a convulsionarse por el
orgasmo cercano.
- ¡SÍ, ME GUSTA, FÓLLAME CON FUERZA! –
respondió ella gritando.
María se corrió en las manos de Julián, entre
gritos y gemidos de placer. Luego dejó caer su cabeza en el hueco del cuello.
Mmmmm! Era un gustazo relajarse oliendo su aroma, a chocolate y a sexo.
- ¿Has cenado bien, cielo? – le preguntó
Julián, de nuevo su voz grave, cargada de deseo. Sus ojos se habían oscurecido
y su boca se arqueaba ligeramente de un lado.
- He cenado genial. Y el postre me está
encantando. Pero ¿no crees que ya voy servida por hoy? Quizá tengamos que
acostarnos ya, a dormir. – sugirió María.
- ¡De eso nada, cachonda! ¿Te acuerdas que te
prometí una maratón de sexo? Pues esto no ha hecho más que empezar. Te correrás
varias veces más hasta que me supliques que paremos, porque no puedes más. Pero
eso será dentro de mucho rato. ¡Vamos a la cama! Estoy loco porque me comas la
polla y también quiero follarte ese culo tuyo tan apretado, que me pone a cien.
Se dirigieron a la habitación y María colocó
las manos en el pantalón de Julián, mientras iba tarareando “Ardor, que fue
bajando hasta el cinturón, que tú desabrochaste sin ningún pudor…” A los dos
les traía recuerdos muy tórridos la canción de Pablo Alborán. Le ayudó a
quitarse el pantalón y los bóxers y a tumbarse en la cama. Julián cogió a María
del pelo y dirigió su cabeza hacia abajo. No había duda de lo que él quería,
pero a ella también le encantaba. Metió su polla en la boca y de la primera
embestida la llevó hasta el fondo de su garganta. Se retiró despacio y comenzó
a moverse adentro y afuera, estrechando los labios sobre el tronco de su
hombre. ¡Dios, cómo le gustaba que Julián le follara la boca! La sacó despacio
y la mordió, no muy fuerte, como a él le gustaba. También se dedicó a lamer y
mordisquear la cabeza, entreteniéndose en la corona, con su lengua, con sus
dientes, para volver a metérsela hasta dentro. Julián comenzó a mover las
caderas y sujetar la cabeza de María, a la vez que gemía:
- ¡Así, nena! ¡Joder, cómo me gusta follarte
la boca! ¡Un poco más! – Pero entonces se la sacó. – Colócate, María, quiero
follarte el culo.
Y así lo hizo ella. Se colocó, abrió sus
piernas, expuso su ano y le acercó el lubricante. Él extendió un poco en la
abertura y otro poco en su polla, y de una sola embestida, se la metió hasta el
fondo. María comenzó a masturbarse, frotando su clítoris, al principio más
despacio y después, más deprisa y fuerte. Julián la follaba con fuerza, de modo
que creyó que se iba a correr dentro de ella, pero en un momento, él le dijo:
- ¡Abre tu boca, zorrita! En cuanto te
corras, me voy a salir y me voy a correr sobre tus tetas y quiero que caiga
algo en tu boca. Luego te lo tragarás, ¿vale?
- ¡Claro, Julián, me lo tragaré todo! –
respondió ella. – Ya me corro, ya me corro, ¡JODER, ME CORROOOOOOOOOOO! –
volvió a gritar de nuevo.
De modo que Julián se salió, cogió su polla
con su mano y la bombeó con fuerza sobre el pecho de ella. Enseguida salió el
primer chorro de semen, que él esparció sobre sus tetas. Al brotar el segundo,
se aseguró de que cayera en la boca de ella. María comenzó a tragar con ahínco
y buscó más, acercándose incluso a la punta de su polla, chupándola y
terminando de exprimirla.
Ambos se quedaron tumbados en la cama,
recuperándose del último orgasmo. Enseguida Julián le preguntó:
- ¿Querrás ahora que te coma el coño? No
hemos hecho demasiado caso a tu clítoris. – era increíble la capacidad de
recuperación de este hombre. Esto también le gustaba a María.
- Claro, sabes que me encantaría. – respondió
ella.
- ¿Sabes? Llamé a Julia para que se nos
uniera hoy. Me habría gustado que te comiera el coño mientras tú me comías a mí
la polla. Pero no le fue posible venir. Así que tendrás que arreglarte con mi
boca y mi lengua.
Por supuesto, con semejante contexto, María
estaba de nuevo caliente como un horno. Julián se le acercó y comenzó a comerle
el clítoris. Chupaba, lamía, mamaba y mordisqueaba ese botón rosa que ella
siempre tenía duro y mojado. Cogió el delfín de la mesilla y se lo metió
mientras seguía castigándole con su boca. De vez en cuando paraba para darle un
azote y continuaba con su tarea. En unos pocos minutos, María mojó las sábanas
y la cara de Julián, gritando de nuevo, mientras él se bebía toda la humedad de
ella.
En cuanto se recuperó un poco, le dijo:
- Voy a ducharme y me quedo a dormir, ¿de
acuerdo?
- No, María. Dijimos sin compromisos. Eso
implica que te vayas a tu casa después de follar. – le respondió Julián muy
serio.
- ¡De acuerdo! – contestó ella levantándose,
enfadada. – ¡Enseguida me ducho y me voy!
- De nuevo has equivocado la respuesta,
María. No vas a ducharte. Te vas a tu casa con tu marido. Y te llevas en tu
piel mi olor y mi sabor. Si quieres ducharte, te duchas en tu casa. – añadió
sonriendo, hablando despacio.
- Pero Julián, él notará que he estado con
otro. ¡No me puedes hacer eso! – protestó María de nuevo.
- Sí puedo. Lo estoy haciendo. Cuando
quieras, revisamos los términos de nuestro “acuerdo”. Eran, si no me equivoco,
sexo duro, sin compromisos, sin quedarte a dormir ni abandonar a tu marido. Tú
lo sabes: el día que decidas abandonarlo y venir a vivir conmigo, te ducharás
aquí y dormirás conmigo. Eso sí: no follarás con nadie más que conmigo o con
quien propongamos de mutuo acuerdo. Pero hoy no vamos a debatir todo esto. – sentenció
Julián.
- ¿Sabes algo? Al final conseguirás que te
deje. Me enfadaré tanto que no volveré más. – le amenazó ella, muy enfadada.
- No, María. Tú siempre volverás, porque yo
te doy algo que no te da nadie más. Ahora vete a tu casa y descansa. Llámame mañana
y, si quieres, quedamos. Buenas noches. – y Julián se dio la vuelta y se
dispuso a dormir.
- Buenas noches y felices sueños – susurró
María antes de salir por la puerta.
Bajó al coche y rompió a llorar. Sabía que
Julián tenía razón: ella era una zorra que sólo quería sexo sin compromiso y
sabía que él se lo daría una y otra vez. Para vivir, seguiría con su marido. No
le satisfacía en absoluto: era soso, aburrido y no le gustaba el sexo. Pero
tenía dinero y posición, de modo que no le abandonaría. Siguió llorando hasta
llegar a casa.
Nada más entrar comprobó que su marido estaba
ya acostado y se fue a la ducha. Siguió llorando mientras se duchaba. Odiaba
reconocer que Julián tenía razón. Salió, se secó y se enfundó su horrible
pijama de franela. Antes de salir del baño, envió un wassap a Julián:
- Tienes razón, me
conoces muy bien. Mañana te llamo y quedamos para follar de nuevo.
Se metió en la cama y se durmió pensando en
la cena, en el postre, en Julián y en ella…
Esto son cenas con temperatura.
ResponderEliminarVaya con Julián, me has dejado con la intriga de que es realidad y qué ficción, pero supongo que esa es la idea.
ResponderEliminarUn gran relato. Morboso y caliente y fenomenalmente redactado.
Estoy impresionada.
Gracias por escribirlo a los dos.
Besos.