ESAS MANOS, de Mary Ann Geeby

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Entré en la sala grande y observé una mesa alargada, perfectamente preparada. De hecho, mucha gente ya estaba sentada, a pesar de que faltaban unos minutos para que comenzara la comida. Busqué el cartelito con mi nombre y lo vi cerca de una de las cabeceras. Me acerqué y comprobé que conocía a la mujer de mi derecha: era Lucía, una compañera del departamento de administración de la empresa. No había visto antes al caballero de mi izquierda. Y aún no se había sentado nadie enfrente de mi sitio. Saludé a la mujer, con quien había coincidido en uno de los talleres de la mañana. El hombre se presentó:

—Encantado. Mi nombre es Javier. Creo que no nos conocemos. —Tendió su mano para chocar la mía. En este simposio todos eran excesivamente formales, para mi gusto.

—Hola, Javier. Mi nombre es Marta. Encantada. —Choqué su mano y ambos nos sentamos.

Saludé sonriendo a las personas de alrededor, quienes correspondieron a mis palabras o gestos.

Y en ese momento llegaste. Agitado —habías subido las escaleras corriendo— y algo colorado, dejaste tu cartera colgada del respaldo de la silla. Saludaste a los comensales de tu izquierda y tu derecha y me miraste.

La respiración se congeló en mi garganta. Sabía que estarías allí, pero no esperaba verte justamente en ese momento. No sabía qué hacer: cómo reaccionar o comportarme. Se nos olvidó comentar ese tema.

Tú lo resolviste con naturalidad.

Alargaste tu mano, alcanzando la mía y te presentaste:

—Hola. Creo que no nos conocemos. Soy Héctor.

Mi mano se encontró con la tuya y la reconoció por su tacto. Por su temperatura y suavidad.

Incorporándome levemente, sujeté esa mano, algo más del tiempo que sería normal. Aproveché para responder:

—¿Qué tal? Soy Marta. Encantada de conocerte, Héctor.

Sonreíste y tuve que soltar tu mano. No me quedaban motivos para seguir aquel maravilloso contacto.

Esas manos. ¡Bufff!

La comida comenzó...