domingo, 24 de noviembre de 2019

AZUL ESTOCOLMO, de Carmen Sereno



SOBRE LA NOVELA:

Puedes adquirir AZUL ESTOCOLMO, de Carmen Sereno, en:
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·         En diversas librerías físicas o digitales.

Sinopsis:
"Él y yo volveríamos a encontrarnos en cualquier otra vida."
Ana Luna ya no trabaja en Laboratorios Grau. Es hora de buscar un nuevo empleo y sacarse a Eric de la cabeza. Y del corazón. Pero ¿cómo se puede olvidar a alguien que se ha metido en lo más profundo de tu ser? Cuando por fin empieza a ver la luz al final del túnel y a recuperar el control de su vida, la repentina aparición de Eric y su inesperada propuesta pondrán a prueba su voluntad. 
¿Aceptará Ana que su síndrome de Estocolmo nunca se irá?

Blog: Lo claro rompe (actualmente cerrado)
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Facebook: Carmen Sereno 
Twitter: @spicekarmelus 

CARMEN SERENO para mí:
Para retomar esta sección, he decidido no enviar a Carmen el típico cuestionario. Tampoco quiero copiar su biografía, que podéis encontrar en la solapa de sus libros, así como en muchos blogs y páginas de literatura, en internet. Yo, por el contrario, prefiero contaros cuál ha sido mi experiencia con ella.
Conocí virtualmente a Carmen en twitter y durante unos meses, pertenecimos a grupos en los que publicitábamos mutuamente nuestros trabajos. Conectamos enseguida. Me encantaba su blog, sus artículos periodísticos y de opinión y también escuchaba sus intervenciones en radio.
Luego vino eso de conocernos en persona. En mi primer viaje a Barcelona, intenté verla, pero su situación personal y el poco tiempo con el que yo contaba, lo impidieron. Entonces nació su pequeño y, en otro de mis viajes a su ciudad, me abrió las puertas de su casa, para conocerla personalmente, tanto a ella como a su familia (no olvidaré el calor de aquel día). Y, ¿sabéis? Ver en persona esa sonrisa y poder compartir algo de su vida privada fue algo muy especial.
Volvimos a vernos en mi tierra, donde vino de vacaciones, en familia. De nuevo pude compartir con ellos historias de nuestras vidas, risas, los progresos de su peque, cosas de libros…
Seguimos en contacto y pronto pude ser testigo de la publicación de su primera novela, “Maldito síndrome de Estocolmo” (de la cual, le debo mi opinión. Prometo hacerlo un día…), con motivo de haber quedado primera en el premio Chic, editorial que lo publicó. Quiero que sepáis que tengo mi ejemplar firmado por ella, que me supo tan rico como aquel café en el salón de su casa (no olvidaré cuánto llovió aquel día).
Hace unos meses, mis hijos me regalaron “Azul Estocolmo”, por mi cumpleaños. Juntos, el libro y yo hemos estrenado casa y una nueva etapa de mi vida. Es curioso: en los mayores cambios en mi vida, “los Estocolmos de Carmen” han sido testigos de primera mano. Me siento bien por ello.

MI OPINIÓN:
¡NOS LO DEBÍA! Ya lo creo que nos lo debía. Después de la que lio al final de la primera novela, Carmen tenía que darnos algo así. Y eso que nos lo ha hecho desear, hasta el final, claro. Como toda buena novela que se precie, y ésta lo es, se hizo desear el final…
Pero quiero intentar escribir, como siempre hacía, un análisis externo y lo más objetivo que pueda (tarea harto difícil, la verdad).
El estilo de Carmen, como he dicho antes, siempre me gustó. Me gustan sus frases cortas, para describir o relatar sentimientos. Soy de ir al grano y esta mujer me lo da.
Eso no resta perfectas descripciones de lugares (ciudades o estancias), de personas (sí; necesitábamos que Eric estuviera bueno, la verdad), de escenas y situaciones concretas. Es fantástico leer sobre la ciudad de Estocolmo, escenas en las que parece que te encuentres en los lugares descritos, pero sin contar todo, dejando “el gusanillo” que invita a querer conocerlo en persona… También me maravilló leer los momentos íntimos. Tengo un amigo que lo describiría como “novela para leer con una sola mano”. Y es que es imposible no sentir, mientras lees. Y sólo alguien que lo hace muy bien puede parir esta frase: “Cada vez que jugamos con fuego, terminamos empapados”.
Me gustó leer de amor y desamor, tan cercano y personal, o todo lo contrario… es curioso cómo una novela significa una cosa u otra, según el momento vital en el que te encuentres. ¡Es tan obvio!
Otra cosa fantástica de esta novela es la música. Y sí: hice eso de escuchar, mientras leía, las piezas musicales que oyen los protagonistas. No dejéis de hacerlo así. Mola.
Debería explicar alguna cosa que no me haya gustado y me cuesta. Así que me referiré al argumento. Actualmente me gustan menos las novelas que suelo calificar de irreales. Para mí, son las que se corresponden con “La Cenicienta y el Príncipe”, pobrecitas y humildes jovencitas, que necesitan que el todopoderoso dueño de la empresa en la que trabajan las tome bajo su manto. Suerte que, en esta ocasión, Luna es una tía “con un par”, que se propone sacarse las castañas del fuego y pone firme a más de uno. Ambos consiguen que, lo que les una, no tenga que ver con la dependencia o la necesidad.
Finalmente, si nos detenemos en la “otra forma” de escribir (expresiones, gramática, ortografía y léxico) hoy en día es de agradecer encontrarse un libro en el que no hay errores, un libro bien escrito. Gracias por ello, Carmen. Quiero más “de esto”.
Sólo me queda recomendarla. ¿Creéis que habría vuelto a escribir opiniones, si no la recomendara? Es perfecta para todas las personas a quienes les gusta la buena literatura, sea del género que sea. Leed AZUL ESTOCOLMO, si habéis leído MALDITO SÍNDROME DE ESTOCOLMO. Y si no lo habéis hecho, comenzar la primera hoy mismo.

sábado, 16 de noviembre de 2019

Ella (Mary Ann Geeby)


De repente un día conoces a una persona que toca tu piel. La piel de tu alma, la de tus agobios y problemas; la piel de tus risas y de tus deseos; la de las preocupaciones y hasta la de tu agenda.

Sientes que sólo quieres hablarle, aunque no pronuncies palabras. Deseas mirar sus ojos y disfrutar de sus risas. Compartir el sol o los días de tormenta. Ansías mirar sus canas y sus ganas, oír sus silencios y respirar su aliento, el aroma del deseo y la obsesión, ese olor… El momento en el que tu cuerpo toque el suyo, un roce o una caricia, sin querer o con toda la voluntad guardada durante larguísimos días y horas; siglos de deseo contenidos en un par de semanas, que se hacen al fin realidad en una sonrisa o un beso.

El resto de las personas pasan a un segundo plano, porque sólo quieres estar con ella; aquí mismo, a cientos de kilómetros; a veces, en otro huso horario, pero a tu lado (como en la canción).

No puedes ver nada más, nadie más.

No. No lo ves. Nunca lo viste.

Y es que "ella" no es yo. Yo soy "otra ella". Otra ella, que también quería eso contigo. Pero tú ya no estás disponible. Ahora sólo estás para ella.


miércoles, 6 de noviembre de 2019

Y AL FIN LLEGASTE. Mary Ann Geeby


Tanto tiempo esperándote.
No en la estación, de acuerdo. Aquí sólo he estado algo más de un par de horas. SÓLO ESO…
Nerviosa perdida, en cuanto me llamaste, comencé a prepararme. Me puse la ropa nueva y tu perfume favorito. Eso me habías dicho, ¿recuerdas?
“Adoro el agua de rosas. Es mi perfume favorito”.
Pues casi corriendo, llego a la estación. Hoy no me he caído; eso ya es un triunfo, teniendo en cuenta lo nerviosa que estaba. Pero me he obligado a estar muy atenta, no me he puesto tacones y he tenido el mayor de los cuidados.
Entonces recibo tu whatsapp:

Ya hemos pasado Palencia

Me siento en la cafetería y me pido un sándwich. Imposible meter algo más contundente. Los nervios copan mi estómago. Y para beber, un Aquarius de limón.

Vas a comer ya? —te pregunto.
No creo que me entre nada —respondes.
Inténtalo. Ve al vagón restaurante —te propongo.
Tengo un tupper —resuelves.
Y para beber? —No me canso de saber cosas de ti.
Bitter Kas —me sorprendes.

Te desconectas.
Saco mi novela del bolso e intento leer. “…Desde hace un par de semanas, ya no espero nada de nada. Nunca podría haber imaginado que te fueras sin despedirte, sin una palabra o un mensaje. Sólo aquel plantón en El Barco y nada más. Silencio. Bloqueo en las redes y…”
¡Ay que joderse, con la novela de las narices! ¡Vaya tocapelotas (creo que sobra esta ,)  esta autora! ¿Por qué la estoy leyendo? ¡A tomar por saco! Cambio de tercio y mejor voy a hacer un sudoku; el reto de hoy está sin completar.
Dos fallos estúpidos y un cuarto de hora más tarde, dejo el puñetero sudoku. Me pondré con el WoW, pero ¿quién leches puede aguantar ahora la publicidad? ¡Ah, ya sé! Durante los anuncios, vuelvo a abrir la novela.
“…Desde hace un par de semanas, ya no espero nada de nada. Nunca podría haber imaginado que te fueras sin despedirte, sin una…” ¡Joder, yo también parezco masoquista, coño!
Inmediatamente pienso en ti y en lo que me dirías: “¡Esa boca, Ana!”. Sonrío. Tus comentarios siempre me hacen sonreír.
Miro el sándwich y veo que sólo he dado dos bocados. Me obligo a morder otro poco. Me cuesta masticar. Bebo algo de Aquarius. Recuerdo a mi hijo, cuando era pequeño, masticando la manzana. Cara insípida, aburrida, cansada, como la que tengo ahora. Vuelvo a sonreír. Trago.
Miro el reloj. Asombrosamente, es casi la hora.
Recojo mi bolso, guardo el libro y meto el móvil en el bolsillo. Por megafonía anuncian que tu tren está entrando en la estación.

Estoy aquí —recibo tu whatsap.
Lo sé. Te espero al final del andén —te respondo.

De nuevo te desconectas. Muy tú.
La máquina llega justo a mi altura y para. Veo a través de las ventanillas a los pasajeros haciendo fila en el pasillo, con sus maletas en las manos. Quedan pocos aún sentados en sus lugares. ¡Qué ganas de llegar! ¡O qué tontos! Nunca he comprendido la manía que tienen los pasajeros de aviones y trenes por recoger cuanto antes las maletas y hacer fila en los pasillos, para salir ¿los primeros?
Muevo la cabeza, negando… en fin…
Se abren las puertas. Comienzan a bajar viajeros y a venir hacia mí. Como en una riada… ¡Madre mía! Hace un tiempo tenía fobia a las multitudes. Recuerdo que no podía ir a conciertos, mítines o cualquier otro tipo de concentración. Llegué a tener problemas para hacer la compra en fin de semana… Suerte que eso ya pasó también.
Miro el móvil. No hay mensajes. Levanto la mirada y sigue viniendo gente. Me cambio de baldosa, con el fin de que se me vea bien. Vuelvo a mirar el móvil. Abro el whatsapp, pero sigues desconectado. Reviso donde te dije la ropa que llevo puesta: sí, ahí está. Perfectamente detallada la ropa y el color.
Vuelvo a mirar a la gente. Cada vez “el caudal” es menor. Me encanta ver reencontrarse a las personas. Padres y madres que reciben a hijos e hijas; habrán pasado fuera este último trimestre… estudiando… vienen de vacaciones, o de descanso… a pasar el puente… vuelven… Hay maridos que recogen a esposas, o novias que reciben a sus chicos. Personas que esperan a otras, aunque no sabría decir su grado de relación. Puede que sea menor que el nuestro…
Porque la verdad es que es difícil decir qué somos. ¿Qué leches somos tú y yo? Amigos: es lo que dije en casa. “Voy a recoger a un amigo, a la estación”. Pero tú y yo no somos amigos. Somos otra cosa.

Qué somos? —te escribo.
Dímelo tú —respondes.
No tengo ni idea. Creo que podría definirlo, pero no sería capaz de nombrarlo —explico.

Pero ya no lo has leído. Te volviste a desconectar.
Levanto la vista. Ya sólo vienen algunas personas solas… Bueno, allí viene una pareja. Y del vagón número tres ha bajado una mujer con una niña de la mano.
Un hombre maduro que me mira y sonríe. El corazón me da un vuelco. Le sonrío justo un instante antes de que cambie la mirada y se dirija a la salida… No eres tú.
No viene nadie más.
Ah, sí… una chica.
Nadie más.
Un chico. ¡Oh, vaya! Es muy joven. Ni me mira. De hecho, va leyendo su móvil y sonríe.
Comienzan a apagar las luces del tren. Algunos vagones cierran las puertas. Vienen dos ferroviarios. Imagino que son el jefe de estación y el maquinista.
¿De verdad? ¿Puede ser cierto esto?
Me dirijo a ellos.

—Perdonen. Esperaba a una persona, pero no ha bajado del tren —les digo.
—Todos los viajeros han descendido ya, señora. Ese muchacho era el último.

Señalan al chico del móvil.
Pero no puede ser. Faltas tú.
Me doy la vuelta y me dirijo a la salida. Saco el móvil y veo varios mensajes tuyos. No sé por qué no lo he oído sonar…

Inténtalo —decías, sobre el tema de definir esto nuestro.
Estoy aquí, detrás de ti —pone en otro mensaje, varios minutos después.
Te espero en la entrada de la estación.

Este último es de hace un par de minutos.
Ya he salido de la zona de andenes. Paso la cafetería y llego a la puerta. De nuevo hay mucha gente. Comienzo un barrido de casi ciento ochenta grados, inspeccionando a todo el mundo. Cuando ya llevo la mitad te veo. Me miras y sonríes. Y vienes hacia mí.
Yo te miro a los ojos. Al fin voy a tenerte delante y…

—Hola, Ginebra —me dices. Y sujetando suavemente mi barbilla, me besas. Ese dulce y tierno beso del cual habías hablado tanto.

Entonces compruebo que todo valió la pena.