lunes, 9 de junio de 2014

CONCURSO DE PINCHOS

Hola:
Hace unos meses participé en un concurso de pinchos. De hecho, algunas de las cosas del presente relato son absolutamente reales. Y otras... Bueno, evidentemente otras no.
A las personas que se quejaron del final de mi último relato, espero que queden satisfechas por María. Ella lo está!!! jajajaja
Como siempre, deseo que disfrutéis leyéndolo tanto como yo he disfrutado escribiéndolo.
Besos.



Llegó el invierno y, como todos los años, Laura nos convocó al concurso de pinchos. Mi prima Laura y sus hermanas habían comenzado esta tradición hacía ya 5 años. Nos presentábamos todos los primos y sus parejas con un pincho salado o dulce, y participábamos en el concurso. Al final del mismo, votábamos nuestros preferidos en cada categoría y se entregaba un premio a cada ganador.
Santi había ganado el concurso el año anterior, en la categoría de salado y aunque ese año no teníamos muchas ganas de participar, lo hicimos de todos modos. No íbamos a ganar, pero presentamos un pincho de salmón y queso de cabra que a mí me encantaba.
Nos levantamos temprano para prepararlos y los colocamos en las bandejas. Después nos fuimos a vestir. Yo había decidido llevar mi vestido negro, con las medias sin liguero y los zapatos de tacón negros. Ese día estrenaba el conjunto de lencería gris que mi chico me había regalado por nuestro aniversario. Él llevaba el traje gris y la camisa negra que tanto me gustaba. Al terminar de vestirme, fui al baño para maquillarme, peinarme y ponerme perfume. Entonces apareció en la puerta del baño con algo en la mano. Sonreía mientras movías su muñeca y yo te miré desorientada.
— ¿Qué? —le pregunté.
Vas a ponerte esto. —Era una orden, por supuesto.
Al acercarme pude comprobar que era nuestra última adquisición para el cajón de los juguetes: el huevo vibrador con mando a distancia.
—A ver, Santi. No puedo ponerme eso para ir al concurso de pinchos. —le dije.
—Es evidente que puedes y está claro que lo vas a llevar. —me respondió sin dejar de sonreír.
—Pero… —comencé a discrepar.
—No te molestes, María. Lo vas a llevar porque te lo digo yo. De hecho yo tengo “el mando” ¿recuerdas? —me interrumpió, haciendo referencia a la conversación que tuvimos cuando me lo regaló.
Santi “nos regaló” el juguete por nuestro aniversario, dejando claro en todo momento que el huevo lo llevaría yo puesto cuando él me lo pidiera y que el mando a distancia siempre lo tendría él. Saber que él mandaba, que decidía… siempre me había puesto a cien. Santi nunca me pedía algo que no pudiera hacer. Su carácter tan controlador y mandón me tenía loca: por un lado me excitaba hasta la locura, me gustaba que me dominara, que llevara el control… Por otro, era tan celoso y posesivo que a veces me agobiaba.
Finalmente me puse el juguete y salimos hacia la casa de Laura. Al momento de llegar coincidimos con mi hermana Vane, que participaría en “dulces”. Colocamos los pinchos en la mesa y nos apuntamos. Gabriel me recordó que nos tocaba presentar los platos y anotar las votaciones, por haber ganado el año anterior. Yo miré a Santi y él sonrió. Metió la mano en el bolsillo, activando el vibrador y dijo:
—¡Fantástico! María lo hará fenomenal. ¿Verdad, cariño?
—Por supuesto lindo. Me encantará hacerlo. —respondí sonriendo.
Me acerqué a Vane y noté enseguida que la vibración se paraba.
—¿Qué tomamos, preciosa? —le pregunté.
—Yo voy a tomar cocacola. ¿Tú cervecita? —me dijo ella.
—Claro.
Y nos fuimos a sentar: juntas, claro. Santi se sentó al otro lado.
Laura comenzó hablando, dando la bienvenida a todos. Algunos no nos veíamos desde el verano. Recordó los ganadores del año pasado y explicó que seríamos nosotros quienes presentáramos los pinchos a concurso, así como las votaciones. Julia había ganado en dulce, de modo que decidimos que yo presentaría los platos y ella los acercaría a las mesas para servirlos. Durante las votaciones, yo leería los votos y ella anotaría.
Me extrañó que en todo este tiempo Santi no hubiera pulsado al mando del vibrador. De hecho, cada vez que lo miraba, él me sonreía y se disponía a hablar con alguien.
Íbamos por el tercer pincho, cuando me levanté para poder leerlo en voz alta. Era uno de esos que miden más las palabras que forman su nombre que el pincho en sí. Al acercarme al cartel, Santi pulsó el botón de encendido y se puso a hablar con mi cuñado. Lo miré, pero estaba dándome la espalda.
—Silencio, por favor —pedí mirándolo a él—. Voy a presentar el tercer pincho.
—Tienes razón, perdón. —Me dijo aumentando la velocidad de vibración.
—“Delicia de hojaldre de Cantabria, rellena de quesuco de nata lebaniego, bañada en compota de manzanas Reineta” —Mi tono de voz se elevó en varios momentos, la respiración se agitó y, al regresar a mi silla, tuve que agarrarme al respaldo.
Santi alargó su mano para sujetar la mía y ayudándome a sentarme, exclamó:
—Cuidado, princesa, no tropieces. ¿Te ayudo?
—Gracias Santi. Eres un amor, lo sabes. —le respondí sonriendo.
Me senté de nuevo para saborear el pincho y la vibración se paró de nuevo. Yo estaba completamente empapada y me disculpé:
—Lo siento. Tengo que ir al servicio.
Inmediatamente Santi se me acerco y me advirtió en un susurro, al oído:
—Ni se te ocurra quitártelo ¿eh? —Y dándome un húmedo beso en el cuello volvió a sentarse.
Así que fui al servicio, pero no pude quitármelo. Me limpié un poquito, como buenamente pude, y volví a la mesa.
Para presentar el cuarto pincho Santi me dio tregua. Todo discurrió con cierta normalidad, sin contar con la tensión que me producía la incertidumbre. A estas alturas de la comida Vanesa estaba más que mosqueada con nosotros, intentando leer en nuestras miradas o ver la doble intención en cada comentario. Hubo algo que dijo que me hizo pensar que quizá ella supiera… ¡Pero no! ¿Cómo iba ella a saber…? ¡Era imposible! Pero entonces, ¿a qué venía esa pregunta?
—¿No había ningún pincho que tuviera huevo, no? —nos miró y se echó a reír.
En otro momento de la comida sentí que se oía la vibración, que se notaba… Se lo comenté a Santi, pero me dijo que no, que sería una sensación mía porque que no se oía nada. Pero Vane me miraba sonriendo sin decir nada.
Comenzamos con los platos dulces y todo iba bien. Santi esperó a que tuviera que presentar el último plato, el que tenía el nombre más largo, para encender el juguete:
—Vamos ahora con ``Flor seca de crema de queso, con pétalos de manzana cristalizada, pistilo de pistachos y sabia de arándanos´´”. —recité del tirón. 
De nuevo el tono de mi voz varió al leerlo. También el volumen, claro. Mis piernas temblaron y tuve que sujetarme para volver a mi asiento. Santi se reía mientras mantenía su mano en el bolsillo para cambiar la velocidad de la vibración. Vane me ayudó a sentarme y, acercándose a nosotros dijo:
—Tiene huevos la cosa, ¿eh? —Y se carcajeó delante de todos.
—Lo sabía —les dije—. Sabía que se enterarían.
—No te preocupes, rubita —me explicó ella—. Nadie se va a dar cuenta. Lo que ocurre es que a mí me contaste el martes lo del regalo, pero los demás no lo saben. Yo os he estado observando, he atado cabos y ¡Bingo!
La comida siguió y comenzó la votación. Santi siguió abusando de las vibraciones cuando yo tenía que levantarme y hablar delante de todos. Me daba descanso cuando me sentaba. Terminó el concurso propiamente dicho con la victoria de Laura en dulce y Vanesa en salado. Aplausos y entrega de premios y servimos los cafés y las copas. Entonces Santi se me acercó y me dijo muy serio:
—Acompáñame al servicio. ¡Ahora!
—Pero Santi… ¿Los dos al servicio? —le pregunté.
—¡Ahora!
Y se levantó, sujetándome de la mano. Yo le seguí: más bien me llevaba arrastras. Se dirigió al baño de la planta superior. Imaginé que para que nadie nos viera ni nos escuchara.
Al llegar al servicio me hizo pasar delante, entró él y cerró la puerta. Me colocó apoyada en la pared y se arrodilló delante de mí. Metió sus manos bajo la falda de mi vestido, deslizándolas despacio por mis medias, hacia arriba, hasta llegar al encaje superior. Allí se paseó por la puntilla de las mismas, a la vez que subía la intensidad de la vibración. Siguió por la parte superior de mis muslos hasta llegar a mis braguitas. Coló un dedo para tocar mis labios vaginales y puso la intensidad al máximo.
Yo había comenzado ahogando mis suspiros, cerrando fuerte los ojos y acercando el dorso de mi mano a la boca, para sujetar los jadeos. Pero al llegar a la intensidad alta ya no tenía ganas de controlar mis gemidos. Creí que Santi me bajaría la braguita, pero no. La separó con cuidado y acercó su boca. Abrió mis labios con sus dedos y coló su lengua, lamiendo mi clítoris. Poco a poco la dirigió de adelante hacia atrás, y vuelta hacia adelante. Yo gemía:
—Por favor… por favor…
—Chsssss —Fue toda su respuesta y siguió lamiéndome.
En ese momento sí me bajó las bragas, me ayudó a sacármelas y se las metió en el otro bolsillo: en uno el mando, en el otro mis braguitas. Y por fin acercó su dedo a la argolla de plástico y sacó el huevo vibrador. Yo estaba a punto del orgasmo, por lo que él metió dos dedos, sin dejar de lamer mi clítoris. Sus movimientos eran frenéticos, al igual que mis gemidos:
—Sí, amor, así, más, más fuerte, así, me gusta….
Y me corrí contra su mano y su boca. Santi entonces me dio la vuelta, se abrió el pantalón y se llevó su enorme erección hasta la entrada de mi coño.
—¿Quieres esto, María? ¿Lo quieres? ¡Pídemelo, anda! —me susurró en mi oído.
—Sí, Santi. Quiero que me folles. Quiero tu polla en mi coño. ¡La quiero ya!
Y se introdujo en mi interior de un solo movimiento. Aún no me había repuesto del orgasmo, por lo que sin darme cuenta ya estaba lista otra vez. Nos veíamos en el espejo: él sabía que me encantaba esa postura y ese lugar.
Entonces desató la cremallera de mi vestido y deslizó los tirantes por mis hombros. A continuación, el sujetador. Ahora tenía libre el acceso a mis pechos. Cogiendo mis pezones con sus manos los pellizcaba y frotaba, haciéndome llegar a un estado de excitación máxima. Siguió follándome fuerte, cuando comprendí que mi orgasmo era inminente le avisé:
—Santi, me voy a correr.
—Claro, linda, cuando yo te lo diga. —me respondió.
—Pero es que no puedo esperar. —insistí.
—Claro que puedes y lo harás —me ordenó—. Espera… Un poco más… —me embistió de nuevo tres veces más y entonces dijo—. Ahora, conmigo, María. Dámelo.
Y nos corrimos juntos. No me importaba gritar, pues no podrían oírnos desde abajo.
Después de descansar unos segundos Santi salió de mi interior y nos aseamos un poco.
—¿Me devuelves mis bragas, cielo? —le dije, melosa.
—No, cielo —me respondió igual de dulce—. Son mías y no te las voy a dar.
Se abrochó el pantalón y salió del baño. No podía creérmelo. Ni siquiera me esperó. Bajé la escalera y entré en el comedor. Vane me preguntó:
—¿Todo bien, rubita?
—Todo bien, pelirrojita. Pero no llevo bragas.
Nos echamos a reír a carcajadas. Había sido una comida fantástica en todos los sentidos. Después de un par de horas de charla decidimos volver a casa. Al entrar en el coche, Santi me dijo:
—¿Qué tal la comida, cariño? ¿Te ha gustado?
—Me ha encantado, cielo. Pero ¿sabes? Demasiado huevo. Creo que cenaré algo de carne…
Ambos nos reímos a gusto. La promesa de la cena nos encendió de nuevo. Siempre estaríamos dispuestos a nuevas experiencias, juguetes y situaciones.