SOBRE LA
NOVELA:
Un hombre que
guarda un asombroso secreto tiene ocasión, por azar, de ajustar cuentas con el
pasado y dar un impulso definitivo a la aventura que le ha obsesionado toda su
vida; una búsqueda que lo es a la vez de sus raíces, del sentido de su actos y
de su destino; una exploración que pasa por comprender qué nos hace lo que
somos y quienes somos desde el mismo germen del concepto de humanidad, y que no
teme descender a la naturaleza más animal para remontar desde allí un camino
que permita comprenderlo todo de uno mismo. A partir del Yzur de Lugones, con
la seriedad del Informe para una academia de Kafka o las reflexiones de Koetzee
y algo de la sátira del Will Self de Grandes simios o del Urbanyi de Silver, el
autor trenza dos trayectorias vitales que parecen, misteriosamente, darse la
réplica o descifrarse la una desde la otra de modo sorprendente, y mientras lo
hace nos regala también las divertidas peripecias de un ser alucinante, la
comprensión del dibujo amoroso que traza toda biografía y la resolución de un
enigma histórico desconocido. El proceso de búsqueda de su lugar de orígen, del
río perdido que da origen al nombre de su pueblo y a su propio apellido se
convierte en una epopeya personal que le lleva, en un viaje a sus orígenes a
través del tiempo y del espacio, y al descubrimiento de su propia personalidad.
ACERCÁNDONOS
A JOSÉ ENRIQUE DÍAZ MARTÍN:
Enlaces:
Twitter: @EnrijoDi
1.
¿Quién
es José Enrique Díaz Martín?
No sé si es
correcto que diga quién soy. No creo que pueda ser ecuánime, pero a fuer de
sincero tampoco creo que la mirada ajena pueda dar cuenta de uno cabalmente.
Esa mirada, supongo, daría cuenta de un sujeto más o menos anodino, integrado,
funcional, profesor, padre, amigo, marido… cuya biografía no me interesa
demasiado. Tenemos esta y yo un pacto de no agresión para no hacernos las cosas
más difíciles de lo que ya son de por sí. Gracias a ese pacto, yo, siempre que
puedo, soy otro, o soy otro yo: un desaprensivo golfo de vida promiscua y
desordenada, imaginativa y sin límites que experimenta situaciones y vidas del
todo anómalas pero que necesita, de vez en cuando, descansar en Madrid. Eso es
cuando vuelvo a la biografía relajada de ese tipo que lleva mi nombre y se
viste mi piel. Mientras tanto, vivo en islas de tiempo más o menos indefinidas
y secretas, he pasado largas temporadas viviendo en selvas, bosques, ciudades
del medio oeste americano, en comunas de California, en un pueblecito de la
costa francesa o en burdeles indios. Recuerdo particularmente uno en el que
tuve que esconderme de unos matones filipinos por salir en defensa de una joven
prostituta que estaba siendo maltratada. Sabía que interceder por la chica en
aquella ocasión era extremadamente peligroso, pero hay peleas en las que merece
la pena meterse aunque sepa que va a perder. Resumiendo: salvé a la chica
dándole tiempo de esconderse, disparé, tuve que huir. La sangre derramada no
debe preocuparle a nadie.
Cierta noticia
de aquel acto desesperadamente estúpido corrió como la pólvora entre las
meretrices de Bombay. Incluso las chicas de aquel burdel donde me escondí
llegaron a saber de mi lance en defensa de la joven. Aquella temporada,
literalmente, me bañé en cuerpos de mujer. Nunca fui tan feliz ni mejor
tratado, pero tuve que salir por piernas cuando la mafia que regentaba el local
llegó a saber que yo no era un fantasma, como decían las chicas para mantener a
los guardianes lejos de mi pellejo. Ser el juguete de decenas de mujeres era mi
destino, mi corazón agradecido me lo decía, pero me tuve que despedir. Salí de
allí con un holandés, traficante de opio, al que caí en gracia porque le
igualaba en proezas amorosas y alcohólicas. Desde ese momento, yo como guardaespaldas,
acompañante y amigo, él como, digamos, titular del servicio comercial, nos
desplazamos en numerosas ocasiones en su destartalado mercedes hasta
localidades cercanas a la frontera con Pakistán para mercar las bolas de opio
que luego troceaba y repartía por burdeles de toda la India. A los soldados
había que “ablandarlos” con whisky escocés y metros y metros de tela brillante
para confeccionar saris, cosa que yo no entendí en un primer momento. Así que
nuestra tapadera era la de ser comerciantes de telas y licores. Pero todo se
acaba, y de aquella aventura hube de regresar a España para terminar mi
doctorado en Filología Hispánica y hacer una oposición. Solo con la plaza de
profesor titular pude convencer a mi novia ucraniana a casarse conmigo. Verla…
recordarla tocar el violín desnuda en la azotea de casa es algo a lo que
todavía no me he acostumbrado. A pesar de que lo hacía cada vez que yo volvía
de un viaje. Publiqué un trabajo sobre Cervantes (Cervantes y la magia en el
Quijote de 1605, servicio de Publicaciones de la Universidad de
Málaga, 2002) y volví a casa después de firmar ejemplares en la feria
del libro de Málaga. Volvía a mi concierto de violín, pero esta vez fue
diferente, esta vez me tocó un trago muy amargo que sería tedioso y triste recordar
y contar aquí. Natasha se había ido. Baste saber que inicié la carrera docente,
la adicción intermitente a diferentes sustancias y un largo periodo de tristeza
que relaté en dos novelas pendientes de publicación. No quiero recordar más.
Perdón.
2.
¿Naciste
escritor o te hiciste? ¿Desde cuándo escribes y por qué?
Ni una cosa
ni la otra. Me explico: yo pasaba los largos veranos de la infancia con mi
familia en una gran casa de campo en Galicia. Somos cuatro hermanos, y mi padre
nunca estaba con nosotros. Era diplomático, y sólo hacía viajes relámpago a
Lugo cuando podía escaparse de una crisis o cuando nos pasaba algo que mi
madre, pobre, creía no poder ir a solucionar sola, aunque siempre lo hacía. He
llegado a pensar que reclamaba la presencia urgente de mi padre en el pazo
porque no podía pasar demasiado tiempo sin sus abrazos. Se amaban de un modo
que yo no he vuelto a ver a nadie, y lo hacían en un hórreo que había detrás de
los jardines, para no escandalizar en la casa en mitad del día, aunque todo el
mundo sabía dónde estaban metidos las dos horas siguientes del regreso. El
viejo era muy respetado en el pueblo por los aullidos de mi madre. Y luego ya,
satisfechos, encandilados y llenos vestido y traje de pajitas, se encargaban de
esa supuesta urgencia (un brazo roto, una riña mortal, un enamoramiento feroz,
un perro muerto, una criada preñada…) que ya, por lo general, estaba
solucionada para cuando llegaba el secretario de embajada. Pues bien, en el
salón del pazo había un globo terráqueo enorme y detallado que había realizado
un ebanista real de origen búlgaro para mi padre, antiguo conmilitón suyo de la
última guerra de África. Y cada noche de esos días afortunados en que
contábamos con la presencia de mi padre, este señalaba un punto en la esfera y
nos hablaba de los países que conocía en persona y, sospecho, de los que
conocía por los libros. Tigres, fortalezas, desiertos, rascacielos,
leproserías, palacios… Y esto desde que yo era casi un bebé. Mi habitación en
el pazo era un museo de chucherías: arcos y flechas, pieles, estatuas,
amuletos, fotos... Un día, contando con diez u once años, salí con Zarco, el
mastín de guarda que cuidaba de mí en las excursiones por el entorno. Nos
dirigimos al monte con un palo y un bocadillo. No recuerdo cuánto caminamos,
siempre pendientes el uno del otro. En un recodo del monte, Zarco se detuvo
gruñendo. Justo delante de nosotros había una familia de jabalíes hozando en
busca de trufas u otros hongos. Sin poderlo contener, y pese a que yo le
insistía en que nos retirásemos en silencio, dejándoles el campo, como nos
habían enseñado, Zarco se lanzó a por ellos creyendo sin duda ver en su
presencia una amenaza para mí o por simple arrebato de hombría perruna. A los
ladridos, los jabalíes salieron corriendo monte arriba. El perro debía haber
dejado que se fueran, como yo le pedía a gritos, pero estaba ensoberbecido y,
temerario, insistió demasiado en la persecución. Entonces, un gigantesco
verraco peludo volvió grupas y le encaró. Los demás también lo hicieron, y he
ahí que tuvimos que salir corriendo cuesta abajo, pero los cerdos
antediluvianos eran más rápidos. Mientras corríamos, vi cómo el jabalí jefe
enviaba de una cabezada a Zarco a un hoyo muy profundo que se había formado
entre una gran roca y el hueco que habían dejado al ser extraídas las raíces de
un árbol enorme. Temí por su vida, pero como también corría peligro la mía,
salté a la horquilla de un árbol y trepé por él como una ardilla hasta lo más
alto que pude y me quedé allí, muerto de miedo, helado, mientras el sol hacía
su recorrido. Oía gañir a Zarco, pero no pude descender hasta que la tribu de
gorrinos salvajes se marchó. Solo entonces, al bajar del árbol, vi y noté el
arañazo que me había hecho el bicho en la pantorrilla derecha. Corrí a ver si
podía ayudar a Zarco, pero era ya tarde y no veía el fondo del agujero. Lo
llamé varias veces, pero Zarco guardaba un ominoso silencio. Desesperado, bajé
entre sombras hasta el pazo. Mi madre, al verme llegar de noche y con sangre,
estuvo a punto de desmayarse y mandó llamar a inmediatamente a mi padre, que
estaba en Bruselas a la sazón. Pero también organizó una partida para rescatar
a Zarco.
Yo, como
sabía que si contaba los hechos tal como habían ocurrido el perro sería
regañado, como lo estaba siendo yo mismo, arreglé un poco la historia. En ella,
Zarco, viéndome al borde del hoyo profundo, se había aupado a mi pecho y me
había empujado lejos del borde, pero de resultas del impulso, el animal no
había podido evitar caer dentro. Un acto heroico. No conté que, a pesar de mi
insistencia, se puso a ladrar y a perseguir unos jabalíes, ni que había huido
como un gallina. De hecho, los jabalíes habían desaparecido de la historia, ya
que no necesitaba a mis padres tan preocupados que no me volvieran a dejar
salir al monte, ni quería que reprocharan a Zarco su conducta. Su momento de
flaqueza quedaría entre mi amigo y yo. Un compañero fiel que quizá a aquella
hora estaría agonizante o muerto. La partida salió al amanecer..., y Zarco
seguía con vida. Humilde, agradecido, con una fea herida en el lomo, pero vivo.
Y fue rescatado y curado y atendido como se de un héroe mítico se tratase.
Sí, creo que
aquella historia, que hube de repetir una y otra vez a todo el que quiso oírla,
fue mi primer acierto literario, y quizá el único, y precisamente es del que me
siento más orgulloso y el que nunca, hasta hoy, pude reivindicar. Ahí comprendí
que la ficción es una forma de decir la verdad con la mentira, porque, ¿debía
manchar un simple acto de cobardía una ejecutoria canina intachable? No lo
creo. A partir de ese momento, todas mis fábulas (Las redacciones del colegio,
el Premio de El País digital, infinidad de cuentos y novelas que me han hecho
un experto en perder certámenes literarios y acumular negativas de editoriales)
han intentado sin éxito aquel acierto: hacer justicia y verdad con la invención
y la mentira, y justificar la vida, y darle profundidad y lustre, y gustar a
las chicas.
¿Y cuando
escribo? Escribo cuando logro entrar en el otro lado.
3.
Háblanos
de tus publicaciones y dinos en qué género las enmarcas.
Escasas. Y quizá sean escasas, además
de porque soy un vago y porque tal vez no merezcan ser publicadas, porque no
son clasificables. Escribo lo que llaman “novela literaria” o mainstream, o eso
pretende ser. En mi caso, mi ficción se apoya a veces en los géneros para
trascenderlos. Tengo una novela negra, por ejemplo, que es en realidad política
y también de caída/redención; otra que cuenta lo oscura vida de un hombre
normal y su descubrimiento casual de unas corrupciones políticas que le son
indiferentes y sólo le conducen a su búsqueda definitiva del sentido de la
vida, que acaba en la muerte, como todos sabemos; y otra que transcurre en dos
tiempos: las últimas horas de un escritor muerto, que se repiten una y otra vez,
y el relato que mientras escribía. En fin, literatura que no es comercial, y
que sólo gracias a escritoras de éxito como tú, Mary Hot Geegy, y a tu
generosidad puede llegar a ser conocida por algún lector.
4.
Como
lector, cuéntanos tus preferencias.
Leo de todo. O he leído de todo.
Últimamente estoy leyendo a Orejudo, McEwan, Houellebecq,
Giménez Barlett, Scarrow… O sea: novela punta de lanza literaria, supernovelas
con todo, género negro y novela histórica. Tuve una época de clásicos
grecolatinos, otra de rusos, otra de filosofía… Leo lo que me apetece cuando me
apetece. Ya está bien de hacer lo que mandan los demás. Esto de la literatura o
es el reino de la libertad o no es nada. O, bueno, también puede ser la novela
que se vende, la novela comercial que gana concursos, ese es otro género.
5.
¿Qué
te gustaría contarnos, que no te he preguntado?
Que aquellas
personas a las que les guste la literatura compren el libro que tengo en Amazon
y es motivo de esta estupenda entrevista. Dentro de algún tiempo, la reeditará
una editorial dinosaurio y será mucho más caro. La edición en papel es
preciosa, y hacen un libro por persona, uno a uno. Y son tan pocos los lectores
que ya la han leído (y saben que es cojonuda) que les puedo dedicar el libro a
todos, uno a uno, y si viven en Madrid, enseguida. La edición Kindle es
baratita, para los que leen en electrónico. Y el que tenga de verdad gusto por
los libros eróticos, que lean los libros de la anfitriona de esta entrevista,
Mary Hot Geeby. Libros para leer con una mano, que dicen. Y nada más. Agradecer
con humildad esta ocasión de ser visto y leído. Y ya.
No. No ya.
Resulta que me acabo de acordar de que yo sufrí cuentitis de pequeño. No esa
dolencia tonta e inexistente que se han inventado los padres para acusar de
dolores falsos a los niños que no quieren ir al colegio. Yo tuve la auténtica,
aquella de la que la falsa toma el nombre, y sé que era auténtica porque me dio
en verano, cuando lo que a mí más me gustaba era subir al monte con Zarco y
leer tebeos. Una mañana, al despertar, supe que me había picado una víbora. Me
miré los brazos y descubrí una pequeña escoriación en el antebrazo derecho.
Aquello debía de ser la mordedura. Habría entrado escurriéndose por la ventana
y habría huido por el mismo camino. No me pude levantar, y cuando la María me
vino a despertar tuve que contarle la verdad: el veneno ya me afectaba a las
piernas, pronto me paralizaría todo el cuerpo, así que necesitaba una tortilla
de piñones y dos vasos de leche. Subió mi madre, subieron mis hermanos y la
abuela, y una saludadora amiga de mi abuela. Me ponían de pie y se me doblaban
las rodillas como si tuviera las piernas de lana, así que tuvieron que hacerme
la tortilla, que ejerció de antídoto y poco a poco me fui recuperando. Pero eso
solo había sido el principio. Al día siguiente me desperté siendo un lagarto,
bajé por la pared y me instalé a comer fruta en el techo de la cocina. Mis
manos y mis pies se adherían a la piedra y al yeso con total normalidad. Para
esto no había antídoto, así que después de intentar hacerme bajar clavándome un
palo de escoba en las costillas, me dejaron ir y asolearme tranquilo en el
tejado hasta que se fue el sol, momento en que volví a la cama y a dormir. Otro
día era un niño gigante, gordo pero ligero, y me movía por la casa como un
balón de playa, dando saltos gigantes y blandos. Luego fui perro, insecto palo,
un piloto de combate ruso caído tras las líneas alemanas, pedía ayuda en ruso,
pero en casa nadie sabía ruso, luego fui un siux que ejercía de representante
de todos los pueblos indígenas americanos ante las autoridades mundiales, que
eran a la hora de cenar unas doce personas, entre familia, vecinos y curiosos.
Hasta fumamos la pipa de la paz con el tabaco del abuelo Jacinto. Fue una gran
noche de pactos y de toses. Y así un día y otro día extravagante, hasta que una
mañana me desperté siendo yo mismo, y bajé a contárselo a todo el mundo la mar
de contento. Mi madre celebró mi recuperación con una hornada de dulces de la
que participó todo el pueblo. Esa cuentitis fue el primer síntoma de una
afección que me perseguiría toda la vida. Luego, cuando vino lo de Zarco, ya
estaba avezado a la ficción por haber pasado la enfermedad.
MI OPINIÓN:
Para comenzar
quiero decir que seguramente ésta será una de las opiniones que más me costará
escribir, pues me va a ser complicado ser objetiva, de modo que por primera
vez, afronto esta tarea dispuesta a contar los sentimientos, más que opiniones,
que la novela me produjo. Como digo, siempre procuro analizar lo más
objetivamente que puedo, el argumento, el estilo literario, los personajes, el
contexto y la documentación. Acabo contando a qué público se la recomiendo
especialmente. Pero en esta ocasión me veo limitada para hacerlo por varias
causas: la principal es que no puedo hablar de algunas de esas cosas sin
desvelar parte de la trama; además, prefiero contar cómo me sentí al leerla.
Comencé HOMO
animada por el propio autor. Me resultaron curiosas (y muy graciosas) algunas
de las ideas que me dio, con el fin de convencerme de leerla. Pero la puntilla
la puso con una frase que no puedo olvidar, de una conversación, hace ya casi 9
meses (todo un embarazo): “Dios, cómo me gustaría leer mi novela!!!! (si no me
la supiera ya)”. Sus comentarios sobre la misma, así como los apodos que
siempre me puso en twitter, me hicieron ver que estaba chateando con una
persona inteligente e irónica, pero sobre todo, con el autor de una BUENA
NOVELA.
Sin embargo,
HOMO tiene una parte árida de leer, complicada “…pero es necesario, como la
filosofía de la primera parte de El nombre de la rosa o el manual de cetáceos
de Moby Dick”. Así que, a pesar de haberla dejado medio-aparcada (o aparcada
entera), la retomé. Debo decir que también la reseña de Dolors, en su blog, me
hizo reconsiderar la idea. Cuando al fin dejé que la novela me atrapara, todo
fluyó sin poder (ni querer) evitarlo: la terminé en pocos días.
HOMO: EL RÍO
PERDIDO es una historia de búsqueda de los orígenes. Tiene dos personajes
principales y ambos se dedican a buscar, venciendo a durísimas penas,
incomprensibles dificultades. Ignacio De se ve en la necesidad de volver a su pueblo,
del que se ha visto apartado por el desarrollo de los acontecimientos que han
marcado su vida. En la búsqueda del río De, que da nombre a su pueblo y a su
apellido, se encuentra con personas que no esperaba ver y se entera de noticias
que no habría querido saber. También su historia se cruza con la del otro
personaje principal, del que no sabemos su nombre, pues él se encarga de que no
lo conozcamos. El motivo no es otro que el hecho de que nunca le gustaron los
nombres que le pusieron.
Yo no sé si a
todo el mundo le ocurrirán estas cosas, pero cuando leo una novela, suelo
introducirme de lleno en la historia. Tanto es así que suelo hablar con los
personajes. Al principio de leer HOMO, sólo me salía decirle a Ignacio que era
un tostón y que se fuera a la porra, la verdad. Pero hay un momento en que la
novela atrapa sin remedio. Algunos de los mejores pasajes son aquellos en los
que el otro protagonista se encarga de la acción. Me enganchó de tal manera que
me emocionó, me hizo reír, reflexionar y plantearme cosas “de la vida, vida”,
como decía una argentina entrañable.
También quiero
decir que en la novela se entremezclan diversos géneros literarios. No puedo
especificar más, porque cometería el famoso spoiler, de modo que lo mejor es
leerla.
En esta
ocasión no habrá recomendación para un público determinado, sino que creo que
todo el mundo debería leer HOMO. Ya he advertido que no es fácil dejarte
envolver por ella, pero sí quiero recalcar una vez más que si avanzamos en la
lectura, disfrutaremos tanto que querremos más.
Dicho esto,
le copio su frase a un compañero amigo, para decir a todo el que lea esta
reseña: “Leedla, insensatos”.
Parece una especie de desafío: si uno es capaz de leer las partes más duras de la novela, luego te regala con un relato alucinante. Buena prueba para lectores: los que quieren satisfacción a la primera dejan la novela y nunca disfrutan de lo verdaderamente bueno. Los que aguantan, lo logran y disfrutan. Quería compartirlo porque no puedo hablar de la novela con casi nadie. Un saludo afectuoso.
ResponderEliminarEs un verdadero placer saber que alguien ha sentido lo mismo que yo. Gracias por pasarte, leer y comentar. Un abrazo.
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