DOMINGO POR LA MAÑANA
(Mary Ann Geeby)
¡Qué pereza, levantarme temprano para hacer bici! Pero eres
inflexible. Es una de tus cualidades que más me gustan.
—Vamos, perezosa —me dices dando besitos en mis hombros y
espalda—. Que luego hará demasiado calor.
—Un poquito más —respondo destapándome y mostrándote mis
pechos al darme la vuelta.
Pero la noche de pasión te dejó suficientemente satisfecho.
No cederás bajo ningún concepto, por lo que sacas mi ropa del armario.
—Vamooooosssss. Sal de la cama, vagoneta. —insistes.
Al fin me levanto, voy al baño a asearme un poco y me pongo
la ropa para salir a pedalear. Hoy nos llegaremos hasta la playa. Veintitrés
kilómetros “tendrán la culpa” y casi hora y media pedaleando. Al regresar,
estoy reventada, pero no hay tiempo para descansar. Una ducha y a vestirnos.
Hemos quedado con tus padres y hermanas para tomar el vermouth en ese local
nuevo, “La tienda de Pepi”.
—No sé qué ponerme, cielo. Está nublado y el aire es fresco.
—te comento indecisa.
—El pantalón corto salmón. Quiero que muestres tus suaves
piernas. Estás muy morenita este año. —me respondes.
—Ya, pero entonces me pondré la camiseta blanca. Es la que
mejor me queda con ese pantalón. —termino de concretar.
—¡No, de ninguna manera! La camiseta blanca tiene el cuello
muy cerrado y quiero que se te vea el escote. Me pierdo en él, lo sabes. —te
opones.
—Pues tendré que cambiar de modelito. ¿Qué tal el vestido
negro? Es cortito, por lo que enseñaré las piernas. Y el escote es muy abierto,
así que mostraré mi “pechiguita”. —propongo.
—Bien. Es una fantástica elección. El vestido negro. Ponte
el conjunto negro de encaje con el tanga del lacito. Y los tacones negros. Sin
medias, por supuesto.
Sonriendo acudo a vestirme con lo que acabas de enumerar. ¡Tan
tajante! ¡Tan mandón! ¡Tan encantador! Me veo en el espejo y me gusto mucho.
¡Foto! Y lista para salir.
Al bajar en el ascensor te miro sonriendo. Sabes lo que
estoy pensando. Hace ya dos semanas, aquel día que me metiste mano en este
mismo lugar. Fue increíble. Y al llegar al garaje, el vecino del cuarto. Notó
perfectamente lo que había ocurrido allí, aunque no viera nada. De hecho, supongo
que me había oído, pero nos da igual. Ahora siempre lo recordamos al bajar y
nos reímos.
Al entrar en el coche se me sube la falda. Cuando intento
colocarla, me apartas la mano.
—¡Déjala! —me ordenas.— Está bien así. Está perfecta ahí.
Me gusta mucho que hagas eso. Me encanta. Ralentizas el
movimiento de tu mano en mi rodilla. Sonríes mientras lo haces y la dejas
resbalar por el interior del muslo. Cierro los ojos.
—¡Vamos, es tarde! —de nuevo me cortas el rollo al apartarte
y colocarte el cinturón.
Arranco para dirigirnos a nuestra cita. Llegamos tarde, como
siempre. Tus hermanas se ríen al vernos llegar. Bajamos del coche y me coges de
la cintura. A medida que caminamos, dejas resbalar tu mano hasta mi nalga.
¡Mira que te encanta tocarme, especialmente cuando llevo tanga! Y a mí me pone
absolutamente encendida.
El lugar es precioso. Será un éxito rotundo, pero como
abrieron hace dos días, está absolutamente lleno. No nos queda más remedio que
colocarnos en la barra de fuera. Con los tacones es complicado sentarse en
estas sillas tan altas. Tus padres y los niños se han sentado en una mesa al
fondo del todo y tus hermanas y cuñados en otra a su lado. Pedimos las bebidas
y unas rabas para los peques.
Entonces me doy cuenta. Seguro que no has usado aftershave,
porque tienes la mejilla blanquecina. Mojo mi dedo en tu cerveza y lo paso por
tu cara, hasta la mandíbula. Sonríes y me preguntas por qué hago eso. Yo me
acerco despacio y lamo el líquido que he extendido por tu cara. Al llegar a tu
oído, te lo explico entre carcajadas.
Pero tú no te quedas sólo en las risas. Metes dos dedos en
mi vermouth y los pasas por mi pierna, subiendo desde la rodilla por el
interior del muslo. Te miro y hago como que me sorprendo.
—¿Y eso? ¿También tengo la piel irritada o qué? —te
cuestiono.
—Pues no. Es más bien que yo también quería lamerte. —Y
acercándote a mis piernas, lames el reguero que dejaste con el licor.
Miro alrededor, azorada y aunque en ese momento nadie nos está
mirando, siento que alguien nos podría ver y me muero de vergüenza. Empujo tus
hombros hacia arriba y tomamos otro trago. Tú metes de nuevo tu mano bajo mi
falda, con la escusa de secarme la pierna. Pero eres tan osado que te atreves a
llegar hasta mi tanga. Compruebas victorioso que está mojado.
—¿Dónde vamos a comer? —te pregunto.
—En casa. Iremos a hacer una comprita, ya que el centro
comercial está abierto. Y luego te prepararé algo rico. —me respondes.
—¿Me harás una comida rica? —utilizo la frase que dijo tu
cuñado ayer por la tarde. Ambos nos reímos a carcajadas.
—De hecho nos vamos ya. Te deseo, así que no lo
prolongaremos — y te diriges al dueño del local—. Toño, por favor, cóbrame.
Esas dos mesas y esto. Gracias.
Nos despedimos de tu familia y nos vamos. Esta vez conduces
tú. Al llegar al centro comercial, me sujetas para que no baje del coche. Das
la vuelta y me abres la puerta. Me tiendes tu mano, me ayudas a salir y yo sujeto
mi falda que de nuevo quiere subir demasiado alto. Enseguida vuelve tu mano a
mi espalda, resbalando hasta llegar a mi culo. Aprietas mi nalga y me dices al
oído.
—Te deseo y sé que tú también me deseas. Así que te prometo
que te mantendré caliente hasta que lleguemos a casa.
Subimos por la rampa mecánica y te colocas detrás de mí. Con
tu mano rodeándome, la subes lentamente y tocas mi pecho. Compruebas que mis
pezones están erectos. Sonríes.
—Así me gusta tenerte. Espero que sigas mojadita.
—Lo estoy, cielo. No te imaginas cómo estoy ahora.
—¡Bien! Así debes seguir hasta casa. Vamos a comprar.
Y comienzas a llenar la cesta: tomates para ensalada, melón
para el postre, unas gulas y pimientos de padrón. Un Marqués de Murrieta para
regarlo. Como siempre, das en el blanco: sabes que me encanta el Rioja. Al
acercarnos a la caja, me agacho para coger las cosas y tú metes la mano bajo mi
falda. Tocas la tira del tanga y compruebas que sigue empapada. Te acercas a mi
oído y susurras:
—Sigue así. Sigue mojada. Luego te correrás en mi boca. Pero
mientras tanto, sigue deseándome —y dirigiéndote a la cajera, le tiendes tu
tarjeta—. Buenas tardes, preciosa. Es todo. ¿Me cobras?
—¿Desean bolsa? —ella no te quita ojo. Lo de “preciosa” le
ha encantado.
—No, gracias. Tenemos —le respondes, sacando un par de la
cartera.
Metemos la compra en las bolsas y de nuevo bajamos al coche.
La vuelta a casa es horrible. Las manos se cuelan por entre las piernas. La
tuya llega hasta mi entrepierna, mientras que la mía frota tu erección por
encima de los pantalones. Los jadeos se tornan gemidos.
Subimos a casa y en el ascensor reproducimos la escenita de
días atrás. Nos importa bien poco quién nos escuche o nos vea. Al llegar al
piso, casi me empujas para salir. Abres la puerta y posamos la compra en la
mesa de la cocina. Ya comeremos más tarde.
—Ni se te ocurra quitarte nada —ordenas una vez más.
—¿Ni siquiera los tacones? —pregunto por preguntar.
—Por supuesto, los tacones bajo ningún concepto. Pero
tampoco te quites el collar, ni los pendientes. Nada significa nada.
Obedezco casi como una sumisa a su amo. Me sigues hasta la
habitación y comienzas con tu ritual de darme órdenes:
—Siéntate en el borde de la cama.
Levantas mi falda y me empujas suavemente hasta tumbarme.
Subes mis pies, flexionando mis rodillas y separas mis piernas. Acercas tu boca
y muerdes suavemente mi sexo, por encima del tanga. Gimo fuerte. Separas mi
tanga y comienzas a extender mis fluidos por toda la entrepierna, por fuera de
los labios, recién depilados, recorriendo todo el camino desde el clítoris
hasta el ano y vuelta. Yo me muevo y gimo, pidiendo más.
Me pones de pie de nuevo y sueltas el cinturón de mi
vestido. Levantas mis brazos y lo sacas por arriba. Y otra vez me sientas, para
que contemple cómo te desnudas tú. Sueltas mi sujetador y me quitas el tanga.
Ya me tienes como deseas: boca arriba, rodillas flexionadas, desnuda salvo
collar, pendientes y tacones. Y comienzas a lamer, morder, chupar y absorber
con tal fruición que de nuevo me transportas a la cima del placer. Te pido que
te ayudes con los dedos y al poquito de la penetración me derramo en tu boca,
en un caudaloso squirt, entre gritos y movimientos casi convulsos.
Sólo un momento para recuperarme y me colocas a cuatro
patas. Me penetras de un solo movimiento, fuerte, profundo, como nos gusta.
Enseguida coges un ritmo de embestidas acorde con el de mis caderas, que salen
todo el tiempo a tu encuentro. Tus manos azotan dulcemente mis nalgas y tus
dedos se clavan en mis caderas. Poco a poco dejo caer mi cabeza sobre el
colchón. Primero porque adoro la frotación de mis pezones contra la sábana.
Pero también porque vuelve el orgasmo a atacar mi columna vertebral y me gusta
posar la cabeza cuando la sacudida azota mi cuerpo.
Y en un momento, me giro por completo. Me gusta
especialmente meter tu polla en mi boca cuando aún chorrean mis jugos.
Maravillosa mezcla de sabores que me encienden. Y a ti, claro. Combinando los
movimientos que te gustan, comenzando por lamer suavemente tu glande, chupar
poco a poco toda la cabeza de tu miembro, meterlo cada vez un poco más, hasta
notar como toca mi garganta y finalizar la fiereza del deseo por las arcadas
inevitables. Volver a mordisquear tu
bálano brillante, que me produce tanto placer. Y a ti, por supuesto.
Me pides que me tumbe de nuevo y entras en mí en la postura
más antigua del mundo. Eres un mandón, pero también el hombre más romántico del
mundo. Coges mi teta con tu mano y la metes en tu boca. Mordisqueas mi enorme
pezón y juegas con tu lengua. Chupas y muerdes hasta que me oyes gemir de
nuevo.
—Voy a hacerte el amor —me dices.
Como si lo anterior no lo hubiera sido. Porque follar
contigo es hacer el amor, cielo. Porque tú y yo nos amamos. Pero también nos
divertimos juntos. Lo cierto es que me besas suavemente, dulcemente. Y aumentas
el ritmo de tus movimientos, mientras nuestras caderas chocan al encontrarse.
Noto cómo te enciendes, pues no dejo de observar tu cara y tus gestos. Sé
cuando te sobreviene el orgasmo, pues tu cara es exactamente el reflejo de tu
alma, de lo que sientes, de lo que quieres.
Caes sobre mí, despacio, para no hacerme daño. Lentamente
ruedas sobre ti mismo y te quedas mirando hacia arriba, con tu brazo tapando
los ojos.
—¿Estás bien? —pregunto, como siempre.
—Perfectamente. Habrá que comer ¿no? Tú, a la ducha. Yo a la
cocina. —Y aquí estás de nuevo. Mi mandón favorito. El hombre que me ordena,
que me hace disfrutar, que me ama y que me enamora cada día. Mi vida entera.
Por supuesto, obedezco. La ducha también es placentera. Esta
vez, yo sola con mi imaginación y el chorro del agua.
Bonita manera de tomar el aperitivo. ;) Habrá que tomar nota.
ResponderEliminarEs genial, sí. Besos Gatita :D
EliminarFantástico, Mary. Sensual y sexual al máximo, con ese lenguaje fresco, ágil, divertido y algo descarado que te caracteriza y que, sin embargo, no resulta pesado ni chabacano.
ResponderEliminarUna lectura estupenda.
Me ha encantado.
Con tu permiso, comparto.
Un beso muy fuerte.
Muchísimas gracias por tus palabras, Javier. Eres un amorzote.
EliminarGracias también por compartir.
Beso enorme a ti también.
Fantástico, Mary. Sensual y sexual al máximo, con ese lenguaje fresco, ágil, divertido y algo descarado que te caracteriza y que, sin embargo, no resulta pesado ni chabacano.
ResponderEliminarUna lectura estupenda.
Me ha encantado.
Con tu permiso, comparto.
Un beso muy fuerte.
Fantástico, Mary. Sensual y sexual al máximo, con ese lenguaje fresco, ágil, divertido y algo descarado que te caracteriza y que, sin embargo, no resulta pesado ni chabacano.
ResponderEliminarUna lectura estupenda.
Me ha encantado.
Con tu permiso, comparto.
Un beso muy fuerte.