lunes, 2 de marzo de 2015

DESEO

Hola
Una nueva entrada. Un relato corto diferente. Deseo que os guste.
DESEO.
—Me voy. Tengo un recado que hacer. Luego vuelvo, creo.
—Claro, hasta luego.
Se va. Sólo hemos tenido este rato en toda la semana. Siempre el trabajo. Pero no habría compromisos, lo habíamos especificado desde el principio. Sin embargo, yo nunca puedo parar de crearme esperanzas, de hacerme idea de las cosas… Cierto es que yo fui la primera que lo dejó claro: no nos debemos nada, somos libres de hacer lo que deseemos. Pero aún así, hoy me he puesto sus medias favoritas. Y el conjunto turquesa. En fin... Llevo toda la tarde esperando, pero no ha vuelto. Muy típico de Toño.
Lunes. No ha llamado, ni ha respondido a mi wassap de buenos días.
Martes. Recibo un wassap:
T- ¿Te vas a poner ropa especial hoy?
Yo- No. ¿Para quién?
T- Para ti, claro. ¿Necesitas vestirte para alguien? ¿Nunca te vistes para ti, para verte hermosa tú?
Yo- Sí. Casi todos los días me visto para mí.
T- Podrías ponerte tu vestido verde. Y las medias negras de costura trasera. Imagínalo. Puedes ir a tu despacho. Abrir mucho tus piernas. Acariciarte los muslos, despacio, dejar que llegue el deseo. Tocarte por encima de tus braguitas. Separarlas un poco y meter el dedo índice. Piénsalo. Sería una manera perfecta de comenzar la mañana dándote placer. Seguro que te gustaría sentir esa humedad todo el día, recordándote lo bien que lo has empezado.

Se desconecta. No me molesto en responder. No lo leerá.
Miércoles. Nada.
Jueves por la tarde, suena el teléfono. Es él. Respondo:
—Dime Toño.
—¿Estás libre ahora? —pregunta.
—Pues no. Tengo una reunión en 10 minutos. —respondo molesta.
—¿Y si llegas tarde? Podrías encerrarte en tu despacho y levantarte la falda negra.
—¿Cómo sabes qué llevo puesto? —miro a todos lados, como buscándole en la oficina.
—Te vi cuando regresabas de comer. Yo iba en el autobús. Vas muy guapa. ¿Seguimos entonces? —explica Toño.
—Sabes que no puedo. Los directores del proyecto acaban de entrar en la sala de reuniones. Tengo que dejarte. —me excuso.
—Aún no es la hora, Laura. ¿Saben los directores que hueles y sabes a sexo? ¿Saben lo que haces con un hombre cuando sopla tu cuello? ¿Imaginan acaso lo que provocas bajo su ombligo? —Vuelve a tentarme.
—Toño, te dejo. No es buen momento. Tengo que entrar ya. —Intento cortar de nuevo.
—¿Y cuál es buen momento para tener sexo contigo? —insiste.
—¿Es una cita? —me engancho.
—Mmmmm, sí. Trabajo y sexo. Habría que buscar un lugar… —Me incita de nuevo.
—Hay un sitio. —le aclaro.
—Llévame, anda. Vamos. —No ceja.
—Por favor, Toño, no puedo. —De nuevo me excuso.
—Una verdadera pena. Ahora estarás cabreada e insatisfecha toda la reunión. Disfruta, Laura. —Y cuelga.
Entro en la sala de reuniones. Suerte que no soy la última. No consigo concentrarme. No hay problema, pues sé de qué va el proyecto y tengo mucho tiempo para engancharme, pero estoy distraída todo el tiempo. Miro el móvil, lo vuelvo a cerrar. Sé que él ya no estará hasta el fin de semana. Pero sigo mirándolo.
Viernes. No hay noticias de él.
Sábado. Tampoco.
Domingo. Seguro que esta tarde vendrá. Suele hacerlo. Se presenta sin avisar. Aunque haya quedado. Me coge de la cintura, me besa… o me sopla en el cuello… o susurra algo en mi oído… y me rindo ante él. ¿Qué coño me ha hecho? Esto no debe ser sano. Pero no aparece. En toda la tarde. Estoy enfadada, pero no con él: conmigo. Me he dicho mil veces que no debo crearme expectativas. No es sano. No debía. Pero me he enganchado.
Lunes. La misma rutina de siempre.
Martes. El trabajo ha conseguido envolverme. Estoy bien.
Miércoles por la mañana. Llama.

—Hola —respondo seria.
—¿Trabajas esta tarde? Te propongo algo: una siesta. Sin prejuicios. Sólo disfrutar. ¿Quieres? —Noto que sonríe. Siempre tan optimista y seguro.
—¿Una siesta? Se me ocurren otras cosas que hacer en vez de dormir. —Intento desviar la conversación. Lo cierto es que trabajo.
—Era un símil. Este es un país donde las siestas siempre han sido la excusa para follar después de comer. ¿Quieres, sí o no? 
—Ya. Dijiste disfrutar. Te había entendido. Estaría bien, si no fuera porque trabajo —aclaro.
—Pídete la tarde. Puedes hacerlo. —Siempre insiste.
—Puedo. De acuerdo. Una siesta. Sin prejuicios —acepto. Siempre lo deseo.
—¿En tu casa a las tres y media? —propone.
—Es perfecto. Hasta lueg… —escucho el pitido. Ha colgado.
Voy a comer. Llego a casa a las tres y me ducho, me preparo para cuando Toño llegue. Suena el timbre y abro. No pregunto. Sé que es él. Me doy la vuelta para encaminarme a la habitación y oigo cerrarse la puerta. Me alcanza. Me coge por la cintura y acerca su boca a mi oído.

—Te deseo —susurra. Y ya me tiene húmeda.
—Pues tómame. Yo también te deseo. Lo sabes. —respondo.

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