La entrada que acabo de escribir se la dedico a ella, a mi amiga, que se encuentra en una situación similar.
Espero que os guste.
NO HAY CASO, TE AMO
Te lo advertí. No digas que no lo
hice. ¿Cuántas veces lo habíamos hablado? Pero tú no haces caso a lo que te
digo. Te dije que no quería enamorarme, pero tú no me creíste. “Deja volar tus
deseos”, me decías. “Déjate llevar”. Y yo: “No quiero hacerlo. Se sufre
demasiado”. Pero tenías que seguir ahí, con tu carácter irresistible, con tu
maravillosa sonrisa, con tu mirada felina, volviéndome loca una y otra vez.
Pues ya está, ¡Ala!, ya lo conseguiste. ¡Me enamoré! Y ahora ¿qué diablos
hacemos?
Querías conocerme, pues estoy aquí.
Deseabas que venciera esa barrera enorme de la distancia, y lo hice. Me pediste
que superara complejos y preocupaciones y ya lo has logrado. Al fin he venido,
he acudido a nuestra cita. Mi amor, deberás ser paciente conmigo. Recuerda que
hace ya más de dos años que no estoy con un hombre. Y además, él nunca me habló
como tú me hablas. Nadie estuvo nunca por mí. Ningún hombre me confesó que soy
la razón que le hace levantarse cada mañana. No hubo antes quien me hiciera
sentir que vivir es ya una alegría, porque en algún lado hay quien vive por y
para mí. Tú hiciste que me arreglara cada día: que me maquillara, que eligiera
mi ropa más bonita para acudir a la cita, que sonría sin parar.
Tú, cariño, pediste verme una y
otra vez. Suplicaste incluso, para poder encontrarnos. Tu insistencia siempre
tenía una meta: rozar mi piel; besar mis labios: “Me pregunto a qué sabe tu
boca”, siempre me repetías; y tocarnos, acariciarnos, hacernos el amor… Siempre
imaginé que esto era un sueño. Tan sólo algo imaginado. La más deseada
fantasía, sensual y caliente que alguien pusiera tener. Pero la mía era
contigo: siempre contigo, sólo contigo. No me atrevía, no quería, no podía
hacerla realidad. No.
Ya te lo he dicho cientos de
veces: yo no te quiero querer. Ya quise una vez y al final fue triste. Es
horrible querer y no ser querida, es una mierda ser rechazada una y otra vez
cada noche. Es ese sentimiento que ninguna mujer debería tener jamás. Pero te
conocí… y me enamoré. Yo no quería, tú bien lo sabes, pero tú no lo aceptaste.
Tu insistencia, tu dedicación, tu atención y cariño… Siempre pendiente de mí,
cada día. A pesar de la distancia, de habernos visto sólo en fotos, comenzamos
a hablar por teléfono, y por videoconferencia. Era maravilloso. Sabes que esperaba
cada día que fuera la hora de hablarte, de verte, de escucharte. Luego, cada
tarde, era tan difícil despedirnos… “Hasta mañana, mi vida”. Mi vida… eras mi
vida.
Cuando me pediste vernos, todo se
desmoronó. Tan segura que yo estaba, tan claro que lo tenía. ¿Cómo te atreves a
llegar y derribar mis muros de defensa? ¿Cómo osas amar a quien ya no tiene
esperanzas de ser querida? ¿Cómo se te ocurrió encender este fuego? ¿No sabías
que nunca se extinguiría? ¿Por qué lo hiciste, por qué? Ahora ya no hay vuelta
atrás. Ya no podemos hacer nada. Ninguna solución posible. Sólo amar y ser
amada… Pero quizás ya no sé…
Y aquí estoy, en esta habitación,
esperando a que tú llegues. Tan nerviosa, tan temerosa. Aún es pronto, faltan
más de veinte minutos, pero el tic tac insaciable no me deja relajarme. No es
el reloj, el que se oye. Es sólo mi corazón. Creo que tengo arritmias. Este
corazón mío no late acompasadamente. Es un órgano caprichoso que decide cómo y
cuándo palpitará. Durante unos segundos decide pararse a escuchar. Luego va y
sigue funcionando.
Suenan esos golpes más fuertes. No
son latidos, no suenan dentro de mí. Alguien llamó a la puerta, seguro que
serás tú. Me acerco despacio a ella, tengo miedo. No, espera, es posible que no
sea miedo: creo que es auténtico terror. Pero el deseo se impone y decido
abrir. Aquí estás, eres tú, mi amor. Tu sonrisa, tu mirada, tus brazos. Me
agarran suavemente y me acercan a ti. Los miedos se han disipado. Ahora me
siento segura. Me dices:
-
Ahora por fin sabré a qué sabe tu boca. – y me
besas.