sábado, 27 de junio de 2015

PASIÓN ENTRE LAS CORTINAS

Un nuevo relato inspirado en el calorcito veraniego. Disfrutadlo.
Ah!! La ardiente Mary Ann está un poco relajada, por lo que el relato es más romántico que erótico. Como dice Adrián, "Es muy light".
PASIÓN ENTRE LAS CORTINAS
Desde que fui a vivir a San Miguel todos los días era lo mismo: después de comer me acodaba en la ventana del salón a fumar mi cigarrito. Si el tiempo era bueno, la cosa pintaba aún mejor, pues salía a la terraza a hacerlo. Adoraba observar el parque que quedaba exactamente enfrente de mí. En ocasiones pude contemplar incluso a una pareja de ardillas que jugaban entre los árboles. Escuchar solamente el ruido de los pájaros, a veces los gritos de los niños, que provenían del campo de fútbol, a la izquierda de mi bloque. Pero claro, a estas horas siempre estaba desierto. También me gustaba salir por la noche, especialmente en verano. Después de cenar siempre era un verdadero placer relajarme allí, buscando la soledad y la paz de la noche. A la derecha tenía sólo algunas ventanas de mi mismo bloque, pero rara vez veía gente en ellas.
             Pero aquel día lo vi; en la terraza del segundo piso. Yo estaba terminando mi cigarro vespertino y había estado sola hasta ese momento. Hacía mucho calor en Santander y él sólo llevaba un traje de baño. Me miró, me sonrió y encendió su cigarro. Correspondí a su sonrisa y apagué el mío, entrando en casa a continuación. Desde dentro miré tras la cortina y vi que “me buscaba”, estirando el cuello y moviendo la cabeza para conseguir mejor ángulo de visión, pero mis cortinas son lo bastante tupidas para que no se pueda ver desde el exterior. De modo que enseguida apagó su cigarro y se metió a casa.

Al día siguiente, cuando salí por la tarde, él ya estaba allí. Sonrió y saludó con la mano. Yo le respondí del mismo modo. Intercalábamos las miradas entre nosotros con otras al parque, disfrutando de un día precioso, del sonido de niños y aves, así como una linda música que venía de alguna ventana cercana. Además, daba gusto estar al sol y una ligera brisa impedía que el calor molestara. En un momento, se me quedó mirando. Yo fijé mis ojos en el jardín, tímida; él sonreía feliz, victorioso. Nos costó un poco “despedirnos”, pero sabíamos que a partir de ese momento, teníamos un acuerdo no verbal: una cita diaria.
Después de ese día no coincidimos durante una semana seguida. Algunos días llovió, por lo que los cigarros debían ser dentro de casa. A ratos me parecía ver moverse sus cortinas, incluso en una ocasión se asomó. Pero yo no abrí la mía. De repente se apoderó de mí una sensación de vergüenza que me hacía enfrentarme a la realidad, haciéndome pensar en lo inmaduro de la situación.
Al cabo de unos días salió el sol y con él, mi atrayente vecino. Ese día me dirigí a la terraza, pero en el momento de salir, me vi envuelta en un sentimiento de ridículo que me impidió hacerlo. Miré a través de las cortinas y lo vi: estaba claro que me esperaba, pues no apartaba la vista de mi ventana. De nuevo había vuelto el calor y él llevaba el torso desnudo. Se tocaba nervioso mientras fumaba, esperando impaciente a que yo apareciera.
En aquel momento ocurrió algo inesperado. Mi mano, como si tuviera vida propia, le imitó. Comencé a tocarme mientras lo miraba y, fantaseando con él, llevé las manos a mis pechos y empecé a acariciarlos, a la vez que comprobaba cuán rígidos y duros se habían puesto mis pezones. Yo llevaba una camiseta ajustada y un pantaloncito corto. Respiraba cada vez más fuerte y me sorprendí al escucharme jadear.
Alarmada, comprobé que mi vecino apagó el cigarro y se dispuso a entrar de nuevo en su casa, por lo que, en un impulso incontrolable, moví las cortinas. Suspiré al comprobar que había conseguido mi objetivo: él miró, dudó, se volvió, sonrió, imagino que dedujo que yo estaba allí detrás porque se acodó de nuevo sobre la barandilla y volvió a tocarse el torso mientras sonreía. Lentamente bajó su mano hasta la entrepierna. Pareció que iba a colocarse el bañador como suelen hacer muchos hombres, pero no: claramente se estaba acariciando mientras no apartaba la mirada de mi ventana y continuaba sonriendo… Cerró los ojos y suspiró hondo. Rotundamente se tocaba para mí.
Me quité el pantalón e introduje mi mano bajo la braguita. Estaba empapada. Mi otra mano se propuso reconfortar a mis necesitados pechos. Tenía los pezones como auténticos guijarros. Seguí tocándome, imaginándome que estaba con él, disfrutando de esas manos que recorrían su cuerpo, deseando ser yo la que produjera esos suspiros, hasta que sentí la necesidad de frotarme fuerte y gemí.
Grité incluso en el momento en que una fuerza interna se generaba en mi columna vertebral, me recorría por completo y fue a estrellarse de pleno con otra que había nacido en mi clítoris. Ambas explotaron en mi vientre y me dejaron exhausta, mojada, cansada y feliz. Abrí un momento la cortina para sonreírle. Me miró, asintió y entró finalmente en su casa. Yo me tumbé en el sofá para descansar, revivir, disfrutar de ese momento que sucede después de un maravilloso rato de sexo y placer. Me quedé dormida…
Desperté sudando, demasiado calor en casa. Acudí a la ventana del salón y de repente recordé lo que había sucedido un par de horas antes. Descorrí la cortina y salí a fumar; hacía mucho calor. Entré a buscar una cerveza. Me encantaba beber cerveza a morro, disfrutando de la brisa y del cigarro. Y entonces sucedió.
Salió a la terraza y sonrió.
—Hola preciosa, me llamo Marcos.
—Hola Marcos. Soy Sonia. ¿Cómo estás?
—Muy bien —respondió sonriendo—. Ya tenía ganas de hablar contigo.
—Sí, yo también. Pero aquí, en la terraza hay que hablar alto y es incómodo.
—Podríamos quedar y charlar a gusto. ¿Quieres? —propuso mi guapo vecino.
—Bueno, eh… Hoy me viene muy mal. Es que… Tengo que salir. —No estaba segura de convencer con mi argumento. Por la cara que puso, imagino que era muy evidente que mentía.
—Vale. Cuando te venga bien, Sonia.
Apagué el cigarro, me despedí con un pobre “Hasta luego” y entré en casa.
Esa misma noche, salí a tomar una cerveza por el barrio. No me apetecía quedar con nadie, ni coger el coche para ir al centro. Pero hacía calor y quería caminar un poco. Al llegar al Siglo XXI me senté en la terraza. Enseguida vino Toñín:
—Hola princesa. ¿Una Alhambra? —Él siempre sabía lo que yo tomo. Me encantaba salir a este bar. Toñín es superfamiliar y te trata genial. Además, siempre te pone cosillas para picar, dulces y saladas. Y la gente que lo frecuenta, es muy maja. Puedes estar tranquilamente solo y no te aburres. O encontrarte con gente y pasar una velada agradable.
Y así ocurrió ese día. Al momento de traerme la consumición, aparecieron Laura y su chico. Pero querían algo de intimidad, así que entraron en el local. Enseguida vi a Paco y Álex, que habían quedado con unas chicas. Y de pronto llegó Marcos. Me sonrió, se acercó y saludó:
—Hola Sonia. Vaya, ahora puedo darte esos dos besos que manda la costumbre cuando conoces a alguien. Esta tarde no fue posible en la terraza.
Y acercándose, me besó en las mejillas. Fue curioso: el segundo beso fue lento, húmedo, rico,… y peligrosamente cerca de la comisura de mi boca. Noté esa cercanía desde que se acercó, pero no me importó nada. Al contrario, quise que así fuera.
—¿Quieres sentarte, Marcos? Oh, perdón, quizás hayas quedado con alguien —le convidé.
—Yo no. Pero imagino que tú sí. No quisiera importunarte —respondió sin dejar de sonreír. Esa sonrisa me tenía loca.
—¿Yo? No, no he quedado con nadie. ¿Por qué supones eso? —comencé a tocarme los rizos nerviosa, con sonrisa tonta.
—No supongo. Me dijiste que estabas ocupada y que no podías quedar. O has quedado con alguien aquí o me has mentido.
¿Cómo podía echarme en cara mi invención sin dejar de sonreír? Definitivamente este chico era un sol. Me quedé atontada mirando su barbita de dos días, el brillo de sus ojos verdes, y el blanco de sus dientes.
—¿Y bien? —Me sacó de mi ensueño.
—¿Y bien, qué? —Pregunté volviendo a la realidad.
—Que si esperas a alguien o solamente me colaste un cuento.
—Lo siento. Te colé un cuento. ¿Quieres sentarte conmigo, por favor? Podría invitarte a una cervecita, para disculparme por mentir.
—Creo que… —De repente se puso muy serio. —Lo más importante en una relación es el comienzo. Y si hemos comenzado con una mentira, creo que lo mejor será dejarlo antes de que surja nada. Encantado, Sonia.
No me lo podía creer. De verdad estaba dolido. Me quedé “planchada” y decidí disculparme, pero él extendió su mano hacia mi cara. Posó un dedo sobre mis labios y dijo:
—Shhhhhhhh… Perdona —Por fin, la sonrisa volvió—. Te estaba tomando el pelo.
Me quedé mirándole atónita y de pronto los dos estallamos en una carcajada. El resto de la velada fue genial. Nos contamos muchas cosas y reímos un montón. Resultó que éramos del mismo pueblo, que él trabajaba muy cerca de mi oficina y que en esos momentos ninguno de los dos teníamos pareja estable.
Llevábamos un par de horas hablando cuando Marcos propuso que fuéramos a dar una vuelta. Adoro caminar así que accedí inmediatamente. Comenzamos a hablar de la costumbre de fumar en la terraza y llegó lo que imaginaba y temía.
—¿Y esta tarde? —comenzó él — ¿Por qué no saliste?
—Esta tarde… bueno, yo pensaba salir. Pero me quedé mirándote—. Bajé mi mirada al suelo, totalmente avergonzada.
Marcos paró, me cogió de una mano y me puso sus dedos en la barbilla. Levantó mi cara y me dijo, dulcemente:
—Oye, Sonia. No tenemos que hablar de lo que no quieras. Es sólo que me encantaría saber si es cierto lo que imagino.
Mirándole a los ojos, respondí despacio:
—Creo que sí. Sí, es cierto.
Él me sonrió de nuevo y me pidió:
—¿Me lo puedes contar, por favor? Me encantaría escucharte explicar cómo has disfrutado conmigo.
Reanudamos la marcha y yo comencé a relatarle desde que me acerqué a la ventana. Le dije lo que hice, pero también lo que sentí. Le expliqué cómo le miraba tocarse mientras deseaba que fueran mis manos las que le tocaban. Cuando llegué a relatarle el momento en el que me sobrevino el orgasmo, se detuvo de nuevo y me miró de frente. Volvió a hacer que le mirara a los ojos y me dijo:
—Siempre querré que me mires a los ojos cuando te corras conmigo.
No podía creerme que estuviera haciendo esto. Seguí mirándole a los ojos mientras le explicaba con todo detalle el estallido producido por dos corrientes en mi interior. Él seguía sonriendo y hasta suspiró hondo. Cuando dejé de hablar, Marcos se acercó lentamente y me besó, mientras no dejaba de acariciar mi mejilla y mi pelo. Fue precioso, lento, húmedo y cálido.

Seguimos caminando y poco a poco llegamos a mi portal. Me paré para despedirme y él se puso serio.
—Quiero que vengas a mi casa, Sonia. Quiero hacerte el amor de verdad. Hacer que disfrutes entre mis manos y llegar al orgasmo entre tus piernas.
Me quedé mirándole, pensando. Pero ¿por qué me costaba tanto decidirme si era lo que más deseaba del mundo? ¿Por qué siempre era tan difícil para mí fiarme de las personas? Él me abría la puerta de su casa y de su vida. Claro que no era una declaración de amor eterno, pero yo tampoco buscaba eso.
—Sí, Marcos. Quiero ir a tu casa y hacer el amor contigo.
Y fui. Y fue mágico. Mucho mejor que por la tarde, claro. El tacto de sus manos era una perfecta combinación entre seguridad y dulzura. El ardor de sus besos era sólo calmado por sus abrazos. Y además él no mintió: me mantuvo la mirada mientras llegamos al orgasmo y lo terminó con besos y caricias. Pero una de las cosas que más me gustó fue dormir entre sus brazos.


Porque la pasión entre las cortinas era muy buena. Pero vivirla en su cuerpo y el mío fue algo más que perfecto. Fue sublime. 

sábado, 13 de junio de 2015

(falta de) COMUNICACIÓN.

(falta de) COMUNICACIÓN.
(Mary Ann Geeby)

Silencio…
Me mira.
—¿Qué haces?
—Te miro a la cara.
—¿Por qué?
—Quiero ver cómo está tu alma.
—¿Me miras a la cara para ver cómo está mi alma?
—Sí.
—Pregúntame. Te puedo decir cómo está mi alma. No te engañaría.
—¿Cómo está tu alma?
—Tranquila, feliz, bien. ¿Y la tuya?
—No sé. No sé si tengo alma.

Silencio…