Ah!! La ardiente Mary Ann está un poco relajada, por lo que el relato es más romántico que erótico. Como dice Adrián, "Es muy light".
PASIÓN ENTRE LAS CORTINAS
Desde que fui a vivir a San
Miguel todos los días era lo mismo: después de comer me acodaba en la ventana
del salón a fumar mi cigarrito. Si el tiempo era bueno, la cosa pintaba aún
mejor, pues salía a la terraza a hacerlo. Adoraba observar el parque que
quedaba exactamente enfrente de mí. En ocasiones pude contemplar incluso a una
pareja de ardillas que jugaban entre los árboles. Escuchar solamente el ruido
de los pájaros, a veces los gritos de los niños, que provenían del campo de
fútbol, a la izquierda de mi bloque. Pero claro, a estas horas siempre estaba
desierto. También me gustaba salir por la noche, especialmente en verano.
Después de cenar siempre era un verdadero placer relajarme allí, buscando la
soledad y la paz de la noche. A la derecha tenía sólo algunas ventanas de mi
mismo bloque, pero rara vez veía gente en ellas.
Pero aquel día lo vi; en la
terraza del segundo piso. Yo estaba terminando mi cigarro vespertino y había
estado sola hasta ese momento. Hacía mucho calor en Santander y él sólo llevaba
un traje de baño. Me miró, me sonrió y encendió su cigarro. Correspondí a su
sonrisa y apagué el mío, entrando en casa a continuación. Desde dentro miré
tras la cortina y vi que “me buscaba”, estirando el cuello y moviendo la cabeza
para conseguir mejor ángulo de visión, pero mis cortinas son lo bastante
tupidas para que no se pueda ver desde el exterior. De modo que enseguida apagó
su cigarro y se metió a casa.
Al día siguiente, cuando salí por
la tarde, él ya estaba allí. Sonrió y saludó con la mano. Yo le respondí del
mismo modo. Intercalábamos las miradas entre nosotros con otras al parque,
disfrutando de un día precioso, del sonido de niños y aves, así como una linda
música que venía de alguna ventana cercana. Además, daba gusto estar al sol y
una ligera brisa impedía que el calor molestara. En un momento, se me quedó
mirando. Yo fijé mis ojos en el jardín, tímida; él sonreía feliz, victorioso.
Nos costó un poco “despedirnos”, pero sabíamos que a partir de ese momento,
teníamos un acuerdo no verbal: una cita diaria.
Después de ese día no coincidimos
durante una semana seguida. Algunos días llovió, por lo que los cigarros debían
ser dentro de casa. A ratos me parecía ver moverse sus cortinas, incluso en una
ocasión se asomó. Pero yo no abrí la mía. De repente se apoderó de mí una
sensación de vergüenza que me hacía enfrentarme a la realidad, haciéndome
pensar en lo inmaduro de la situación.
Al cabo de unos días salió el sol
y con él, mi atrayente vecino. Ese día me dirigí a la terraza, pero en el
momento de salir, me vi envuelta en un sentimiento de ridículo que me impidió
hacerlo. Miré a través de las cortinas y lo vi: estaba claro que me esperaba,
pues no apartaba la vista de mi ventana. De nuevo había vuelto el calor y él
llevaba el torso desnudo. Se tocaba nervioso mientras fumaba, esperando
impaciente a que yo apareciera.
En aquel momento ocurrió algo
inesperado. Mi mano, como si tuviera vida propia, le imitó. Comencé a tocarme
mientras lo miraba y, fantaseando con él, llevé las manos a mis pechos y empecé
a acariciarlos, a la vez que comprobaba cuán rígidos y duros se habían puesto
mis pezones. Yo llevaba una camiseta ajustada y un pantaloncito corto.
Respiraba cada vez más fuerte y me sorprendí al escucharme jadear.
Alarmada, comprobé que mi vecino
apagó el cigarro y se dispuso a entrar de nuevo en su casa, por lo que, en un
impulso incontrolable, moví las cortinas. Suspiré al comprobar que había
conseguido mi objetivo: él miró, dudó, se volvió, sonrió, imagino que dedujo
que yo estaba allí detrás porque se acodó de nuevo sobre la barandilla y volvió
a tocarse el torso mientras sonreía. Lentamente bajó su mano hasta la
entrepierna. Pareció que iba a colocarse el bañador como suelen hacer muchos
hombres, pero no: claramente se estaba acariciando mientras no apartaba la
mirada de mi ventana y continuaba sonriendo… Cerró los ojos y suspiró hondo. Rotundamente
se tocaba para mí.
Me quité el pantalón e introduje
mi mano bajo la braguita. Estaba empapada. Mi otra mano se propuso reconfortar
a mis necesitados pechos. Tenía los pezones como auténticos guijarros. Seguí
tocándome, imaginándome que estaba con él, disfrutando de esas manos que
recorrían su cuerpo, deseando ser yo la que produjera esos suspiros, hasta que
sentí la necesidad de frotarme fuerte y gemí.
Grité incluso en el momento en
que una fuerza interna se generaba en mi columna vertebral, me recorría por
completo y fue a estrellarse de pleno con otra que había nacido en mi clítoris.
Ambas explotaron en mi vientre y me dejaron exhausta, mojada, cansada y feliz.
Abrí un momento la cortina para sonreírle. Me miró, asintió y entró finalmente
en su casa. Yo me tumbé en el sofá para descansar, revivir, disfrutar de ese
momento que sucede después de un maravilloso rato de sexo y placer. Me quedé
dormida…
Desperté sudando, demasiado calor
en casa. Acudí a la ventana del salón y de repente recordé lo que había
sucedido un par de horas antes. Descorrí la cortina y salí a fumar; hacía mucho
calor. Entré a buscar una cerveza. Me encantaba beber cerveza a morro,
disfrutando de la brisa y del cigarro. Y entonces sucedió.
Salió a la terraza y sonrió.
—Hola preciosa, me llamo Marcos.
—Hola Marcos. Soy Sonia. ¿Cómo
estás?
—Muy bien —respondió sonriendo—.
Ya tenía ganas de hablar contigo.
—Sí, yo también. Pero aquí, en la
terraza hay que hablar alto y es incómodo.
—Podríamos quedar y charlar a
gusto. ¿Quieres? —propuso mi guapo vecino.
—Bueno, eh… Hoy me viene muy mal.
Es que… Tengo que salir. —No estaba segura de convencer con mi argumento. Por
la cara que puso, imagino que era muy evidente que mentía.
—Vale. Cuando te venga bien,
Sonia.
Apagué el cigarro, me despedí con
un pobre “Hasta luego” y entré en casa.
Esa misma noche, salí a tomar una
cerveza por el barrio. No me apetecía quedar con nadie, ni coger el coche para
ir al centro. Pero hacía calor y quería caminar un poco. Al llegar al Siglo XXI
me senté en la terraza. Enseguida vino Toñín:
—Hola princesa. ¿Una Alhambra?
—Él siempre sabía lo que yo tomo. Me encantaba salir a este bar. Toñín es
superfamiliar y te trata genial. Además, siempre te pone cosillas para picar,
dulces y saladas. Y la gente que lo frecuenta, es muy maja. Puedes estar
tranquilamente solo y no te aburres. O encontrarte con gente y pasar una velada
agradable.
Y así ocurrió ese día. Al momento
de traerme la consumición, aparecieron Laura y su chico. Pero querían algo de
intimidad, así que entraron en el local. Enseguida vi a Paco y Álex, que habían
quedado con unas chicas. Y de pronto llegó Marcos. Me sonrió, se acercó y
saludó:
—Hola Sonia. Vaya, ahora puedo
darte esos dos besos que manda la costumbre cuando conoces a alguien. Esta
tarde no fue posible en la terraza.
Y acercándose, me besó en las
mejillas. Fue curioso: el segundo beso fue lento, húmedo, rico,… y
peligrosamente cerca de la comisura de mi boca. Noté esa cercanía desde que se
acercó, pero no me importó nada. Al contrario, quise que así fuera.
—¿Quieres sentarte, Marcos? Oh,
perdón, quizás hayas quedado con alguien —le convidé.
—Yo no. Pero imagino que tú sí.
No quisiera importunarte —respondió sin dejar de sonreír. Esa sonrisa me tenía
loca.
—¿Yo? No, no he quedado con
nadie. ¿Por qué supones eso? —comencé a tocarme los rizos nerviosa, con sonrisa
tonta.
—No supongo. Me dijiste que
estabas ocupada y que no podías quedar. O has quedado con alguien aquí o me has
mentido.
¿Cómo podía echarme en cara mi
invención sin dejar de sonreír? Definitivamente este chico era un sol. Me quedé
atontada mirando su barbita de dos días, el brillo de sus ojos verdes, y el
blanco de sus dientes.
—¿Y bien? —Me sacó de mi ensueño.
—¿Y bien, qué? —Pregunté
volviendo a la realidad.
—Que si esperas a alguien o
solamente me colaste un cuento.
—Lo siento. Te colé un cuento.
¿Quieres sentarte conmigo, por favor? Podría invitarte a una cervecita, para
disculparme por mentir.
—Creo que… —De repente se puso
muy serio. —Lo más importante en una relación es el comienzo. Y si hemos
comenzado con una mentira, creo que lo mejor será dejarlo antes de que surja
nada. Encantado, Sonia.
No me lo podía creer. De verdad
estaba dolido. Me quedé “planchada” y decidí disculparme, pero él extendió su
mano hacia mi cara. Posó un dedo sobre mis labios y dijo:
—Shhhhhhhh… Perdona —Por fin, la
sonrisa volvió—. Te estaba tomando el pelo.
Me quedé mirándole atónita y de
pronto los dos estallamos en una carcajada. El resto de la velada fue genial.
Nos contamos muchas cosas y reímos un montón. Resultó que éramos del mismo
pueblo, que él trabajaba muy cerca de mi oficina y que en esos momentos ninguno
de los dos teníamos pareja estable.
Llevábamos un par de horas
hablando cuando Marcos propuso que fuéramos a dar una vuelta. Adoro caminar así
que accedí inmediatamente. Comenzamos a hablar de la costumbre de fumar en la terraza
y llegó lo que imaginaba y temía.
—¿Y esta tarde? —comenzó él —
¿Por qué no saliste?
—Esta tarde… bueno, yo pensaba
salir. Pero me quedé mirándote—. Bajé mi mirada al suelo, totalmente
avergonzada.
Marcos paró, me cogió de una mano
y me puso sus dedos en la barbilla. Levantó mi cara y me dijo, dulcemente:
—Oye, Sonia. No tenemos que
hablar de lo que no quieras. Es sólo que me encantaría saber si es cierto lo
que imagino.
Mirándole a los ojos, respondí
despacio:
—Creo que sí. Sí, es cierto.
Él me sonrió de nuevo y me pidió:
—¿Me lo puedes contar, por favor?
Me encantaría escucharte explicar cómo has disfrutado conmigo.
Reanudamos la marcha y yo comencé
a relatarle desde que me acerqué a la ventana. Le dije lo que hice, pero
también lo que sentí. Le expliqué cómo le miraba tocarse mientras deseaba que
fueran mis manos las que le tocaban. Cuando llegué a relatarle el momento en el
que me sobrevino el orgasmo, se detuvo de nuevo y me miró de frente. Volvió a
hacer que le mirara a los ojos y me dijo:
—Siempre querré que me mires a
los ojos cuando te corras conmigo.
No podía creerme que estuviera
haciendo esto. Seguí mirándole a los ojos mientras le explicaba con todo
detalle el estallido producido por dos corrientes en mi interior. Él seguía
sonriendo y hasta suspiró hondo. Cuando dejé de hablar, Marcos se acercó
lentamente y me besó, mientras no dejaba de acariciar mi mejilla y mi pelo. Fue
precioso, lento, húmedo y cálido.
Seguimos caminando y poco a poco
llegamos a mi portal. Me paré para despedirme y él se puso serio.
—Quiero que vengas a mi casa,
Sonia. Quiero hacerte el amor de verdad. Hacer que disfrutes entre mis manos y
llegar al orgasmo entre tus piernas.
Me quedé mirándole, pensando.
Pero ¿por qué me costaba tanto decidirme si era lo que más deseaba del mundo?
¿Por qué siempre era tan difícil para mí fiarme de las personas? Él me abría la
puerta de su casa y de su vida. Claro que no era una declaración de amor
eterno, pero yo tampoco buscaba eso.
—Sí, Marcos. Quiero ir a tu casa
y hacer el amor contigo.
Y fui. Y fue mágico. Mucho mejor
que por la tarde, claro. El tacto de sus manos era una perfecta combinación
entre seguridad y dulzura. El ardor de sus besos era sólo calmado por sus
abrazos. Y además él no mintió: me mantuvo la mirada mientras llegamos al
orgasmo y lo terminó con besos y caricias. Pero una de las cosas que más me
gustó fue dormir entre sus brazos.
Porque la pasión entre las
cortinas era muy buena. Pero vivirla en su cuerpo y el mío fue algo más que
perfecto. Fue sublime.