Hola. Hoy publicamos la 2ª edición del juego "Te robo una frase", iniciativa de Ramón Escolano. Os recuerdo que unos cuantos bloggeros escribimos un texto (relato breve, o no tanto), en el que debe aparecer una frase común. La de este mes es: "Rodeó la esquina de la mesa y se
plantó ante mí. Extendió la mano izquierda y me levantó la barbilla." —Raymond
Chandler —La hermana pequeña.
Como siempre, deseo que la disfrutéis tanto como yo lo hice, al escribirla. Besos y no dejéis de visitar los otros blogs enlazados. ;-)
EL REGRESO
Por fin llegamos a casa. El viaje había sido terrible:
kilómetros y kilómetros en silencio. Tan sólo se oían ocasionalmente las
notificaciones de wassap o correo en los móviles de ambos. Cuando yo conducía, él
aprovechaba para chatear o leer. Cuando llevaba él el coche, yo también
chateaba con mi gente…
Las vacaciones habían empezado bien, pero fueron empeorando
día a día. Carlos llevaba tiempo diciéndome que teníamos que hablar, pero yo
siempre eludía el momento. Me daba terror reconocer que tenía razón, que había
estado ocultándole todo esto durante meses.
Cuando entramos por la puerta, cargados de maletas, el techo
se me cayó encima. Percibí el aroma de nuestro ambientador y recordé que había
estado inventando una vida paralela, con demasiadas mentiras y situaciones
ocultadas deliberadamente.
Dejamos el equipaje en la habitación y entré en el
salón. Me senté en la silla del fondo, coloqué los codos sobre la mesa y apoyé
mi cabeza en las manos, pues pesaba tanto que no sería capaz de sujetarla sólo
con el cuello. Ya no podía aguantar más y las lágrimas salieron cual auténticos
torrentes incontrolables.
Carlos vino también al comedor. Rodeó la esquina de la
mesa y se plantó ante mí. Extendió la mano izquierda y me levantó la barbilla.
-
Tengo
que confesarte algo, cielo. Tenemos que hablar ya. – me dijo.
-
Yo
también tengo mucho que contarte: secretos y mentiras de varios meses. –
respondí.
Se sentó a mi lado y comenzamos a hablar. Las lágrimas se
alternaban con los relatos de ambos. No éramos capaces de entender cómo
habíamos dejado surgir dos historias paralelas. El dolor era inmenso, pero
sentíamos una gran paz al sacar fuera, de una vez por todas, la auténtica
verdad.
Continuamos hablando toda la noche. En un momento, tuvimos el
valor de sonreírnos el uno al otro y, aunque dejamos para más tarde los besos y
las caricias, supimos que en aquel momento, todo volvía a empezar, que la
pesadilla había terminado al fin.