viernes, 3 de noviembre de 2017

HOMO: EL RÍO PERDIDO, de José Enrique Díaz Martín

SOBRE LA NOVELA:

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Sinopsis (del propio autor, en amazon): 

Un hombre que guarda un asombroso secreto tiene ocasión, por azar, de ajustar cuentas con el pasado y dar un impulso definitivo a la aventura que le ha obsesionado toda su vida; una búsqueda que lo es a la vez de sus raíces, del sentido de su actos y de su destino; una exploración que pasa por comprender qué nos hace lo que somos y quienes somos desde el mismo germen del concepto de humanidad, y que no teme descender a la naturaleza más animal para remontar desde allí un camino que permita comprenderlo todo de uno mismo. A partir del Yzur de Lugones, con la seriedad del Informe para una academia de Kafka o las reflexiones de Koetzee y algo de la sátira del Will Self de Grandes simios o del Urbanyi de Silver, el autor trenza dos trayectorias vitales que parecen, misteriosamente, darse la réplica o descifrarse la una desde la otra de modo sorprendente, y mientras lo hace nos regala también las divertidas peripecias de un ser alucinante, la comprensión del dibujo amoroso que traza toda biografía y la resolución de un enigma histórico desconocido. El proceso de búsqueda de su lugar de orígen, del río perdido que da origen al nombre de su pueblo y a su propio apellido se convierte en una epopeya personal que le lleva, en un viaje a sus orígenes a través del tiempo y del espacio, y al descubrimiento de su propia personalidad.

ACERCÁNDONOS A JOSÉ ENRIQUE DÍAZ MARTÍN:

Enlaces:
Twitter: @EnrijoDi

1.         ¿Quién es José Enrique Díaz Martín? 

No sé si es correcto que diga quién soy. No creo que pueda ser ecuánime, pero a fuer de sincero tampoco creo que la mirada ajena pueda dar cuenta de uno cabalmente. Esa mirada, supongo, daría cuenta de un sujeto más o menos anodino, integrado, funcional, profesor, padre, amigo, marido… cuya biografía no me interesa demasiado. Tenemos esta y yo un pacto de no agresión para no hacernos las cosas más difíciles de lo que ya son de por sí. Gracias a ese pacto, yo, siempre que puedo, soy otro, o soy otro yo: un desaprensivo golfo de vida promiscua y desordenada, imaginativa y sin límites que experimenta situaciones y vidas del todo anómalas pero que necesita, de vez en cuando, descansar en Madrid. Eso es cuando vuelvo a la biografía relajada de ese tipo que lleva mi nombre y se viste mi piel. Mientras tanto, vivo en islas de tiempo más o menos indefinidas y secretas, he pasado largas temporadas viviendo en selvas, bosques, ciudades del medio oeste americano, en comunas de California, en un pueblecito de la costa francesa o en burdeles indios. Recuerdo particularmente uno en el que tuve que esconderme de unos matones filipinos por salir en defensa de una joven prostituta que estaba siendo maltratada. Sabía que interceder por la chica en aquella ocasión era extremadamente peligroso, pero hay peleas en las que merece la pena meterse aunque sepa que va a perder. Resumiendo: salvé a la chica dándole tiempo de esconderse, disparé, tuve que huir. La sangre derramada no debe preocuparle a nadie.
Cierta noticia de aquel acto desesperadamente estúpido corrió como la pólvora entre las meretrices de Bombay. Incluso las chicas de aquel burdel donde me escondí llegaron a saber de mi lance en defensa de la joven. Aquella temporada, literalmente, me bañé en cuerpos de mujer. Nunca fui tan feliz ni mejor tratado, pero tuve que salir por piernas cuando la mafia que regentaba el local llegó a saber que yo no era un fantasma, como decían las chicas para mantener a los guardianes lejos de mi pellejo. Ser el juguete de decenas de mujeres era mi destino, mi corazón agradecido me lo decía, pero me tuve que despedir. Salí de allí con un holandés, traficante de opio, al que caí en gracia porque le igualaba en proezas amorosas y alcohólicas. Desde ese momento, yo como guardaespaldas, acompañante y amigo, él como, digamos, titular del servicio comercial, nos desplazamos en numerosas ocasiones en su destartalado mercedes hasta localidades cercanas a la frontera con Pakistán para mercar las bolas de opio que luego troceaba y repartía por burdeles de toda la India. A los soldados había que “ablandarlos” con whisky escocés y metros y metros de tela brillante para confeccionar saris, cosa que yo no entendí en un primer momento. Así que nuestra tapadera era la de ser comerciantes de telas y licores. Pero todo se acaba, y de aquella aventura hube de regresar a España para terminar mi doctorado en Filología Hispánica y hacer una oposición. Solo con la plaza de profesor titular pude convencer a mi novia ucraniana a casarse conmigo. Verla… recordarla tocar el violín desnuda en la azotea de casa es algo a lo que todavía no me he acostumbrado. A pesar de que lo hacía cada vez que yo volvía de un viaje. Publiqué un trabajo sobre Cervantes (Cervantes y la magia en el Quijote de 1605, servicio de Publicaciones de la Universidad de Málaga, 2002) y volví a casa después de firmar ejemplares en la feria del libro de Málaga. Volvía a mi concierto de violín, pero esta vez fue diferente, esta vez me tocó un trago muy amargo que sería tedioso y triste recordar y contar aquí. Natasha se había ido. Baste saber que inicié la carrera docente, la adicción intermitente a diferentes sustancias y un largo periodo de tristeza que relaté en dos novelas pendientes de publicación. No quiero recordar más. Perdón.

2.         ¿Naciste escritor o te hiciste? ¿Desde cuándo escribes y por qué?

Ni una cosa ni la otra. Me explico: yo pasaba los largos veranos de la infancia con mi familia en una gran casa de campo en Galicia. Somos cuatro hermanos, y mi padre nunca estaba con nosotros. Era diplomático, y sólo hacía viajes relámpago a Lugo cuando podía escaparse de una crisis o cuando nos pasaba algo que mi madre, pobre, creía no poder ir a solucionar sola, aunque siempre lo hacía. He llegado a pensar que reclamaba la presencia urgente de mi padre en el pazo porque no podía pasar demasiado tiempo sin sus abrazos. Se amaban de un modo que yo no he vuelto a ver a nadie, y lo hacían en un hórreo que había detrás de los jardines, para no escandalizar en la casa en mitad del día, aunque todo el mundo sabía dónde estaban metidos las dos horas siguientes del regreso. El viejo era muy respetado en el pueblo por los aullidos de mi madre. Y luego ya, satisfechos, encandilados y llenos vestido y traje de pajitas, se encargaban de esa supuesta urgencia (un brazo roto, una riña mortal, un enamoramiento feroz, un perro muerto, una criada preñada…) que ya, por lo general, estaba solucionada para cuando llegaba el secretario de embajada. Pues bien, en el salón del pazo había un globo terráqueo enorme y detallado que había realizado un ebanista real de origen búlgaro para mi padre, antiguo conmilitón suyo de la última guerra de África. Y cada noche de esos días afortunados en que contábamos con la presencia de mi padre, este señalaba un punto en la esfera y nos hablaba de los países que conocía en persona y, sospecho, de los que conocía por los libros. Tigres, fortalezas, desiertos, rascacielos, leproserías, palacios… Y esto desde que yo era casi un bebé. Mi habitación en el pazo era un museo de chucherías: arcos y flechas, pieles, estatuas, amuletos, fotos... Un día, contando con diez u once años, salí con Zarco, el mastín de guarda que cuidaba de mí en las excursiones por el entorno. Nos dirigimos al monte con un palo y un bocadillo. No recuerdo cuánto caminamos, siempre pendientes el uno del otro. En un recodo del monte, Zarco se detuvo gruñendo. Justo delante de nosotros había una familia de jabalíes hozando en busca de trufas u otros hongos. Sin poderlo contener, y pese a que yo le insistía en que nos retirásemos en silencio, dejándoles el campo, como nos habían enseñado, Zarco se lanzó a por ellos creyendo sin duda ver en su presencia una amenaza para mí o por simple arrebato de hombría perruna. A los ladridos, los jabalíes salieron corriendo monte arriba. El perro debía haber dejado que se fueran, como yo le pedía a gritos, pero estaba ensoberbecido y, temerario, insistió demasiado en la persecución. Entonces, un gigantesco verraco peludo volvió grupas y le encaró. Los demás también lo hicieron, y he ahí que tuvimos que salir corriendo cuesta abajo, pero los cerdos antediluvianos eran más rápidos. Mientras corríamos, vi cómo el jabalí jefe enviaba de una cabezada a Zarco a un hoyo muy profundo que se había formado entre una gran roca y el hueco que habían dejado al ser extraídas las raíces de un árbol enorme. Temí por su vida, pero como también corría peligro la mía, salté a la horquilla de un árbol y trepé por él como una ardilla hasta lo más alto que pude y me quedé allí, muerto de miedo, helado, mientras el sol hacía su recorrido. Oía gañir a Zarco, pero no pude descender hasta que la tribu de gorrinos salvajes se marchó. Solo entonces, al bajar del árbol, vi y noté el arañazo que me había hecho el bicho en la pantorrilla derecha. Corrí a ver si podía ayudar a Zarco, pero era ya tarde y no veía el fondo del agujero. Lo llamé varias veces, pero Zarco guardaba un ominoso silencio. Desesperado, bajé entre sombras hasta el pazo. Mi madre, al verme llegar de noche y con sangre, estuvo a punto de desmayarse y mandó llamar a inmediatamente a mi padre, que estaba en Bruselas a la sazón. Pero también organizó una partida para rescatar a Zarco.
Yo, como sabía que si contaba los hechos tal como habían ocurrido el perro sería regañado, como lo estaba siendo yo mismo, arreglé un poco la historia. En ella, Zarco, viéndome al borde del hoyo profundo, se había aupado a mi pecho y me había empujado lejos del borde, pero de resultas del impulso, el animal no había podido evitar caer dentro. Un acto heroico. No conté que, a pesar de mi insistencia, se puso a ladrar y a perseguir unos jabalíes, ni que había huido como un gallina. De hecho, los jabalíes habían desaparecido de la historia, ya que no necesitaba a mis padres tan preocupados que no me volvieran a dejar salir al monte, ni quería que reprocharan a Zarco su conducta. Su momento de flaqueza quedaría entre mi amigo y yo. Un compañero fiel que quizá a aquella hora estaría agonizante o muerto. La partida salió al amanecer..., y Zarco seguía con vida. Humilde, agradecido, con una fea herida en el lomo, pero vivo. Y fue rescatado y curado y atendido como se de un héroe mítico se tratase.
Sí, creo que aquella historia, que hube de repetir una y otra vez a todo el que quiso oírla, fue mi primer acierto literario, y quizá el único, y precisamente es del que me siento más orgulloso y el que nunca, hasta hoy, pude reivindicar. Ahí comprendí que la ficción es una forma de decir la verdad con la mentira, porque, ¿debía manchar un simple acto de cobardía una ejecutoria canina intachable? No lo creo. A partir de ese momento, todas mis fábulas (Las redacciones del colegio, el Premio de El País digital, infinidad de cuentos y novelas que me han hecho un experto en perder certámenes literarios y acumular negativas de editoriales) han intentado sin éxito aquel acierto: hacer justicia y verdad con la invención y la mentira, y justificar la vida, y darle profundidad y lustre, y gustar a las chicas. 
¿Y cuando escribo? Escribo cuando logro entrar en el otro lado.

3.         Háblanos de tus publicaciones y dinos en qué género las enmarcas.

Escasas. Y quizá sean escasas, además de porque soy un vago y porque tal vez no merezcan ser publicadas, porque no son clasificables. Escribo lo que llaman “novela literaria” o mainstream, o eso pretende ser. En mi caso, mi ficción se apoya a veces en los géneros para trascenderlos. Tengo una novela negra, por ejemplo, que es en realidad política y también de caída/redención; otra que cuenta lo oscura vida de un hombre normal y su descubrimiento casual de unas corrupciones políticas que le son indiferentes y sólo le conducen a su búsqueda definitiva del sentido de la vida, que acaba en la muerte, como todos sabemos; y otra que transcurre en dos tiempos: las últimas horas de un escritor muerto, que se repiten una y otra vez, y el relato que mientras escribía. En fin, literatura que no es comercial, y que sólo gracias a escritoras de éxito como tú, Mary Hot Geegy, y a tu generosidad puede llegar a ser conocida por algún lector.

4.         Como lector, cuéntanos tus preferencias.

Leo de todo. O he leído de todo. Últimamente estoy leyendo a Orejudo, McEwan, Houellebecq, Giménez Barlett, Scarrow… O sea: novela punta de lanza literaria, supernovelas con todo, género negro y novela histórica. Tuve una época de clásicos grecolatinos, otra de rusos, otra de filosofía… Leo lo que me apetece cuando me apetece. Ya está bien de hacer lo que mandan los demás. Esto de la literatura o es el reino de la libertad o no es nada. O, bueno, también puede ser la novela que se vende, la novela comercial que gana concursos, ese es otro género.

5.         ¿Qué te gustaría contarnos, que no te he preguntado?

Que aquellas personas a las que les guste la literatura compren el libro que tengo en Amazon y es motivo de esta estupenda entrevista. Dentro de algún tiempo, la reeditará una editorial dinosaurio y será mucho más caro. La edición en papel es preciosa, y hacen un libro por persona, uno a uno. Y son tan pocos los lectores que ya la han leído (y saben que es cojonuda) que les puedo dedicar el libro a todos, uno a uno, y si viven en Madrid, enseguida. La edición Kindle es baratita, para los que leen en electrónico. Y el que tenga de verdad gusto por los libros eróticos, que lean los libros de la anfitriona de esta entrevista, Mary Hot Geeby. Libros para leer con una mano, que dicen. Y nada más. Agradecer con humildad esta ocasión de ser visto y leído. Y ya.
No. No ya. Resulta que me acabo de acordar de que yo sufrí cuentitis de pequeño. No esa dolencia tonta e inexistente que se han inventado los padres para acusar de dolores falsos a los niños que no quieren ir al colegio. Yo tuve la auténtica, aquella de la que la falsa toma el nombre, y sé que era auténtica porque me dio en verano, cuando lo que a mí más me gustaba era subir al monte con Zarco y leer tebeos. Una mañana, al despertar, supe que me había picado una víbora. Me miré los brazos y descubrí una pequeña escoriación en el antebrazo derecho. Aquello debía de ser la mordedura. Habría entrado escurriéndose por la ventana y habría huido por el mismo camino. No me pude levantar, y cuando la María me vino a despertar tuve que contarle la verdad: el veneno ya me afectaba a las piernas, pronto me paralizaría todo el cuerpo, así que necesitaba una tortilla de piñones y dos vasos de leche. Subió mi madre, subieron mis hermanos y la abuela, y una saludadora amiga de mi abuela. Me ponían de pie y se me doblaban las rodillas como si tuviera las piernas de lana, así que tuvieron que hacerme la tortilla, que ejerció de antídoto y poco a poco me fui recuperando. Pero eso solo había sido el principio. Al día siguiente me desperté siendo un lagarto, bajé por la pared y me instalé a comer fruta en el techo de la cocina. Mis manos y mis pies se adherían a la piedra y al yeso con total normalidad. Para esto no había antídoto, así que después de intentar hacerme bajar clavándome un palo de escoba en las costillas, me dejaron ir y asolearme tranquilo en el tejado hasta que se fue el sol, momento en que volví a la cama y a dormir. Otro día era un niño gigante, gordo pero ligero, y me movía por la casa como un balón de playa, dando saltos gigantes y blandos. Luego fui perro, insecto palo, un piloto de combate ruso caído tras las líneas alemanas, pedía ayuda en ruso, pero en casa nadie sabía ruso, luego fui un siux que ejercía de representante de todos los pueblos indígenas americanos ante las autoridades mundiales, que eran a la hora de cenar unas doce personas, entre familia, vecinos y curiosos. Hasta fumamos la pipa de la paz con el tabaco del abuelo Jacinto. Fue una gran noche de pactos y de toses. Y así un día y otro día extravagante, hasta que una mañana me desperté siendo yo mismo, y bajé a contárselo a todo el mundo la mar de contento. Mi madre celebró mi recuperación con una hornada de dulces de la que participó todo el pueblo. Esa cuentitis fue el primer síntoma de una afección que me perseguiría toda la vida. Luego, cuando vino lo de Zarco, ya estaba avezado a la ficción por haber pasado la enfermedad.

MI OPINIÓN:

Para comenzar quiero decir que seguramente ésta será una de las opiniones que más me costará escribir, pues me va a ser complicado ser objetiva, de modo que por primera vez, afronto esta tarea dispuesta a contar los sentimientos, más que opiniones, que la novela me produjo. Como digo, siempre procuro analizar lo más objetivamente que puedo, el argumento, el estilo literario, los personajes, el contexto y la documentación. Acabo contando a qué público se la recomiendo especialmente. Pero en esta ocasión me veo limitada para hacerlo por varias causas: la principal es que no puedo hablar de algunas de esas cosas sin desvelar parte de la trama; además, prefiero contar cómo me sentí al leerla.
Comencé HOMO animada por el propio autor. Me resultaron curiosas (y muy graciosas) algunas de las ideas que me dio, con el fin de convencerme de leerla. Pero la puntilla la puso con una frase que no puedo olvidar, de una conversación, hace ya casi 9 meses (todo un embarazo): “Dios, cómo me gustaría leer mi novela!!!! (si no me la supiera ya)”. Sus comentarios sobre la misma, así como los apodos que siempre me puso en twitter, me hicieron ver que estaba chateando con una persona inteligente e irónica, pero sobre todo, con el autor de una BUENA NOVELA.
Sin embargo, HOMO tiene una parte árida de leer, complicada “…pero es necesario, como la filosofía de la primera parte de El nombre de la rosa o el manual de cetáceos de Moby Dick”. Así que, a pesar de haberla dejado medio-aparcada (o aparcada entera), la retomé. Debo decir que también la reseña de Dolors, en su blog, me hizo reconsiderar la idea. Cuando al fin dejé que la novela me atrapara, todo fluyó sin poder (ni querer) evitarlo: la terminé en pocos días.
HOMO: EL RÍO PERDIDO es una historia de búsqueda de los orígenes. Tiene dos personajes principales y ambos se dedican a buscar, venciendo a durísimas penas, incomprensibles dificultades. Ignacio De se ve en la necesidad de volver a su pueblo, del que se ha visto apartado por el desarrollo de los acontecimientos que han marcado su vida. En la búsqueda del río De, que da nombre a su pueblo y a su apellido, se encuentra con personas que no esperaba ver y se entera de noticias que no habría querido saber. También su historia se cruza con la del otro personaje principal, del que no sabemos su nombre, pues él se encarga de que no lo conozcamos. El motivo no es otro que el hecho de que nunca le gustaron los nombres que le pusieron.
Yo no sé si a todo el mundo le ocurrirán estas cosas, pero cuando leo una novela, suelo introducirme de lleno en la historia. Tanto es así que suelo hablar con los personajes. Al principio de leer HOMO, sólo me salía decirle a Ignacio que era un tostón y que se fuera a la porra, la verdad. Pero hay un momento en que la novela atrapa sin remedio. Algunos de los mejores pasajes son aquellos en los que el otro protagonista se encarga de la acción. Me enganchó de tal manera que me emocionó, me hizo reír, reflexionar y plantearme cosas “de la vida, vida”, como decía una argentina entrañable.
También quiero decir que en la novela se entremezclan diversos géneros literarios. No puedo especificar más, porque cometería el famoso spoiler, de modo que lo mejor es leerla.
En esta ocasión no habrá recomendación para un público determinado, sino que creo que todo el mundo debería leer HOMO. Ya he advertido que no es fácil dejarte envolver por ella, pero sí quiero recalcar una vez más que si avanzamos en la lectura, disfrutaremos tanto que querremos más.

Dicho esto, le copio su frase a un compañero amigo, para decir a todo el que lea esta reseña: “Leedla, insensatos”.

2 comentarios:

  1. Parece una especie de desafío: si uno es capaz de leer las partes más duras de la novela, luego te regala con un relato alucinante. Buena prueba para lectores: los que quieren satisfacción a la primera dejan la novela y nunca disfrutan de lo verdaderamente bueno. Los que aguantan, lo logran y disfrutan. Quería compartirlo porque no puedo hablar de la novela con casi nadie. Un saludo afectuoso.

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    1. Es un verdadero placer saber que alguien ha sentido lo mismo que yo. Gracias por pasarte, leer y comentar. Un abrazo.

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